Guías Homiléticas -- SANTÍSIMA TRINIDAD:
Pr 8, 22-31 / Sal 8, 4-5.6-7.8-9 / Rm 5, 1-5 / Jn 16, 12-15Del santo Evangelio según san Juan 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que recibirá y tomará de lo mío y se lo anunciará”.
Palabra del Señor.
SANTÍSIMA TRINIDAD: LOS BRAZOS DE DIOS SIEMPRE ESTÁN ABIERTOS, Y JESÚS RESUCITADO, ENTREGÓ SU ESPÍRITU A LA IGLESIA PRECISAMENTE PARA CUMPLIR SU MISIÓN
EL GRAN REGALO A NUESTRA IGLESIA
En el libro de los proverbios se hace énfasis en el origen de la sabiduría, incluso ya existía antes de la creación del mundo. Dios es el Padre creador de todas las cosas en el cielo y en la tierra, ha hecho todo por amor, creó el mundo por amor, creó al hombre por amor y sopló sobre la creación y sobre el primer hombre por amor. Porque la sabiduría viene del amor del Padre que comunica la vida a la persona humana. Dios se comunica creando, toda la inteligencia humana, todos los descubrimientos son la manifestación de esa sabiduría.
es la sabiduría la que ha permitido crear y recrear en el hombre, el lenguaje y el hombre que piensa. Las grandes revoluciones sociales o culturales han tenido en los libros la chispa originaria de su alborear y también de su caída porque, al parecer, todo cuanto somos y hacemos son hechos del lenguaje, ya que el lenguaje marca el comienzo de la existencia del Homo sapiens; del hombre que piensa, mediante la palabra o el logos de los griegos (Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, Mártir, p. 9).
La segunda lectura de san Pablo a los Romanos, nos muestra que nada nos puede hacer evitar contemplar y vivir el amor de Dios, manifestado a todos los hombres, ni siquiera el pecado, porque Cristo nos redimió del mismo. Porque por medio de Cristo hemos conocido el amor del Padre que ha derramado en los corazones el Espíritu Santo.
La plenitud del tiempo pascual
A partir de Pentecostés llega la plenitud del tiempo pascual, cuando Jesús y el Padre han entregado lo más íntimo de sí, el amor infinito del uno por el otro, el Espíritu Santo, nos guía “hasta la verdad completa” (16, 13). Es pedagógica, parafraseando al P. Fidel Oñoro: “Hay un leve matiz en la frase: “Los guiará progresivamente”. Se trata de una labor de inducción, hecha poco a poco. Y está centrada. Su horizonte es la “Verdad”. Se trata de la “Verdad” de la presencia del amor de Dios en el mundo, llevada a cabo en el Verbo encarnado (“Yo soy la Verdad” 14, 6). Es completa. El objetivo que pretende alcanzar es “la Verdad completa”: se trata de una globalidad, o mejor, de una visión global y perfecta de la obra que Dios –en su fidelidad con la creación y el pueblo con el cual hizo alianza– ha querido llevar a cabo” (Fidel Oñoro, cjm).
La meta de todos nosotros es alcanzar a Jesús, pero solos no la alcanzamos nunca, solo detrás del Maestro podemos alcanzar la meta de ser sus discípulos, necesitamos de constancia, perseverancia. Hoy la Iglesia celebra la comunión trinitaria como paradigma de toda comunidad eclesial. ¿Creer en la Trinidad tiene su verdadero significado al hombre de hoy? En la raíz de todo lo que existe y subsiste hay un movimiento, hay un proceso de vida, de amor. La verdad está de lado de la comunión y no de la exclusión.
Creer en la Trinidad
La vocación en una comunidad y su carisma se va descubriendo en la medida que nos confrontamos con la opción por una comunidad. La centralidad es Jesús: nosotros nos enamoramos no de una ideología, ni de un libro, ni siquiera de una doctrina o una letra muerta… sino de la fuente de la verdad, la Santísima Trinidad. La fidelidad al carisma en las comunidades debe ser el motivo principal para integrar una comunidad y el motor de la vida fraterna, el amor o la caridad, que en últimas son lo mismo, son olvidar sus acentos. “La regla de las reglas es la caridad, debemos tratarla y cuidarla como a la niña de los ojos” (San Juan Eudes).
EL PADRE NOS ABRAZA
El misterio del Padre de su amor es entrañable, misericordioso como el Padre que recibe al Hijo pródigo, el Padre nos abraza nos busca y nos llama cada uno por su nombre como lo hizo con los discípulos y un punto muy importante, que de pronto nuestro cristianismo no ha tenido como centro, es que el Padre nos ama tal como somos, que el Padre nos ama y nos recibe y nos perdona y siempre una y otra vez nos vuelve a recibir con los brazos abiertos del perdón y del amor que sana las heridas internas del corazón.
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EL HIJO NOS ABRAZA EN LA CRUZ
El Hijo nos abraza en su Cruz, porque el Hijo nos redimió del pecado, el Hijo escuchó a su Padre, tuvo una relación fundada en el amor, una relación cercana tanto que lo llama: “Abba” qué significa “papito”, a través del Hijo podemos acercarnos al Padre, el Hijo se entregó por nosotros en la cruz, nadie tiene tanto amor que Aquel que da la vida por nosotros en la cruz y quiere que nosotros hagamos lo mismo por los demás, Él nos abraza en la cruz y nos espera con los brazos abiertos en el encuentro definitivo de nuestra vida.
