Desde las primeras páginas de la Biblia, en los preciosos y poéticos relatos de la creación, se nos presenta el protagonismo de la Palabra creadora de Dios. Ella es la que pone orden en el caos y la soledad de los orígenes, y resuena en los abismos para dar existencia y vida al mundo y a cuanto contiene, incluido el ser humano. Aquel “Dijo Dios” se vuelve una especia de estribillo con el que inicia cada día de la creación (cf. Gn 1, 1–2, 4a).
Lo específico de la oración litúrgica, que la distingue de todas las demás, es que es una oración trinitaria: en el Espíritu por el Hijo la comunidad que celebra se dirige al Padre y es del Padre por el Hijo que todo don perfecto le es ofrecido en el Consolador.
La oración es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo profundo de nuestra persona y se proyecta, porque siente la nostalgia de un encuentro.
Al terminar el reparto de los panes y los peces, Jesús se marchó solo al monte para evitar que lo hicieran rey; pero al día siguiente la gente lo busca porque con él, piensa, está resuelto el problema básico de su vida. Es una reacción comprensible en quienes no tenían asegurado el pan de cada día. Este mensaje tiene varias claves de lectura que quiero destacar de la siguiente manera.
La cita inicial de Mateo nos recuerda el encuentro sobre la protección de menores en la Iglesia, convocado y presidido por el papa Francisco del 21 al 24 de febrero de 2019 en el Vaticano.
En medio de una historia tan sufrida y convulsionada como la que tuvo que vivir el pueblo de Dios, se entiende mejor que los momentos de intervención salvadora por parte del Señor fueron celebrados con inmenso gozo por parte del pueblo (éxodo, restauración después del exilio, etc.).
Pensemos en la historia de Bartimeo, un personaje del Evangelio (cf. Mc 10,46-52 y par.) y, os lo confieso, para mí el más simpático de todos. Era ciego y se sentaba a mendigar al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó.
Quiero que pensemos un momento en la vida, sobre lo que significa para Felipe seguir la alternativa para su forma de pensar (desde el judaísmo) y romper con la tradición de su mismo pensar.
En el ámbito pastoral, la interacción en esta actual cultura de la comunicación pasa por las motivaciones de fondo que inspiran su aceptación más que por los conocimientos técnicos o la buena voluntad del agente evangelizador. El beato Santiago Alberione podrá estar feliz de ver cumplido su sueño de alcanzar a muchas más personas, pero quiere que sea en un camino de santidad, personal y comunitaria, y no un modo de promover individualidades.
Los evangelios nos dicen abiertamente que Jesús era muy sensible al sufrimiento ajeno, a las situaciones de necesidad u opresión que debían soportar las personas.