Sabemos que el don del martirio es llevar a su plenitud la gracia que se nos concedió el día de nuestro bautismo. Sin embargo, tomar la cruz y seguir a Jesús, es el programa de toda una vida, es el itinerario de santidad que se nos traza en la catequesis, con la evangelización y la participación en los signos de vida, los sacramentos. Estos signos de vida tienen su fuente en Jesucristo, sacramento universal de salvación, que los entregó a la Iglesia como supremo gesto de amor, la Iglesia a su vez, es sacramento de Cristo (cf., LG 1).
Todos debemos tener muy claro que la implicación del laico no es una concesión del párroco o del obispo, sino un derecho y un deber de su realidad como cristianos, que brota del Bautismo.
Padre Santo, estamos aquí ante Ti, para alabarte y agradecerte el gran don de la familia.
Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas.
Padre Santo, estamos aquí ante Ti, para alabarte y agradecerte el gran don de la familia.
vocación del profeta, sino que este llamamiento solo aparece hasta el capítulo 6. ¿Qué pasó allí? ¿Hay algo de especial en Isaías? ¿Por qué la historia no empieza con el llamamiento? ¿Por qué el llamado de Dios a Isaías aparece en el libro solo hasta el capítulo 6?.
Desde las primeras páginas de la Biblia, en los preciosos y poéticos relatos de la creación, se nos presenta el protagonismo de la Palabra creadora de Dios. Ella es la que pone orden en el caos y la soledad de los orígenes, y resuena en los abismos para dar existencia y vida al mundo y a cuanto contiene, incluido el ser humano. Aquel “Dijo Dios” se vuelve una especia de estribillo con el que inicia cada día de la creación (cf. Gn 1, 1–2, 4a).
Lo específico de la oración litúrgica, que la distingue de todas las demás, es que es una oración trinitaria: en el Espíritu por el Hijo la comunidad que celebra se dirige al Padre y es del Padre por el Hijo que todo don perfecto le es ofrecido en el Consolador.
El tercer paso que el Papa propone a los jóvenes es “seguir a Cristo”: “no es una pérdida – dice el Papa – sino una ganancia incalculable, mientras que la renuncia se refiere al obstáculo que impide el camino”.
La oración es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo profundo de nuestra persona y se proyecta, porque siente la nostalgia de un encuentro.