Estamos llegando a nuestro último Domingo de Cuaresma y al final de este tiempo de penitencia, ayuno y abstinencia como camino hacia la pascua, donde se celebra el misterio del Éxodo de Israel, que se cumple en el éxodo de Jesús «de este mundo al Padre» y se vive hoy en la Iglesia.
La parábola del hijo pródigo es el mejor retrato de Dios que la Biblia nos ha dejado. El centro de la parábola no son los hijos sino el padre, que quiere restaurar a la familia que se ha roto.
El evangelio nos presenta dos hechos terribles: el asesinato de unos galileos y la caída de la torre matando dieciocho (18) personas.
Es en Cristo en quien resplandece la fisonomía del hombre nuevo. En Él Dios nos ha llamado, para pasar de la muerte a la vida, de la cruz a la gloria.
San Pablo nos expresa como los judíos no tienen excusa para invocar a Cristo como Señor. Si la ley de Moises, donde manifiesta la voluntad de Dios, la fe en Cristo, abre el camino para llegar por una ruta segura a Dios.
Esta es nuestra fe, nuestra convicción segura basada en la resurrección de Cristo.
Este es el misterio de la vida, somos seres espirituales, donde Dios nos ha mirado con su ternura. Es importante comprender el misterio del ser humano en su existencia terrena.
Los bienaventurados, significa los dichosos, el término griego makariori, como los dichosos y felices, y se traduce al hebreo ashre, es una explosión de alegría.
La vocación cristiana – sea al ministerio ordenado, a la vida religiosa, a la vida del ministerio, o a la vida matrimonial… es en fin un compromiso de su testimonio cristiano en medio del mundo – es un misterio.
La predicación de Jesús se caracteriza como palabras de gracia, expresión unida a la cita de Isaías, esto significa algo agradable y gracioso.