Guías Homiléticas
 27 marzo / CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO DE CUARESMA
/ Jos 5, 9a.10-12 / Sal 33, 2-3.4-5.6-7 / 2Co 5, 17-21 / Lc 15, 1-3.11-32 
Del Evangelio según san Lucas  

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuantos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’. Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus criados: ‘Saquen enseguida la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó que era aquello. Este le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud’. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: ‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’. El padre le dijo: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado’”.    
      

Palabra del Señor

LA MISERICORDIA DEL PADRE CON SUS HIJOSEL REGRESO  A LA CASA DEL HIJO PRODIGO Y EL ENCUENTRO CON EL PADRE MISERICORDIOSO

La reconciliación es un tema central de la lectura de hoy en la relación al pecado como lejanía de Dios, el recuerdo de la misma esclavitud y en la segunda lectura nace una necesidad de “reconciliarnos con Dios” pasando por el camino de la cruz siguiendo a Cristo; y en el regreso del hijo prodigo, que debería llamarse mejor el padre misericordioso, esta es una de las parábolas más hermosas del evangelio, el padre prodigo de amor, que los padres de la Iglesia la han llamado el evangelio en el evangelio (siglo IV d.C.). Pero lo que está en la centralidad del mensaje es la actitud de los dos hijos, debería llamarse también los dos hijos necesitados de perdón, de la reconciliación, es un regreso de los dos hijos a la casa paterna, es tener un corazón grande y generoso como el padre que es padre y madre.

 «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna».

El hijo pródigo (como lo llama el evangelista lucano), pide la parte de su herencia, en este contexto es el menor de dos hermanos, es el hijo que pide la herencia. Para su contexto cultural es una ofensa fuerte, porque lo que debe ser gratuito y desinteresado para a ser considerado muerto en vida, esto es no contar con su padre por el resto de la vida, matarlo en vida y hacer como si no existiera. En su padre ve una fuente de bienes, es el interés porque le de la parte se su herencia, se adelanta y pide como si fuera obligación, un bien material que debe aprovechar y sacarle el jugo en la vida, sin tener para nada en cuenta las relaciones de Padre-Hijo, de persona a persona, quiere su parte y lo mata en vida (a su Padre). Pero viene el sufrimiento, en vez de buena vida se encuentra con el hambre, porque malgasta la fortuna en el libertinaje; en vez de libertad se ve obligado a servir cuidando los cerdos (animal impuro para la cultura), incluso quiere comerse la comida de los cerdos.

Al leer uno de los textos mas hermosos de la Biblia, nos encontramos con un relato de una carga teológico-espiritual, como diría Santa Teresita, hablando del amor de Dios en las escrituras: “…Refiere la santa el encendido amor de Dios, en que solía arder su corazón” (Santa Teresa de Jesús, camino de perfección, V. cap. 29, n. 7). Parafraseando algunas frases, aunque mil veces te leí, mil veces te amé y mil veces me volví a enamorar, lo que quiere decir que no podemos conformarnos con leer una vez los textos bíblicos, porque ellos siempre nos van a interpelar, cuestionar e incluso volver a cuestionarnos en nuestra vida espiritual y nuestra relación de amor con Dios. Decía la santa, que padecería mil muertes antes que ir contra la menor ceremonia de la Iglesia. La palabra del Señor trae, consigo esculpida una verdad, que no se puede negar en ella encontraremos el mejor camino de vida en el crecimiento espiritual.

Viene el giro central del relato

La autonomía no como responsabilidad, es más un libertinaje sin control, que le conduce a la nada, al sin-sentido. La nostalgia de la casa paterna empieza en él por el estomago. Muchos problemas comienzan por la falta de comida. El mismo hambre que siente en el estomago vacío le hace repensar que su situación actual no puede ser para siempre. La toma de conciencia, es el giro que da el Hijo menor en el relato, es el estado del hambre y de la lejanía que le hunde en  el pecado, esta situación en el Hijo menor es el principio de la verdadera conversión. Se arrepiente, quiere  levantarse y volver a recuperar su dignidad de Hijo: “Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti”.

