Desde hace ya algunos años, el internet irrumpió casi sin quererlo hasta en los más recónditos lugares, cambiando por completo, y para siempre, la forma de comunicarse. Se dejó de escribir cartas a mano para enviar emails, se comenzó a interactuar en tiempo real con amigos y familiares rompiendo las distancias y poco a poco se fue venciendo el miedo a sumergirse en ese desconocido universo tecnológico.

Hoy, muy buena parte de las fuentes de información se encuentra en el ciberespacio, modificando no solo los modos de relacionarse, sino también las formas de acceder al conocimiento. Al mismo tiempo se han venido afinando las estrategias de los medios para mantener la conectividad con los usuarios, generando relaciones más directas, identificando perfiles y detectando formas eficientes de responder a sus necesidades. La inmediatez se fue convirtiendo en uno de los más grandes desafíos de los productores online, reduciendo la información a una imagen o a muy pocas palabras. El mundo digital estaba cambiando todo el proceso de la comunicación.

La pandemia aceleró el cambio

Pero hace solo algunas semanas, frente al tsunami provocado por las actuales condiciones sanitarias del planeta, los Estados se han visto en la obligación de imponer restricciones estrictas al libre movimiento de las personas, limitando la vida social y suspendiendo de paso sine die las Misas y celebraciones en público. Este confinamiento ha propulsado de manera exponencial un sinnúmero de posibilidades que el internet venía ofreciendo a niveles muy limitados: teletrabajo, clases online a todos los niveles, transmisiones in streaming que distribuyen contenidos multimediales de manera continua, explosión de las plataformas de televisión a la carta, etc.

La Iglesia ha sabido captar esta amplitud de posibilidades para comunicar y ha dado pasos encaminados a conectar con muchas más personas, saliendo del círculo limitado de la feligresía parroquial. Con estos nuevos medios se ha hecho más cercana la invitación de Jesús de “ir por todo el mundo a predicar el Evangelio a toda creatura” (cf. Mc 16, 15).

En esta transformación han jugado un rol preponderante el carisma y la personalidad del beato Santiago Alberione. Él entendió con amplia claridad la legitimidad de la pastoral massmediática, la necesidad de ir al encuentro de las personas, especialmente a los alejados de la Iglesia. Su intuición lo llevó, desde inicios del siglo XX, a darse cuenta de que los templos iban a estar cada vez más vacíos y de que a todas esas personas que dejaban de frecuentar una comunidad orante era necesario seguir acompañando, con el apostolado que la comunicación moderna ofrecía. Antes de que el papa Francisco hablara de ir las periferias, don Alberione enviaba a sus seguidores de casa en casa, al encuentro de todos, reavivando el interés por la Palabra, alimentando la fe contribuyendo al progreso humano.

Es hoy el momento oportuno, hoy es el día de la salvación (2Co 6, 2)

Frente a las mutaciones históricas que está provocando de manera acelerada la pandemia, el carisma de don Alberione tiene una enorme oportunidad de poner en evidencia su actualidad. Hoy más que nunca se cumple la palabra de Jesús: “lo que les susurro al oído proclámenlo desde las azoteas” (Mt 10, 27). Y es desde azoteas cargadas de antenas repetidoras que se está abriendo un nuevo y prometedor areópago, como el que usó san Pablo en Atenas (cf. Hch 17, 22-31), desde donde la Iglesia puede hacer ver y oír a muchas personas de muy distintos horizontes el anuncio evangélico. Ante el drama de los templos vacíos y la imposibilidad de congregarse, es el momento de facilitar otros encuentros, de estimular la participación activa en celebraciones y eventos de formación cristiana que propone la red.

En el documento pontificio Iglesia e Internet se señala:

“Internet es importante para muchas actividades y programas de la iglesia: la evangelización, (…) tradicional labor misionera ad gentes; la catequesis y otros tipos de educación; las noticias y la información; la apologética, el gobierno y la administración; y algunas formas de asesoría pastoral y dirección espiritual. Aunque la realidad virtual del ciberespacio no puede sustituir a la comunidad real e interpersonal (…) puede desempeñar tareas, complementarlas, atraer a la gente hacia una experiencia más plena de la vida de fe y enriquecer la vida religiosa de los usuarios, a la vez que les brinda sus experiencias religiosas. También proporciona a la Iglesia medios para comunicarse con grupos particulares –jóvenes y adultos, ancianos e impedidos, personas que viven en zonas remotas, miembros de otras comunidades religiosas– a los que de otra manera difícilmente podría llegar”[1].

