Este domingo de la semana veintiuno del tiempo ordinario el apóstol Pedro le dice a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
El clericalismo no es un fenómeno nuevo en nuestra Iglesia de América Latina y El Caribe, más bien es una de sus deformaciones más fuertes, como lo afirma el Papa Francisco.
Muchos conocen muy poco de la fe cristiana porque en sus familias ya no se transmite, otros pertenecen a familias en las cuales los abuelos, y a veces los padres, practican todavía activamente la fe cristiana, pero los adolescentes y jóvenes ya viven con una gran indiferencia hacia ella, así como hacia cuestiones de religión en general.
Nuestro estilo de vida religiosa se basa en la llamada que el Señor nos hizo un día y nos dispuso a la aventura de amarle y seguirle.
La pandemia del COVID-19 se expandió de modo veloz a nivel global, al mismo tiempo que “América Latina y El Caribe se ha convertido en una de las zonas críticas” (Comisión Económica para América Latina y El Caribe, CEPAL).
Los obispos de nuestro continente, a través de la coordinación del CELAM, han trazado algunos objetivos fundamentales como, por ejemplo, lograr que esta Asamblea, la primera de este tipo, sea un “evento eclesial en clave sinodal y no solo episcopal con una metodología representativa, inclusiva y participativa”.
Este es el mensaje de Esperanza para la humanidad: Dios actúa en medio de las vicisitudes para liberarnos y salvarnos. Todo lo Bueno lo hace en virtud de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Por eso, en la segunda lectura leemos: “Cristo resucitó de entre los Muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurreción”. Es decir, Cristo, nuestro Ungido, es el centro de nuestra vida y es nuestra salvación.
Sabemos que el don del martirio es llevar a su plenitud la gracia que se nos concedió el día de nuestro bautismo. Sin embargo, tomar la cruz y seguir a Jesús, es el programa de toda una vida, es el itinerario de santidad que se nos traza en la catequesis, con la evangelización y la participación en los signos de vida, los sacramentos. Estos signos de vida tienen su fuente en Jesucristo, sacramento universal de salvación, que los entregó a la Iglesia como supremo gesto de amor, la Iglesia a su vez, es sacramento de Cristo (cf., LG 1).
Todos debemos tener muy claro que la implicación del laico no es una concesión del párroco o del obispo, sino un derecho y un deber de su realidad como cristianos, que brota del Bautismo.
Padre Santo, estamos aquí ante Ti, para alabarte y agradecerte el gran don de la familia.