Guías Homiléticas 15 Mayo / V DOMINGO DE PASCUA / Hch 14, 21b-27 / Sal 144, 8-9.10-11.12-13ab / Ap 21, 1-5a / Jn 13, 31-33a.34-35
Del santo Evangelio según san Juan 13, 31-33a.34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en Él. Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo los he amado, ámense también unos a otros. En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se aman unos a otros”.
Palabra del Señor.
AMAR LA CRUZ ES ASUMIR Y ABRAZAR EL SUFRIMIENTO
Pablo y Bernabé abren caminos de misión en las primeras comunidades, pero el protagonista, el motor, el animador de la misión es el Espíritu Santo; el mensaje no puede encadenarse al miedo de algunos en las primeras comunidades, a algunas personas que no aceptaron el mensaje (muchos judíos)… ¿Qué es lo que se busca en últimas en las primeras comunidades? Vencer los obstáculos de la evangelización. Tener el coraje e invitar a permanecer en la fe.
El camino que debe tomar la Iglesia en sus inicios, está atravesado por diferentes situaciones difíciles para llegar al reino de Dios, un cielo nuevo y una tierra nueva, es la figura de la esposa amada que espera y que sabe perseverar en medio de las luchas.
LA GLORIFICACIÓN
En el Antiguo Testamento, la gloria (en hebreo kabod) de Dios se expresa en su victoria sobre el Faraón (Ex. 14, 4.17) y de un modo especial en el monte Sinaí (Ex 33,18-22). La gloria (en griego doxa) del nacimiento de Jesús como el culmen de la revelación del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento, en Jesús, el Hijo de Dios se manifiesta la gloria, que se extiende a todos los hombres, que se manifiesta glorioso aquel que cumple la voluntad de mí Padre, es la manifestación gloriosa del Hijo de Dios como ser Divino (que revela el Reino de Dios) en sentido escatológico. En este contexto de los discursos de despedida de Jesús, Jesús es claro en su vida, nos habla con su testimonio de vida, si el Padre glorifica al Hijo, el Padre, a su vez, es glorificado en el Hijo. Pues El enseñó a los hombres el “mensaje” del Padre (Juan 17, 4-6), y le dio la suprema gloria con el homenaje de su muerte; que era también el mérito para que todos los hombres conociesen y amasen al Padre. La glorificación que es la “hora” de la pasión, muerte y resurrección en san Juan, se trata de un pasado que incluye el presente, esto nos indica que incluye la cruz, en palabras del papa Francisco asumir y abrazar la cruz, solamente así el Padre glorificará al Hijo y el Hijo será glorificado por el Padre. Es el camino de la victoria final que pasa por el sufrimiento y la cruz. Esto significa que no debemos rechazarla, debemos abrazarla, asumirla y saber que la cruz está en nuestra vida para encontrar la gloria definitiva de nuestra vida en la victoria definitiva sobre el mal y la muerte.
Pensemos que la vida verdadera y plena que no es otra que vivir a plenitud su divina voluntad, porque, “Jesús no prometió riquezas, poder, honores, salud, larga vida, ni longevidad a los creyentes, incluso la belleza, que las enfermedades y la vejez destruyen… lo que Jesús nos prometió es la vida para siempre, la vida eterna, donde no le temeremos a nada, donde estaremos libres de todo mal, donde no sufriremos ni moriremos, donde no se sufre por las despedidas ni por las llegadas.” (San Agustín, la promesa de la vida eterna). Este gran comentario de las promesas del Señor, que fundamentalmente viene a traer vida eterna, nos invitan a tener en la vida el amor a la verdadera cruz, no temer a nada ni a nadie, porque nada nos podrá separar del amor de Dios (Rm 8, 35-39), porque Jesús es el camino que nos lleva a buscar la verdadera victoria del bien sobre el mal, de la resurrección sobre la muerte y de su gloria sobre todas las cosas porque el amor de Dios supera el amor humano y su búsqueda terrenal.
EL MANDAMIENTO NUEVO
Cristo les deja, no un consejo, sino un “mandamiento” y “nuevo”: el amor al prójimo. Esto nos invita a reflexionar sobre el tipo de relaciones que tenemos nosotros, a veces no tenemos una buena relación con los hermanos en la fe o con los hermanos en la vida, puede ser de sangre o de comunidad o de trabajo. ¿Qué tipo de relaciones tenemos hoy en día? Acaso surge aquí, evocado por las ambiciones de los apóstoles por los primeros puestos en el reino, lo que hizo que, con la “parábola en acción” del lavatorio de los pies, les enseñase la caridad. Y este mandato de Cristo es “nuevo,” porque no es el amor al simple y exclusivo prójimo judío, cómo era el amor en Israel (Cfr. Lev 19, 18), sino que es amor universal y basado en Dios: amor a los hombres “como Yo (Cristo) os he amado.” Esto nos lleva a reflexionar en relación al pastor con su rebaño, parafraseando al papa Francisco, el verdadero sentido de las relaciones debe ser una relación basada en la ternura, en el amor, en el conocimiento recíproco y en la promesa de un don inconmensurable: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Y será al mismo tiempo una señal para que todos conozcan que “sois mis discípulos.”
