¿NOS ACOSA LA “EVANGELIZACIÓN LÍQUIDA”?
Hace unos cuantos años el sociólogo polaco Zygmunt Bauman empezó a hacer un diagnóstico de la sociedad moderna y lo llamó liquidez; de allí que hemos escuchado hablar de modernidad o sociedad líquida y, por extensión, religiosidad o espiritualidad líquida. La actual crisis del SINE es la crisis de las antiguas instituciones sólidas que de un momento a otro han perdido su hegemonía y son percibidas ahora como fragmentadas, inestables, decadentes: las instituciones económicas, las formas de gobierno, los partidos políticos, la institución familiar y matrimonial, la enseñanza, el trabajo, la religión. Como la canción de Mercedes Sosa: “Todo cambia” y en ese cambio constante la realidad sólida de antes se convierte en evanescente aire: ya no hay nada concreto y, es más, el mundo piensa que no debería haberlo. En términos magisteriales el papa Francisco en su crítica a la sociedad actual utiliza la palabra “descarte” o “cultura del descarte” para definir “las cosas que rápidamente se convierten en basura” (Laudato Si’, 22) pero también las relaciones e instituciones que se vuelven desechables en razón de un relativismo práctico (cf. Laudato Si’, 123).
Este panorama fluctuante, sin solidez, por el cual las personas fácilmente cambian de profesión, empleo, ciudad, vivienda, intereses, amigos, pareja, religión, partido político, etc., encontró el ideal caldo de cultivo en dos campos correlativos: primero, el capitalismo que promueve el consumo de cosas y la utilidad de las personas con su pregonero y auriga que es la publicidad y, segundo, la inmediatez de la información y la rapidez con la que los medios de comunicación captan la atención de las personas. Los medios, todos los días, se interesan por promover la insatisfacción, la curiosidad, la inestabilidad y así se llega al lema: “Toda verdad es penúltima”. Mucha gente prefiere las opciones de vida que no exijan un compromiso de estabilidad, cosa que en el SINE es fundamental porque se trata de un proceso para “permanecer y perseverar”.
Parafraseando a Bauman podríamos hablar, entonces, de los riesgos que supone una evangelización líquida que no logra conseguir estabilidad en sus destinatarios; los denodados esfuerzos de obispos, sacerdotes y laicos por lograr un proceso firme, continuo, perseverante y permanente se ven amenazados por la sociedad misma; nuestros métodos siguen siendo desfasados cuando no obsoletos; por poner solo un ejemplo, si bien es cierto que la pandemia nos ha hecho migrar hacia la utilización de medios digitales y audiovisuales, sin embargo aún falta una “política pastoral”, una línea de acción que nos obligue a ponernos en sintonía. Y ni hablar de los métodos de proselitismo que usamos en las misiones, la pedagogía del encuentro “por necesidad”, la atención precaria a nuestros feligreses, la autorreferencialidad y la falta de agregarle a aquel método decimonónico francés del “ver-juzgar-actuar” el necesario “evaluar” y el consiguiente “plantear cambios”.
EL FUNDAMENTALISMO CATÓLICO Y SU ANTÍDOTO: LA HISTORIA DINÁMICA DE LA PASTORAL
Uno de los defectos que más aquejan a los métodos pastorales es el fundamentalismo. Porque sí, ¡también hay fundamentalismo católico! ¿Cuántas veces no hemos escuchado que las personas, ante un cambio propuesto, responden: “eso no funcionará porque aquí siempre se ha hecho de esta manera?”. En este sentido, todo proceso es perfectible; evaluar hace parte del crecimiento, asumir cambios necesarios es fundamental para la madurez; en últimas, el SINE es un proceso que no agota la Nueva Evangelización; esta lo supera incluyéndolo. Una de las herramientas/disciplina que nos ayudan a vencer cualquier fundamentalismo es la historia. Si damos un vistazo por la historia de la pastoral en Colombia nos encontraremos con un sinnúmero de experiencias, cada una en su momento con grandes logros y varias debilidades. Respondieron a un momento particular pero de un momento a otro ya no colmaron las expectativas:
En el siglo XX, durante las dos primeras décadas fue muy fuerte el asociacionismo católico (por ejemplo las Hijas de María, la Asociación de Adoración Perpetua, los Socios y socias del Sagrado Corazón, etc.); algunas de estas asociaciones aún perviven pero debido a que eran preponderantemente cultuales – aunque hoy más abiertas a la acción social – fueron parcialmente superadas por la Acción Católica (con sus diferentes grupos: Cruzada Eucarística Infantil (CEI), Juventud Obrera Católica (JOC), Juventud Católica Femenina (JCF), Jóvenes Católicos (JC), Mujeres Católicas (MC), Hombres Católicos) que entre los años treinta y cincuenta tuvo un liderazgo particular en el modo de hacer pastoral.