¿Dónde de encuentra el principal motivador para cambiar y volver a la casa del Padre?

En el amor que le ofrece el padre, ese es el verdadero motor que motiva toda la vida, donde uno encuentra su principal motor de cambio, que está en el amor a Dios: “El amor de Dios consume al hombre viejo de faltas, y tibieza, miseria, y hace otra al alma después de abrasada en este incendio, renace como el ave Fénix a nueva fortaleza, y puridad de vida” (Santa Teresa de Jesús, camino de perfección, V. cap. 39, n. 15).  Puso la santa una comparación en el modo como renace esta ave, de su ceniza después de ser abrasada, para significar como se renueva el alma en todo lo bueno con el incendio del amor de Dios. Para san Juan Eudes: “el corazón de Jesús como una hoguera de amor”, dónde el Señor enciende nuestros corazones apagados en el fuego del amor. De esta manera se cumple el objetivo de la espiritualidad cristiana: amar a Jesús plenamente.

La reconciliación

La reconciliación se llega por el perdón, como su nombre lo indica es un don del Señor, es un acto que sólo puede provenir de la madurez humana. De una humanidad que pasa de ser el hijo Pródigo que se deja acoger por la misericordia del Padre.  De ahí el perdón verdadero y sincero, no sólo perdona, sino logra que situarse en la realidad del ofensor.  Sanando el corazón mismo en sus heridas mas profundas. De una humanidad que pasa de ser el hijo alejado, prodigo o necesitado de la reconciliación al paso de su vida nueva como su apertura al verdadero perdón.  Algo que me ha llamado la atención es el libro escrito por el sacerdote holandés H. J. Nouwen, El regreso del Hijo Pródigo, las dos manos del padre que acogen al hijo, es la Iglesia como comunidad que abraza al pobre, al necesitado y en espacial al pecador. Pero analizando el cuadro de Rembrandt que inspiró a este sacerdote holandés son las dos manos: una es débil, delicada y tierna que representa las manos de la Dios-madre, en este caso la ternura de la madre y la otra mano que es de hombre, del padre, que respalda, da la firmeza, esto es Dios-padre que nos acoge a todos y nos sostiene.   

Pero, lo más importante es el perdón y la reconciliación definitiva ofrecida por nuestro Padre-Dios a nosotros los seres humanos, sólo a través del acontecimiento pascual -pasión, muerte y resurrección- de Jesucristo. Desde la conciencia creyente, el ser humano se entiende perdonado por Dios, a pesar de su error y limitación, y, consecuentemente, nacido a una vida nueva, que alcanzará la plenitud escatológica, más allá de la historia. Expresado en las celebraciones litúrgicas de la eucaristía y en el perdón en la penitencia o reconciliación. Esto es muy importante en la vida porque el encuentro con el Padre-Dios lleva al sentirse perdonado y así, abrirse a buscar el perdón en la vida y sus relaciones con los demás.

Veamos, las actitudes de cada personaje en el texto, espero ser breve para dejar que el texto hable por sí mismo.

1. El hijo menor

Puesto delante del Señor, recuerdo aquellos momentos en que me aparté de Él para marchar «a un país lejano», reclamando la parte de la herencia y malgastándola en cosas del mundo. La actitud del hijo menor es de necesitado, pierde su libertad porque se vuelve esclavo del mundo, se vuelve esclavo del pecado que lo lleva a la muerte, por eso, ante el encuentro el padre dice: “este hijo estaba muerto”, el hijo mayor le va a reclamar al padre: “a mi no… y viene este hijo que se ha malgastado la herencia en mujeres y vicios…” y el padre le dice al hijo mayor: “pero si todo lo mío ha sido tuyo”.