EL ESPÍRITU SANTO, NOS ABRAZA EN EL FUEGO DE SU AMOR
El patriara Ignacio IV de Antioquía dijo: “El Espíritu es, personalmente, la novedad en acción en el mundo; es la presencia de Dios con nosotros junto a nuestro espíritu (Rm 8,16). Sin Él, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia es una pura organización, la autoridad es tiranía, la misión es propaganda, la liturgia es simple recuerdo, y la vida cristiana es una moral de esclavos. Pero en el Espíritu…, el cosmos es liberado…, Cristo resucitado está aquí, el Evangelio es una fuerza vivificadora, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación y la acción humana es divinizada.” (I Hazim; J. Alviar, 36). Fue a partir de la Resurrección como el Espíritu Santo se manifestó grandemente a través de signos, dones y carismas para edificación de la Iglesia.
Gracias al Espíritu que orienta al Padre y a su Hijo Jesús y que habita en cada uno de nosotros con su presencia es real y misteriosa.
El pecado es como un “virus”, afecta nuestra vida y la del otro, porque el virus tiene su consecuencia en la humanidad, en el caso del pecado en la sociedad y en la comunidad, en el caso de la informática el sistema debe tener un buen “antivirus” para entrar en “cuarentena” en caso que sea muy fuerte o si no daña el sistema. En el caso del pecado, necesitamos un “nuevo corazón”, alimentarnos de las armas del Señor: la fe, su palabra, la Eucaristía para que el Señor nos proteja del mal, nos preserve, la comunión es el “antivirus” para estar en comunión con el Señor. Por eso él capacita a sus apóstoles (ministros) en la autoridad para “atar o desatar” y “perdonar o retener” como un llamado pedagógico para cambiar y mejorar, por eso es importante dejarnos recrear por el Señor, si desconocemos la realidad desconocemos los problemas de la realidad, suele pasar con personas “moralistas” que desconocen la realidad, no la interpretan o no la saben leer, las entrelineas en la historia, son los signos de Dios, que debemos saber leer, pero sin desconocer la realidad y la posibilidad de mejorar y asumir en la vida los derechos y los deberes que todos tenemos.
LA IGLESIA ABRAZA, NOS ABRAZA A TODOS
La vida cristiana debe ser también comunitaria no podemos vivir aislados de los demás, estamos invitados a imagen de la Trinidad a construir “juntos” una comunidad fraterna, esto es, la mejor comunidad es la Trinidad porque es la relación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la mejor comunidad. La vida comunitaria se hace en la relación del amor, fundamento de la Trinidad. San Cipriano, teniendo en cuenta nuestra identidad eclesial, nos define la Iglesia como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (DE ORAT. Dom. 23 y Lumen Gentium 4). Esta es la invitación del proceso sinodal que afiancemos nuestra comunidad y participación en las comundiades, fundamentanto nuestro corazón en la unidad de la Trinidad.
EL PAPEL DE MARÍA QUE NOS ABRAZA COMO MADRE
CAMINO SINODAL
La comunión de la Santísima Trinidad y de amor perfecto está presente en las Santísima Trinidad: la relación de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; en ellas reconocemos el modelo de Iglesia en la que estamos todos llamados a “ser” Iglesia, esto es afianzar nuestra comunión y participación como discípulos misioneros, que tiene como único fundamento la unidad de la Trinidad. La misión de la Iglesia parte de nuestra propia relación con la Trinidad y del compromiso que adquirimos desde el bautismo
“Nadie ha visto jamás a Dios” (1Jn 4, 12). Dios en invisible; no hay que buscarlo con los ojos, sino con el corazón. Que nadie se haga una idea de Dios con el juicio de los ojos: sería la imagen de una forma inmensa que se extiende en el espacio de manera inconmensurable; como la luz de nuestros ojos, Él se extiende al infinito. O bien sería un viejo de aspecto venerable. Debemos evitar esta clase de pensamientos. Si queremos ver a Dios, disponemos de la idea apropiada: Dios es amor
¿Qué rostro tiene el amor? ¿Qué forma, qué estatura, qué pies, qué manos? Nadie lo puede decir. Y, sin embargo, tiene pies que conducen a la Iglesia; tiene manos que dan al pobre; tiene ojos que miran al necesitado. Dice el salmo: “Dichoso el que mira por el necesitado y el pobre (Sal 40, 2)” (SAN AGUSTÍN, la forma del amor).
“El amor de Dios es tanto lo que impide la desigualdad como lo que crea la igualdad entera. Si en la tierra y entre los hombres puede haber un amor tan grande que muchas almas se hacen una sola, ¿cómo no habrá también ese amor entre el Padre y el Hijo, ya que ambos son siempre inseparables y de este modo son un solo Dios? Allí, de muchas almas se hizo una sola, gracias a una inefable y suprema conjunción; aquí igualmente, por la misma razón, las personas divinas se hicieron no dos dioses, sino un único Dios…” (…) (SAN AGUSTÍN, Sermón a los catecúmenos sobre el credo 1, 4: PL 40,629).
Oración de perdón al contemplar los excesos de la divina Bondad
(Entretiens Intérieurs de l´Âme chrétienne avec son Dieu. 2, 137).
¡Oh exceso de bondad, Amor eterno e inmutable!
¡Gracias eternas te sean dadas por todas tus criaturas!
Ay, Dios mío, demasiado tarde empecé a conocerte y a amarte, y puede ser que todavía no he comenzado a hacerlo como es debido; y si he comenzado.
¿Cuántas interrupciones en este tiempo?
¿Cuántas inconstancias e infidelidades?
¿Cuántas frialdades y cobardías?
¿Cuántas ingratitudes y ofensas?
¡Misericordia, Dios mío, con este pecador ingrato y pérfido!
¡Sí! Quiero de ahora en adelante emplear, con tu gracia, todos los momentos de mi vida para servirte y amarte.
Para esto, quiero disponer y organizar mi tiempo y mis ocupaciones de tal manera que todo sea empleado y consagrado a tu gloria.
Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm
Sacerdote Eudista
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