La Acción Católica sabía unir la devoción cultual del asociacionismo plurisecular con la proyección social de la pastoral moderna; sin embargo, la llegada del Concilio Vaticano II con la teología de Pueblo de Dios y el panorama cultural y social de los años sesenta motivó una necesidad: la conformación y consolidación de comunidades. Así pues, llegó la metodología de Comunidades Cristianas de Base (CCB) o Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), la Selección de Trabajadores Católicos (SETRAC), los Cursillos de Cristiandad y otras iniciativas. Lamentablemente, la lectura marxista de la realidad, el ánimo contestatario y la lucha de clases convirtió a muchas comunidades cristianas en asociaciones comunitaristas. En los años ochenta, la Congregación para la Doctrina de la Fe presentó dos Instrucciones (Libertatis nuntius, 1984 y Libertatis Conscientiae, 1986) en las que advertía de estos peligros y abogaba por una verdadera Teología de la Liberación concentrada en la liberación del pecado más que de estructuras políticas de poder evitando así una relectura política de la Sagrada Escritura.
En ese contexto y por aquella época en la que todos abogaban por la reforma agraria en Colombia, tuvo una considerable acogida la Acción Cultural Popular (ACPO) y en el ámbito urbano las Asambleas Familiares Cristianas (AFC), dos iniciativas que incentivaban la formación cristiana y humana del campesinado y de las familias en el contexto de la expansión de las ciudades. Les faltaba a estas iniciativas la organicidad y procesualidad que sería realidad tras la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo (1992) donde se incentivaron las Pequeñas Comunidades Eclesiales (PCE) a través de diferentes métodos como el Sistema Integral de Nueva Evangelización (SINE), el Proceso Diocesano de Nueva Evangelización (PRODINE) o el Proceso de Renovación y Evangelización (PDRE), entre otros.
Enseguida, Centroamérica se convirtió en abanderada de estos procesos y de allí llegó a Colombia el método SINE siendo la diócesis de Pereira la primera diócesis en acoger esta experiencia pastoral bajo el ministerio episcopal de Monseñor Fabio Suescún. Fue un polvorín; de un momento a otro muchas diócesis fueron acogiendo el Sistema y en sus planes de pastoral fue asumido el SINE no solo como una opción pastoral sino como el andamiaje del Plan en sí; por ejemplo, en el caso de la Arquidiócesis de Ibagué, el numeral 55 del Plan 2003-2009 anota que en el año 2003 de 42 parroquias existentes, en el 70 por ciento ya marchaba el SINE a cabalidad, es decir, en 30 parroquias. Ya en el último Plan Pastoral (2014-2020), 11 años después y tras la fundación de varias parroquias se percibe la desaceleración del proceso: en 2014 existía el SINE en 43 parroquias con 332 pequeñas comunidades (No. 16). En la actual evaluación de este Plan se ha llegado a conocer que tan solo el 40% de las parroquias continúan el proceso. Y este no es solo el caso de Ibagué sino de la gran mayoría de diócesis y arquidiócesis donde está presente el SINE.
De todos modos, los primeros quince años del SINE fueron una luna de miel para la pastoral parroquial: misiones sectoriales, formación de comunidades, predicación de retiros, constitución de equipos y redes de Nueva Evangelización, visita del equipo de la Red Nacional para dirigir los institutos, congresos diocesanos, encuentros nacionales, reuniones de obispos, etc. Los frutos de esa época de oro de la Nueva Evangelización se perciben aún: refuerzo en los ministerios de liturgia, pastoral social, catequesis, despertar del ímpetu misionero, conciencia del sostenimiento que deben brindar los laicos a las obras parroquiales y al sacerdote, etc. Sin embargo, desde hace aproximadamente un lustro, sobre todo en las diócesis pioneras, se empezaron a evidenciar algunos síntomas que ya se han señalado y que manifiestan una especie de recesión en el entusiasmo inicial.
No se trata, pues, de declarar el final del SINE sino de escuchar “los signos de los tiempos” luego de 25 años de camino en Colombia. ¿No contaremos aún con la madurez para decir: tenemos estas debilidades, debemos adecuar estos contenidos, es necesario actualizar esta pedagogía? ¿Por qué no preguntarnos si la misión proselitista es suficiente o si es necesario abrirnos a otros tipos de misión, sobre todo entre los alejados?, ¿nos habremos contentado con los cercanos y hemos olvidado a los alejados?; revisando el necesario relevo generacional para evitar el envejecimiento y muerte de las comunidades ¿por qué no pensar en una especie de “Escuela de Matías” para promover la integración de nuevos miembros y dejar el hermetismo?
Por: Pbro. Raúl Ortiz Toro Arquidiócesis de Ibagué rotoro30@gmail.com
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