El amor fraterno es el que revela al discípulo de Cristo.
LA CARIDAD Y EL DISCIPULADO
“Amemos el mundo, pero pongamos por encima el amor por quien lo creó. El mundo es hermoso, pero quien lo creó lo es más; el mundo es atractivo, pero quien lo creó es más fascinante” (San Cesáreo de Arlés, ¡Que cada uno coja su cruz y lo siga). En palabras del Siervo de Dios Rafael García Herreros “embellezcamos el mundo…nuestro pequeño mundo, nuestra ciudad, nuestro pueblo” (Rafael García Herreros, Cjm. Hermanos de los hombres, centro carismático el Minuto de Dios, P.137) Pero debemos empezar por nosotros, la caridad comienza por casa, nuestra casa, nuestro amor como relación fraterna entre los hermanos, en las koinonias de las casas de formación se viven encuentros íntimos de profundo respeto y armonía… como concepto teológico alude a la comunión eclesial y a los vínculos que esta misma genera entre los miembros de la Iglesia y Dios, revelado en Jesucristo y actuante en la historia por medio del Espíritu Santo… Aunque es normal apuntar a ser: ¡Los discípulos del Hijo de Dios! Pues, siendo tan arraigado el egoísmo humano, la caridad al prójimo hace ver que viene del cielo: que es don de Cristo. Y así la caridad cobra, en este intento de Cristo, un valor apologético. Tal sucedía entre los primeros cristianos jerosolimitanos, que “tenían un solo corazón y una sola alma” (Hech. 4, 32). En las cartas de san Juan Eudes dirigiéndose a los sacerdotes de la Congregación en misión en Gatteville sobre la fidelidad que es preciso tener en los ejercicios de piedad París, junio de 1650: “Les ruego que los ejercicios que miran directamente a Dios… Así, amémonos mutuamente, no solo de palabra y con los labios, como lo hacen los del mundo, sino con obras y de verdad (1 Jn 3, 18), como deben hacerlo quienes son en verdad hijos de Dios. Para que esta palabra del Espíritu Santo quede gravada en nuestro corazón y en nuestras palabras y acciones: Humíllate en todo y encontrarás gracia en Dios, pues sólo al él le pertenece el poder, y es honrado por los humildes (Sir 3, 20).”.
Tertuliano refiere que los paganos, maravillados ante esta caridad, decían: “¡Ved cómo se aman entre sí y cómo están dispuestos a morir unos por otros!” Y Minucia Félix dice en su Octavius, reflejando este ambiente que la caridad causaba en los gentiles: “Se aman aun antes de conocerse”. Definiendo la caridad, algunos pensadores nos han aportado: Está de tal manera animada del espíritu de caridad, dice San Francisco de Sales: “que en todo y por todo sólo respira dulzura, suavidad y benignidad y por esto es propia para toda clase de personas, nacionalidades y complexiones.” Y san Juan Eudes al hablar de la caridad nos dice: “La regla de las reglas es la caridad. Ella debe ser el alma de esta comunidad. Cada uno cuidará de conservarla más delicadamente que la pupila de sus ojos”. El santo no se extiende menos sobre la caridad que sobre la religión, y por caridad entiende aquí, como en sus otras obras, el amor al prójimo. Esta virtud tiene una esencial importancia en las comunidades religiosas donde sólo ella puede mantener la paz, la unión y la alegría que constituyen su fuerza. El P. Eudes la miraba como “la regla de las reglas” y quería que ella fuera el alma de su Congregación. Recomienda a los Superiores poner todo su empeño en hacerla reinar a su alrededor. (Cfr. P. Álvaro Torres, Cjm/obras-completas/tomo-09_-_historia-de-las-constituciones.pdf). Que tratemos la caridad y cuidemos de la misma como a la niña de los ojos es fundamental llevarlo a la practica en nuestras comunidades, porque solamente se debe considerar al amor el que se los ha inspirado y sólo tienden a desarrollar en su corazón la divina caridad. Es practicar la caridad con todo el mundo, sobre todo con nuestros hermanos, con los pobres, con nuestros enemigos, en fin, aprovechar el tiempo que huye con rapidez, para cumplir toda clase de buenas obras.
LA CARIDAD FRATERNA
“…Es espíritu de caridad fraterna y cordial hacia el prójimo, especialmente por los hermanos de la Congregación, y por los pobres; y de celo por la salvación de las almas. Es espíritu de virtud, para amar todas las virtudes y practicarlas sólidamente en el espíritu de Jesús como está explicado en el libro del Reino de Jesús” (San Juan Eudes, carta al Padre Simón Mannoury en Coutances, a propósito de un postulante admitido a la probación Corbeil, abril‐mayo de 1651).