Desde muchos lugares, buscando paliar a la prohibición de reunirse para celebrar en comunidad, han surgido diversas iniciativas que valorizarían las redes sociales, los canales de YouTube, las radios digitales, con el fin de proponer a los fieles un acompañamiento espiritual. Son muy valiosos los esfuerzos consentidos por párrocos y líderes de comunidades por crear espacios de conectividad, tratando de alcanzar no solo a su feligresía tradicional, sino también a los que yacen al borde del camino o se sienten interpelados en su fe frente a los acontecimientos que vive el mundo. También, muchas veces por iniciativa de los fieles, se han creado grupos y se han establecido momentos para “encontrarse” en oración, dando nacimiento a cibercomunidades con sus normas, sus animadores y hasta sus plegarias.

Tomar en cuenta algunos retos

Toda esta eclosión de iniciativas pone a la Iglesia frente a algunos desafíos. Uno de ellos, cada vez más recurrente, es que la religión en línea se construya de manera personalizada, postulando una espiritualidad autónoma, individual, que suele rechazar la vida de comunidad. Ello repercute en las iglesias y las religiones más tradicionales, quienes reactivamente han incursionado también en la red, compitiendo frente a otros tantos productos más o menos religiosos que ahí se ofertan.

Otro reto se deriva de la muy variada gama de productos que circula en el ciberespacio, generando nuevas formas de consumismo virtual, que, entre contradicciones, manipulaciones y fake news vulneran la credibilidad no solo de quien emite un mensaje, sino del mensaje mismo. Además, en un terreno tan inmediato como el de internet, muchos interrogantes e inquietudes de los usuarios pueden quedarse frustrados frente a la brevedad de un trino o la sequedad de una respuesta privada de reflexión. Si el internet supone la muerte de las distancias, también quiere la celeridad en los intercambios, con el riesgo de empobrecer el mensaje o volverlo caricatural. Y, muy probablemente, la oferta religiosa en la red no sea siempre lo que los cibernautas necesiten para crecer en su fe, para consolidarse en el seno de una comunidad y para asumir el compromiso misionero de evangelizar.

Pero también urge plantearse el reto de lo que será la pastoral después de la pandemia. Obviamente, es de esperar que todos los esfuerzos no se encaminen a restablecer todo “como antes”, privilegiando la sacramentalidad y percibiendo de la actual cultura de la comunicación solamente su valor instrumental. En la hora de las comunicaciones se abre un cada vez más amplio abanico de agentes evangelizadores, cada una con sus valores y con sus carismas, según la descripción del cuerpo de la Iglesia que ofrece san Pablo (cf. 1Co 12, 12). Por lo tanto, la estrategia más inmediata será de aprender a trabajar en equipo, juntando ideas y recursos, para poder entrar sin complejos en un contexto de agresiva competitividad, con un mensaje tan antiguo y tan actual.

Será también de crucial importancia, para pastores y fieles, la necesidad de mejor conocer el contexto de la comunicación, con sus riesgos y exigencias. De hecho, no han sido pocos los tentativos fallidos por personalizar demasiado la imagen de un presentador, por sucumbir ante el solo objetivo de obtener ganancias económicas o, simplemente, por no considerar suficientemente lo que incursionar en estas plataformas supone como tiempo o medios requeridos. Sería además de gran actualidad acompañar pastoralmente a las personas en el uso de estas técnicas, para que con criterios acertados puedan hacer un sano discernimiento entre toda la gama de propuestas disponibles, en el espíritu de la exhortación de san Pablo (cf. 1Ts 5, 21).

Pero seguirá siendo prioritario el cuidado de la comunicación interpersonal, en la familia, las comunidades y los demás grupos humanos, para no verse expuestos a una hiperconexión con amigos virtuales, a detrimento del diálogo directo y la amistad real. En este sentido cae muy bien el mensaje que el Papa sacó para la 54 Jornada mundial de las comunicaciones sociales, donde pone de relieve el tema de la narración, “una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros” (Francisco).

Conclusión

En el ámbito pastoral, la interacción en esta actual cultura de la comunicación pasa por las motivaciones de fondo que inspiran su aceptación más que por los conocimientos técnicos o la buena voluntad del agente evangelizador. El beato Santiago Alberione podrá estar feliz de ver cumplido su sueño de alcanzar a muchas más personas, pero quiere que sea en un camino de santidad, personal y comunitaria, y no un modo de promover individualidades.

Por: Pbro. Hernando Jaramillo, ssp 
Sacerdote Paulino

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[1] Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales (s/f), La iglesia e internet, Ciudad de El Vaticano, disponible en http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/pccs/documents/rc_pc_pccs_doc_20020

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