Doy gracias por haber descubierto mi necesidad de reconciliación. Recuerdo agradecido aquellos momentos en que he experimentado la misericordia de Dios, cuando Él me ha regalado un traje nuevo y ha matado el ternero cebado por mí. Pongo nombre a esos regalos de Dios en mi vida.

En el cuadro de Rembrandt, la cara del hijo menor trasluce anonadamiento y petición de perdón. Es un rostro al que sólo se le ve una faz, un tanto deforme, a modo del rostro de un feto. Es signo del regreso del hijo menor al regazo del Padre-Madre. El pelo rapado le priva de individualización, lo hace uno más -como en los cuarteles o campos de concentración que cortan el pelo a todos por el igual-. El único signo de dignidad que le queda es una espada, que porta, atada, a la altura de la cintura. Es el testimonio de su origen, el único vínculo que le queda de su historia, la única realidad que todavía le une al Padre. Lleva las sandalias rotas, desgastadas. Ya no sirven. Con todo, el pie derecho va todavía más desguarnecido. Las manos del Padre jugarán también un especial paralelismo con los pies desnudos de su hijo menor, protegiendo, sanando, apoyando… es el encuentro que transformara su vida para siempre.

En últimas, el hijo menor representará las comunidades venidas del paganismo, porque su condición misma exige una vuelta a la verdadera casa del padre, no conocían al Padre-Dios, y cuando lo conocieron se sintieron acogidas por su abrazo, ojalá nosotros en nuestras pastorales hagamos sentir bien a las personas que nos buscan y los acojamos en la verdadera casa del Padre-Dios. En nuestras comunidades se debería trabajar más en la acogida de las personas que regresan o que llegan a la misma.  Hoy en día, los hijos menores serían aquellos que recibieron el bautismo y nunca se preocuparon por ser católicos verdaderos, sino hasta que tiene un encuentro personal con Jesús y empiezan a comprometerse y a trabajar con ese ánimo y fuerza de hijos que valoran su identidad y tienen sentido de pertenecía.

2. El hijo mayor

La actitud del hijo mayor es lejanía, aparece lejano y dice ser merecedor de todo, porque no se ha ido, tal vez, esto le lleva a pensar que es mejor que el hijo menor, que además juzga y le pone malicia, este hijo tuyo (piensa que ya perdió esa dignidad de hermano e hijo) que se ha gastado la herencia en prostitutas, interpreta así la vida de su hermano, porque en su corazón no existe la generosidad para compartir con los demás, sólo busca sus intereses personales y quiere compartir solo con su circulo de amigos, además no conoce al Padre, esto indica que aunque conviva con el padre no tiene una relación de intimidad con Él, mientras que el hijo menor a pesar de su lejanía si conocía al padre. Suele pasar en nuestras comunidades que vivimos sin conocernos e incluso si un hermano(a) se va o se muere no sabíamos quién era realmente este hermano(a) que se fue o que ya no está. Esta triste realidad se viven hasta en las mejores familias y comunidades.   

En el cuadro de Rembrandt, el rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor, correctamente ataviado, surge en el cuadro desde la distancia. Como el Padre, lleva barba y túnica roja, que, sin embargo, está bastante más apagada. Le falta brillo y, sobre todo, grandeza y dignidad. Su presencia es rígida, erguida. Está apoyado por un largo bastón, que lo hace más grande, más lejano, más sombrío. Su mirada es un tanto enigmática, con carga y fuerza contenidas. Se mantiene a distancia. Mira de reojo. Sus pies y sus manos: Está de pie mientras que el hermano menor está de rodillas y el padre está agachado. Tiene las manos cerradas, frente a las manos abiertas del Padre y de su hermano.

