La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), son las palabras de Jesús en el discurso de despedida y que nos indican que tenemos que trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz. Esta paz interior y exterior no depende de nuestro esfuerzo y méritos, sino de la gracia de Dios. Durante la celebración de la eucaristía el sacerdote dice: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ‘la paz les dejo, mi paz les doy’, no mires nuestros pecados sino la fe de la Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad”. Luego extiende las manos y nos dice: “La paz del Señor sea siempre con ustedes”. ¿Qué es esta paz? Es un maravilloso regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre para nosotros y que nos quiere dejar para que vivamos en comunión y unidad. De nuestra parte está la responsabilidad de aceptarla, acogiéndola como don de Dios para nuestra vida.
Cuando aceptamos a Jesucristo en la vida personal y familiar, brota del interior el deseo de trabajar y construir la paz; como consecuencia de ello seremos llamados por el mismo Señor, bienaventurados. Así lo expresa Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), esta es la tarea de todo cristiano, ayudar a que todos vivamos en paz. Llegar a trabajar por la paz presupone que reinen en nuestro corazón las demás bienaventuranzas. Cuando tengamos la confianza puesta solo en Dios desde la pobreza evangélica, cuando tengamos el alma limpia de todo pecado, comenzamos a tener paz en nosotros mismos y también la podemos ofrecer a los demás.
Quienes trabajan por la paz son bienaventurados, porque primero tienen la paz en su corazón y después procuran ambientes de paz entre los hermanos que están en división y conflicto. Para trabajar por la paz y transmitirla a los otros, se necesita tener en el corazón todas las cosas ordenadas, dejar entrar todas las virtudes, desde la fe, la esperanza y la caridad que nos ponen en paz con Dios y luego las demás virtudes que rigen toda la vida del creyente y lo ponen en actitud de acogida del hermano. Desde un corazón que está limpio, que está en gracia de Dios, es posible trabajar por la paz, recibiendo cada uno la paz que Jesucristo nos ha dejado y que nos conduce al encuentro con Él.
Del 5 al 12 de septiembre celebramos la semana por la paz, en donde nos disponemos a rezar por la paz tan anhelada por todos y a trabajar para que vivamos en familias perdonadas, reconciliadas y en paz. Se necesitan corazones perdonados y reconciliados con Dios y con los hermanos para que podamos tener una paz verdadera, estable y duradera. Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla. En Colombia sabemos de la necesidad que tenemos de la paz, pero no podemos olvidar que es un don de Dios y que trabajar por la paz, nos hace hijos de Dios y hermanos entre sí. Mientras no tengamos este principio cristiano bien anclado en el corazón, todos los esfuerzos meramente humanos que hacemos por conseguir la paz, quedan a mitad de camino y desfallecen en la mitad del sendero.
Se necesita amar la paz, que en la vida concreta es amar a Jesucristo, príncipe de la paz y tenerlo en el corazón de hijos de Dios. En este trabajo intenso y desde el corazón, tenemos la certeza de un premio: “bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), sabiendo que el Padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia, si no vivimos en paz entre todos por medio de la caridad fraterna, trabajando por crear armonía y unidad en nuestro entorno.
Esta es la misión de Nuestro Señor Jesucristo, conducirnos a la paz, reunir a los que están dispersos y divididos y establecer la paz entre los que crean divisiones. Sobre todo, su misión es devolvernos la paz con Dios, perdida a causa del pecado, poniendo en nuestro corazón la gracia para vivir en la presencia permanente de Dios, sabiendo que somos pacíficos cuando en nosotros no hay nada que se oponga a Dios y todos estamos cerca del Señor, así lo expresa el Apóstol san Pablo: “mas ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos, han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz… para crear en sí mismo… un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca” (Ef 2, 13 – 15).
Nuevamente Jesucristo necesita que lo dejemos obrar en nuestro corazón y que lo dejemos entrar en nuestra vida: “mira que estoy a la puerta y llamo. Cuando alguien me oye y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3, 20), esta es la clave para vivir perdonados, reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad.
Para todos, mi oración y mi bendición.
Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta
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