VIVIR PARA AMAR, VIVIR PARA MORIR
Que nos invita a pensar que el final del camino -o de esta parte del camino- será la misma para todos. Coincidencia que trae pensar en preguntarnos todos los días: ¿la vida para qué? ¿la muerte para qué? ¿Vale la pena creer en la vida eterna? ¿Vale la pena creer en el amor eterno? La vida, la muerte, creer, amor eterno, así, a primer plano de la conciencia no se nos hacen esquivas dar respuestas a tantas preguntas; que invita a reflexionar sobre la vida y la huella que todos dejaremos un día. Provocación que invita a plantearse, con sinceridad, que nuestro tiempo es limitado, nuestra vida una, y nuestras decisiones tienen un punto de definitivo e irrevocable en la manera en que van configurando el mundo, al menos la parcela del mundo en que echamos raíz. Qué ha de venir después, no lo sabemos muy bien. Pero la eternidad, lo que quiera que sea, empieza ya mismo. Viviendo de tal modo que hagamos nuestra vida eterna. ¿Es la ternura un límite? ¿Es bajar la guardia y mostrarme vulnerable? Puede ser. Tal vez en nuestro mundo sea más prudente aislarse tras un muro de indiferencia, de frialdad, de distancia. Pero, en el evangelio, me invitas a aprender de Ti, Señor… Y te veo tocando a los heridos, acariciando a los leprosos, levantando del suelo a los caídos, riéndote en la mesa, rodeado de gente cercana. Te veo pasar el hombro por el brazo del amigo, consolar al que llora. Te veo mirando a la gente a los ojos y adivinándoles las heridas de dentro. Y entonces quiero ser como tú, Señor. Quiero abrir los brazos y la entraña, para hacer de mi vida un espacio de encuentro, de mis ojos un faro en la noche, de mi palabra un canto en la tormenta.
CAMINO SINODAL
El papa Francisco, ha expresado en repetidas ocasiones en sus discursos el amor a la cruz, para entrar a la gloria del Señor, debemos asumirla, llevarla… con amor, incluso abrazarla, este es el sentido de la vida, la alegría y el motivo principal, el motor de la vida espiritual. La espiritualidad Eudista centrada en el corazón de Jesús y María y la espiritualidad García-herreriana con énfasis en la meditación del Verbo de Dios y el misterio de la encarnación. Jesús ha puesto (en la cruz) su alegría y paraíso: la sanación del pecado y el dolor al pecado. Del paraíso, puesto que es recreada en la cruz nueva humanidad, nueva alianza, la sabiduría escondida en la cruz.
Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”. En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir en la Cruz. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que lloran la trágica pérdida de sus hijos. Jesús se une a los que sufren al ver a sus seres queridos víctimas de paraísos artificiales como la droga. Con su cruz Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. (Cfr. Papa Francisco)
AMAR LA CRUZ
La vida de San Juan Eudes, estuvo marcada por la cruz. Consideraba sus problemas y sufrimientos como gracia especialísima de Dios. El es quien dice que «debemos dar gracias a Dios por todas las desolaciones, porque son los más grandes dones que Dios hace en este mundo a los que ama» (San Juan Eudes, OC X, 532-533). El es quien recomienda: «Consideren todas las dificultades y contradicciones como un don muy precioso de la Divina Bondad» (San Juan Eudes, OC VII, 212). Es decir, los pasajes de cruz en la vida de Juan Eudes son siempre mirados como gracia: «Encontrándome varias veces en grandes peligros de perder la gracia de mi Dios y de caer en el infierno del pecado, él me ha preservado; la Divina Misericordia me ha hecho pasar por un gran número de tribulaciones, que es uno de los más grandes favores que ella me ha hecho; en el año 1661 y 1662 Dios me hizo la gracia de darme varias grandes aflicciones, algunas por parte de la maledicencia y calumnias del mundo, otras de parte de algunas personas que me eran muy queridas. Le ha placido al Señor enviarme igualmente una gran enfermedad que duró seis semanas, a través de la cual me hizo grandes gracias» (San Juan Eudes, OC XII, 103-135).
EXISTIMOS DESDE EL ILIMITADO
“Nos imponen límites y nos empequeñecemos, pero vivimos en comunión con el ilimitado. Dudamos de nosotros y nos devaluamos, pero vamos bajo la mirada de la Bondad. Nos dividimos nos enfrentamos, pero todos recibimos la vida desde la Unidad. Nos clasificamos en perfectos y deformes, pero todos somos habitados por la Belleza. Tememos nuestra oscuridad nos escondemos, pero somos iluminados por la Verdad. ¿Quién puede poner límite al amor de Dios por nosotros? ¿Quién puede ponernos límites si sólo podemos ser en el amor de Dios?” (Benjamín González Buelta, Sj).
Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm
Sacerdote Eudista
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