En más de una ocasión, me he sentido superior a los demás: por mi formación, como formador por mi trayectoria de vida y experiencia, por mis capacidades, porque no he cometido los mismos errores que ellos… Es el momento de pedir perdón. Como el hijo mayor, a veces he juzgado (y condenado) a quienes no pensaban como yo. Especialmente, a quienes no compartían mi fe o estaban alejados de la Iglesia. Quizá mi testimonio ha contribuido a que se distancien aún más… De vez en cuando, experimento los límites de mi propia misericordia. Me cuesta perdonar a quienes me hacen daño. Me cuesta entender cómo Dios perdona a quienes no merecen ser perdonados.

En últimas este hijo mayor representará las comunidades procedentes del judaísmo, que se creían salvas y justas, mejores y perfectas, merecedoras de la salvación por ser procedentes de esta tradición.  Hoy en día serían aquellos que siempre han sido fieles y practicantes que merecen todos los privilegios y preferencias en las comunidades… esto debe ser mirado con lupa y atención para no favorecer a unos pocos o ser excluyentes.

3. El padre

El sacerdote holandés H.J. Nouwen escribió estas palabras: «mi vocación última es la de ser como el Padre y vivir su divina compasión en mi vida cotidiana. Aunque sea el hijo menor y el hijo mayor, no estoy llamado a continuar siéndolo, sino a convertirme en el padre […] Es un paso muy duro y solitario de dar […] pero a la vez es un paso esencial para el cumplimiento del viaje espiritual». (H. J. Nouwen, El regreso del Hijo Pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, PPC, Madrid). Una mirada del Padre-Dios, es una mirada de conmiseración -no es despectiva- porque tiene el amor incondicional, el amor verdadero amor es amar sin medida, amar al enemigo, amar al que te hace mal… en el corazón misericordioso existe sólo amor, el hijo se deja acoger por la misericordia del Padre-Dios, a una humanidad que decide encarnar el amor de Dios. El Señor solía decir a santa Teresa de Jesús estas palabras: “Ya eres mía, y yo soy tuyo. Y la santa también le solía decir: ¿Qué se me da a mí de mí, sino de vos?” (Santa Teresa de Jesús, camino de perfección, V. cap. 39, n. 14)

En el cuadro de Rembrandt, la luz emana del anciano -el Padre de la parábola del hijo pródigo- y vuelve hacia él. Destaca asimismo el juego de colores: la gran túnica roja del Padre, el traje roto en dorado del joven -el hijo pródigo- y el traje similar al del padre del espectador principal -el hijo mayor de la parábola-. El fondo es oscuro a fin de que resalte más la luz de la escena principal. La centralidad del cuadro, el abrazo del reencuentro entre el Padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo – vuelta al hogar materno- y a su corazón, y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El centro del cuadro, el centro de la luz que lo ilumina, descansa más precisamente aún sobre las manos. Las manos del Padre sobre la espalda del hijo menor son el corazón del cuadro. Hacia ella se dirige la mirada de todos los personajes. Son manos de amor, de descanso de acogida. Cipriano de Cartago afirma: “No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia como madre (In PS 88, Sermo 2,14)”.

Cuando regresamos a la casa del Padre-Dios, a través del sacramento de la confesión y perdón de los pecados, algo sana el señor en el corazón, alivia las cargas, quita un peso de encima, sana las heridas y salva nuestras vidas. Esta es la verdadera gracia al confesar los pecados y sentirnos perdonados.

El desenlace: “hagamos una fiesta”

Todos somos testigos que el único triste de la fiesta y el único perjudicado es el “pobre” ternero cebado, porque pensamos que toda fiesta es alegría o celebrar la vida debe tener motivos de sobra, esto no es así, porque debemos superar o encontrar que el verdadero motivo y significado de una celebración en nuestra Iglesia, son aquellos momentos dónde la misma lejanía de la casa del padre, nos invita a tener ese giro importante en la vida, solamente así podremos reconocer  y valorar su cercanía, hacer una fiesta es siempre un motivo de alegría para los que están invitados al banquete, que sólo cobra sentido después de atravesar un largo sufrimiento, después de una debida preparación en la celebración del perdón, nos sentimos mirados por su mirada misericordiosa que nos comunica su cercanía, es el abrazo del padre y unas vez más volver a comenzar de nuevo, levantarnos una y otra vez porque nos sentimos perdonas y sanados por el Padre que no señala y no nos juzga.  Nos da una túnica nueva, sandalias nuevas, anillo… le devuelve la dignidad de hijo, perdida por el pecado.

