El Espíritu Santo es el motor de la Iglesia, es la promesa de Jesús que nos lleva a identificar el “tipo” de relaciones que tenemos entre los cristianos y de las relaciones humanas.
El Espíritu Santo es el motor de la Iglesia, es la promesa de Jesús que nos lleva a identificar el “tipo” de relaciones que tenemos entre los cristianos y de las relaciones humanas.
El camino que debe tomar la Iglesia en sus inicios, está atravesado por diferentes situaciones difíciles para llegar al reino de Dios, un cielo nuevo y una tierra nueva, es la figura de la esposa amada que espera y que sabe perseverar en medio de las luchas.
Aquí se comprende que la salvación es para los que perseveran hasta el final (la salvación como sinónimo de “reino de Dios”).
En todos los tiempos, los predicadores del Evangelio han tenido dificultades y han sufrido persecuciones y así ha sido a lo largo de la historia.
El evangelio de este segundo Domingo, nos presenta a Jesús resucitado, no es un fantasma, porque los vestigios son visibles, las llagas son muestra que está vivo.
La Iglesia nos ofrece la excelente oportunidad de celebrar los misterios de la salvación realizados por Cristo en los últimos días de su vida.
La evangelización es el fundamento de la institución eclesiástica y, por ello, también, de la curia romana pues desde allí se proyecta, coordina y acompaña gran parte de la labor apostólica en el mundo.
Estamos llegando a nuestro último Domingo de Cuaresma y al final de este tiempo de penitencia, ayuno y abstinencia como camino hacia la pascua, donde se celebra el misterio del Éxodo de Israel, que se cumple en el éxodo de Jesús «de este mundo al Padre» y se vive hoy en la Iglesia.
La parábola del hijo pródigo es el mejor retrato de Dios que la Biblia nos ha dejado. El centro de la parábola no son los hijos sino el padre, que quiere restaurar a la familia que se ha roto.