Hoy, en el contexto de la liturgia, celebramos el encuentro con Dios o la apuesta del Señor sobre la humanidad o también: ¿Qué espera Dios de nosotros?, y ¿qué esperamos nosotros de Dios? Son preguntas frecuentes que se pretenden resolver desde el evangelio de hoy.
San Pablo para exhortar a los efesios a proceder en su conducta como “hijos de la luz”, les recuerda que “en un tiempo eran tinieblas” ahora son “hijos de la luz”.
Lo que comienza con un conocimiento termina con un reconocimiento, esto es que porque la experiencia de Jesús no es una idea, ya no creemos en las ideas o en los discursos, creemos porque lo hemos visto.
El camino cuaresmal está enmarcado en la experiencia profunda de la conversión a nivel personal y comunitario.
La intención de san Pablo a los Romanos es presentarnos en unas frases breves la raíz y la consecuencia del pecado, si por Adán vino la muerte por Jesús el Hijo de Dios viene la salvación, esto es Jesús vence la muerte que es consecuencia el pecado resucitando y dándonos la vida eterna.
El evangelio nos invita a superar la ley del talión, recordemos que era un “principio jurídico” de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba de manera más o menos directa con el mal que se había realizado.
La belleza de la creación es la libertad, somos libres de tomar buenas o malas decisiones en la vida.
El evangelio del día de hoy, retoma las bienaventuranzas en el monte, para plantearnos cuál debe ser el comportamiento de un verdadero cristiano o de un verdadero discípulo.
La gente que oía su testimonio se convertía. Las persecuciones confirmaban su fe y su decisión de seguir anunciando el Evangelio.
La frase central de hoy es: «Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca».