En el tiempo de la cultura de la comunicación, del auge de las redes sociales y de los medios que tenemos a disposición, podemos decir que todos estamos informados, aunque superficialmente y eso significa que, al mismo tiempo, estamos desinformados y en medio de una saturación de mensajes que no generan esperanza. La crisis que vive nuestra humanidad tiene un principio y un fin, sabemos que no será para siempre, aunque a veces pensamos negativamente que no habrá una luz al final del túnel.

Pero cuando escuchamos al papa Francisco, sus palabras nos dan una dosis de esperanza, en medio de la saturación y sobrecarga de diferentes medios. Sus mensajes nos recuerdan que nacimos y vivimos una vida efímera, y debemos reconocernos como seres humanos que experimentan fragilidad ante las tempestades.

Al hombre de hoy le cuesta aceptar su realidad finita y corre siempre el peligro de creerse omnipotente como nos lo recuerda el pasaje del Génesis: “La serpiente replicó a la mujer: no morirán. Bien sabe Dios que cuando coman de él se les abrirán los ojos y serán como Dios en el conocimiento del bien y el mal” (Gn 3, 5). Esta pandemia ha permitido abrir las ojos de las personas ante esa tentación: “…de forma inesperada e inminente, irrumpió la crisis del dichoso coronavirus… que puso patas arriba nuestras vidas y nuestras agendas“… Enseguida detecté que, debajo de tanta avidez de noticias, inusitada excitación, crítica amarga, memes y vídeos ingeniosos, se escondían, tal vez como mecanismo de defensa, el miedo, el sentimiento de fragilidad y la inseguridad que la grave situación de crisis estaba provocando en nosotros… Porque una crisis siempre desafía la esperanza” (Fernando Prado Ayuso, Tejer historias, Publicaciones Claretianas).

¿Cuáles son los desafíos en este tiempo de pandemia? ¿Cómo mantener la esperanza que está presente en cada corazón por la fe que profesamos en Cristo Jesús? Tal vez sean motivadoras o inspiradoras estas ideas:

  1. Una espiritualidad a la carta y al gusto del receptor.

Por este tiempo se ha hecho énfasis en las videoconferencias, los mensajes a través de redes sociales, los grupos y cadenas de WhatsApp, las misas en streaming, y de esa manera mantener el espíritu vital de todas las personas en casa, desde el niño hasta el adulto. La Iglesia virtual esta en cada cena, en el balcón, en el patio y en la sala ya sea durante el ejercicio, el aseo o incluso en la comida; todo está en la familiaridad del discurso que llega al corazón, como los discípulos de Emaús, que lo reconocieron al partir el pan, ahora nosotros lo reconocemos en la casa-hogar como hoguera de amor e Iglesia doméstica.

  1. Del encuentro social al encuentro virtual.

Naturalmente por esta emergencia muchos tienen que pasar más tiempo frente al computador y las relaciones son más virtuales. ¿Son las nuevas y únicas maneras de relacionarnos de ahora en adelante? Debemos estar atentos a no perder nuestra identidad y que esto nos ayude, en cambio, a valorar más nuestros encuentros y saber que jamás pueden ser reemplazados por gestos virtuales. Hasta hoy algo que preocupaba es que cada vez el hombre estaba más solo y se habían perdido muchos espacios de convivencia, diálogo, encuentro con la otra persona. Este tiempo nos ayuda a comprender que no podemos acostumbrarnos al aislamiento y que un medio jamás puede reemplazar ese contacto directo y el calor humano. El contacto humano es importantísimo, somos una cultura de continuo contacto, celebramos siempre la vida: un cumpleaños, una reunión familiar, una oración en comunidad, etc. En este tiempo de la telemedicina, el teletrabajo, la videollamada, la teleconferencia, se pueden valorar y añorar las celebraciones con una gran asamblea, las conferencias en salones, el saludo, el abrazo… eso que nunca podrá pasar. Ojalá esta realidad virtual no nos haga menos humanos, porque siempre necesitaremos de la comunidad pues todos estamos en la misma barca, parafraseando al papa Francisco. En definitiva, somos seres humanos de contacto, que por el momento añoramos volver a sentir el abrigo del “otro” que nos hace sentir el amor de la cercanía, volver la mirada a lo que nos hace más humanos y menos insensibles frente al dolor y el sufrimiento.

  1. El servicio y la solidaridad en época de la esperanza.

Hoy la esperanza se sigue comunicando de manera sencilla y por la gente sencilla. Nada contagia más que el testimonio de vida. “La vida que no sirva, no sirve”, acaba de decir el papa Francisco en el Domingo de Ramos, que ha sido el más raro de nuestras vidas. “Y esta sociedad, prepotente y presuntuosa, que es capaz de emocionarse con el testimonio de quienes combaten la pandemia en hospitales, calles, residencias y supermercados, no es inmune al contagio del amor. A veces, desde nuestras trincheras, no nos lo parece, pero es así” (Fernando Prado Ayuso, Tejer historias). Es la espiritualidad del servicio y la solidaridad que propone la obra del Minuto de Dios, es el testimonio de personas que quieren ayudar a otros que poseen menos recursos. Por eso, se han entregado en todo Colombia más de diez mil mercados en un mes, en diferentes ciudades y apoyados por otras empresas, que con transparencia han llegado al corazón de muchos necesitados. Al igual que la universidad que donó novecientos computadores, gracias a la ayuda solidaria de sus colaboradores, para que los estudiantes pudieran seguir sus trabajos por internet. Además, la Iglesia en Colombia a través de la Fundaciones de los Bancos de Alimentos ha llegado a muchas personas necesitadas con su ayuda y cada comunidad religiosa, a su manera, se ha mostrado solidaria para paliar las necesidades de nuestro pueblo. Esto nos hace pensar que todavía existe gente entregada y solidaria que trabaja desinteresadamente por los pobres.

  1. La sanación “interior” a través de la consejería y acompañamiento espiritual.

Por estos tiempos de pandemia, la necesidad de ser escuchados se hace más urgente y por eso se ha llegado, a través de diferentes medios, a la escucha espiritual. Las personas llaman a las líneas aló Jesucristo, a las líneas de escucha o a sus consejeros espirituales, porque necesitan, ante todo, sentirse “personas”, quieren comentar sus problemas, y, aunque estén rodeados de su familia, a veces se sienten solos, por eso acudir a una mano amiga no está de más. Y esto es muy importante, especialmente para los pastores de nuestra iglesia o para quienes acompañan espiritualmente a las personas, a veces por medio de una conversación sencilla o un pequeño consejo, el Señor está sanado el corazón de sus hijos y aliviando las cargas. Es increíble el bien que se hace cuando también se acude a este tipo de acompañamientos. El apoyo en momentos de dificultad es clave. Citando y recordando a Jorge Bucay, en su libro Empieza hoy el resto de tu vida nos dice que: “No se trata solo de reconocer alguna frustración o hecho doloroso, pues la vida de todos la incluye y la incluirá; se trata, más bien, de la represión –consciente o no; por mandato o por imitación– de los sentimientos ligados a esos episodios”. En el fondo todos necesitamos sentirnos amados y escuchados para superar momentos de la historia que crean angustia e incertidumbre.

  1. Saborear la vida, como se saborea una café.

Por estos lados del Continente todos conocemos lo que es el tiempo libre para salir a caminar, leer, escuchar música, hacer deporte, compartir un café, etc. Recuerdo un amigo de Guatemala al que invité a degustar un café y para mi sorpresa se lo tomó de un sorbo; yo quedé perplejo, sin palabras, entonces me senté y le expliqué lo que significaba en Colombia invitar a un café y el sentido que tiene compartir un “tinto” con los amigos. No es el café en sí mismo sino aprovechar el momento para el diálogo, para compartir la vida, para reírse de una anécdota. Son momentos de la vida que en esta época de confinamiento se empiezan a valorar aún más, especialmente porque responden a una cultura del encuentro. Y ese “encuentro” es el espacio que se volvió a conquistar en muchas familias, teniendo un ambiente propicio para narrar las propias historias. Si una enseñanza nos deja este tiempo de pandemia es el haber aprendido a valorar el tiempo que se pasa con la familia, incluso para los religiosos con los hermanos de comunidad. Generar la cultura del encuentro, escucharnos mutuamente y dejar que el otro narre su propia historia debe ser la próxima conquista del ser humano. El papa Francisco dedicó el Mensaje para las Comunicaciones de este año 2020 al tema de la narración y decía algo interesante para meditar: “Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros”.

En definitiva “No solo hay hambre de cosas materiales (las necesidades básicas del alimento, el vestido, la casa, el status profesional, etc.), también hay otras “hambres”, como por ejemplo: hay hambre de la verdad (y no olvidemos que sólo en Jesús se encuentra la verdad de Dios); hay hambre de vida (y no olvidemos que solo en Jesús encontramos vida en abundancia); hay hambre de amor (solo en Jesús se encuentra el amor de supera las heridas del pecado y la separación final de la muerte). Solo Jesús puede satisfacer esa hambre más profunda que nos mantiene constantemente insatisfechos” (Fidel Oñoro, cjm).

Estos desafíos, puestos en la mesa por la situación que hoy vive el mundo entero, no son más que una ocasión para dar una respuesta pastoral y orientar a las personas hacia los auténticos valores de la vida. Esta vida que hoy nos ha puesto de frente a nuestra realidad, a nuestra fragilidad y a distinguir lo que es relativo de lo absoluto. En el camino de la esperanza seguimos, paso a paso, a Jesús, escuchando su Palabra, y apropiándonos de su mensaje que nos genera nueva vida e ilumina el tiempo que vivimos.

Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm 
Sacerdote Eudista

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