La parábola del hijo pródigo es el mejor retrato de Dios que la Biblia nos ha dejado. El centro de la parábola no son los hijos sino el padre, que quiere restaurar a la familia que se ha roto. Dios vive tu drama de padre y madre, que a las seis de la mañana del domingo, ves que tu hijo o hija no ha vuelto a casa. Miras por la ventana, estás atento a la puerta y no puedes dormir. Y cuando llega, ¡qué descanso y qué paz! Así es Dios.

CAMINO SINODAL

Algunas preguntas pueden ayudarnos para nuestra reflexión personal y comunitaria en el contexto del camino sinodal que nuestra Iglesia está participando.

1. ¿Cómo convertirnos en don para los demás por la caridad?

2. ¿Cuáles son los «países lejanos» o «periferias existenciales» que nos habla nuestro papa Francisco, dónde se refugia la gente de mi entorno, huyendo de Dios?

3. ¿Qué imagen de Dios tienen aquellos que rechazan la compañía de la fe? Un dios justiciero, un dios silencioso, un dios injusto…

4. ¿Cómo se imaginan la Iglesia aquellos que la rechazan? – ¿Cómo un hogar acogedor, – como una madrastra exigente…?

5. ¿Me siento llamado a practicar con otros la misericordia que he recibido de Dios como católico?

6. ¿Cómo actualizo la espiritualidad de la misericordia en la vida?

OREMOS EN EL CAMINO SINODAL
 
Cristo ha escogido a los que permanecen en pie. Por tanto, levántate, acude presuroso a la Iglesia; en ella está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aquél, que se da perfecta cuenta de cómo tratas de convertirte en lo más íntimo de tu alma, corre a tu encuentro. Y, cuando estás todavía lejos, te ve y se dirige rápido hacia ti. Él ve dentro de tu corazón y sale a tu encuentro para que nadie se le ponga de obstáculo y, tan pronto ha llegado a ti, te abraza. En ese salir a tu encuentro se muestra su presciencia; en el abrazo, su clemencia y la demostración de su amor paternal. Se te arroja al cuello para levantarte porque estás caído, y para hacerte volver hacia el cielo, con el fin de que allí tú, que estás cargado de pecados e inclinado hacia todo lo terreno, busques a tu Creador. Cristo se lanza a tu cuello para quitar de él el yugo de la esclavitud y poner sobre él su yugo suave” (Ambrosio de Milán)

TEMATICAS DE LAS LECTURAS DE ESTOS DOMINGOS DE CUARESMA 

1 de Cuaresma

Dt 26,4-10 Profesión de fe del pueblo escogido

Rm 10, 8-13 Profesión de fe del que cree en Jesucristo

Lc 4,1-13 El Espíritu lo fue llevando por el desierto mientras era tentado

2 de Cuaresma

Gn 15, 5-12.17-18 Dios hace alianza con Abrahán, el creyente

Fil 3,17 – 4,1 Cristo nos transformará, según el modelo de su cuerpo glorioso

Lc 9, 28b-36 Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió

3 de Cuaresma

Ex 3, l-8a.13-15 «Yo soy» me envía a vosotros

I Co 10,1-6.10-12 La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro

LC 13,1-9 Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

4 de Cuaresma

Jos 5,9a. 10-12 El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida 2Co 5,17-21 Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo

Lc 15, 1-3.11-32 Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido

5 de Cuaresma

Is 43,16-21 Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo

Fil 3,8-14 Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte

Jn 8, 1-11 El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra

Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm 
Sacerdote Eudista

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