Guías Homiléticas
18 julio / XVI Domingo Ordinario / Jr 23, 1-6 / Sal 22 / Ef 2, 13-18 / Mc 6, 30-34
Del Evangelio según san Marcos “Cuando los apóstoles regresaron de su misión y se reunieron con Jesús, le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces les dijo: “Vengan ahora ustedes a un lugar solitario y despoblado y descansen un poco”.Palabra del Señor
La invitación de Jesús
¿Por qué van a un lugar despoblado o solitario? Jesús tiene una reacción inmediata: quiere hablar a solas con ellos (Vosotros solos). Veníos recuerda la primera llamada al seguimiento (1,17); el lugar despoblado/desierto alude a la ruptura con los valores de la sociedad (1,35.45); el término aparte indica que Jesús pretende de nuevo subsanar la incomprensión de los discípulos (Cfr. 4,34). El verbo «descansar» se usa en Isaías 14,3 LXX para significar la liberación que hizo Dios de la esclavitud de Babilonia; Mc alude a este pasaje para indicar que Jesús quiere “liberarlos” de la ideología que los domina, impidiéndoles el seguimiento, esta liberación evoca al AT, de la esclavitud de los egipcios, esclavitud del pecado, pensemos un momento en nuestra vida que necesitamos liberar para acercarnos al Señor o que nos impide seguirlo, a veces nos dejamos llevar por las cosas materiales y nos esclavizamos de una tarjeta de crédito, de un préstamo en el banco, del confort social, etc… La circunstancia que motiva la invitación de Jesús es la mucha gente que los visita para tomar contacto con el grupo. Por su espíritu reformista y nacionalista, la actividad de los Doce ha causado gran revuelo y suscitado falsas esperanzas. Esta gente no va a ver a Jesús (Cfr. 1,32.45; 3,7; 4,1; 5,21), es el grupo como tal el que recibe numerosas adhesiones (eran muchos). La necesidad que tienen los discípulos de asimilar el mensaje (comer, cfr. 3,20) se ve frustrada por el tráfago de gente; ellos posponen el «comer», es decir, la instrucción de Jesús, para atender a los que acuden; absorbidos por esa actividad, no tienen tiempo para estar con Jesús. El entusiasmo que los circunda los ciega. Jesús interrumpe la euforia.
Capacidad de identificarse con el otro
Sintió compasión (sentimiento propio de los pastores que sienten el sufrimiento del rebaño, compasión sufrir con, hacerse participe del “otro” en todo, capacidad de identificarse con el otro y desde sus miserias rescatarlo). Al desembarcar vio Cristo una gran muchedumbre y se compadeció de ellos, «porque eran como ovejas sin pastor». Esto tiene, sin duda, una evocación de valor mesiánico. En el A.T., el pueblo había sido comparado a un rebaño, y el Mesías al pastor. Dios dice en Ezequiel:
«Suscitaré para ellos un pastor único, que las apacentará. Mi siervo David (el Mesías), él las apacentará, él será su pastor».
(Ez 34,23)
Parafraseando a San Juan Eudes nos dice, retomando la palabra de Dios: os daré pastores según mi corazón… nuestro pueblo necesita pastores según el corazón de Dios, no según nuestros criterios, sino según los criterios del Evangelio, así mismo como pastores, también necesitamos rebaños, ovejas y pueblos según el corazón de Dios, que faciliten la vida y el proyecto de Dios y no sean obstáculos en la construcción del reino de Dios. Cristo, en la ultima Cena, se identificó con el pastor, y los apóstoles—pueblo—con el rebaño, conforme a la profecía de Zacarías (Zac 13,7). Y se proclamó el Buen Pastor (Jn 10, 11ss). Es sumamente probable que esta expresión tenga un manifiesto intento mesiánico, máxime con el mismo valor que tuvo precisamente el ser multiplicación de panes y en lugar «desierto» donde se realizó, conforme se expuso al comentar este pasaje en Mt 18. El propósito de Jesús se frustra de nuevo por la presencia 4e la multitud que lo espera: no podrá instruir en particular a sus discípulos, quienes, por tanto, seguirán apegados a su ideal de renovación de Israel. La gran multitud está formada por los muchos que fueron por tierra a este lugar desde todos los pueblos (6,33) para encontrarse con el grupo. Continúa la reacción popular favorable a la actividad de los Doce.
Aporte pastoral
El Cura de Ars. Trato con los peregrinos. Terminado el catecismo, rezaba el Ángelus e iba a la Casa de la Providencia para la comida. Era un nuevo y conmovedor espectáculo, ver la muchedumbre de toda edad y condición poniéndosele alrededor. Quien pedía una cosa, quién quería una bendición; este se encomendaba en sus oraciones, aquí le rogaba le curase de alguna enfermedad; uno le tiraba de la sotana o le llamaba para que le atendiese; otro, llevado de algo de indiscreta devoción, le cortaba un pedacito de la sotana para guardárselo. Cuando la peregrinación tomó mayores proporciones, se hacía acompañar de alguna persona robusta o de alguno de los misioneros. Pero aun entonces el pueblo llegaba a tocarle, a hacerse tocar y bendecir, más de una vez a hurtarle el mismo breviario, que días más tarde le restituían, aunque despojado de alguna estampa o arrancada alguna página. Los bolsillos del párroco estaban siempre llenos de medallas, que profusamente repartía y que más de una vez le sirvieron para abrirse paso y librarse de la muchedumbre que se lo impedía. Arrojaba hacia un lado, un puñado de medallas, y mientras la gente se echaba a cogerlas, él, ligero, abría la puerta, entraba y cerraba. No era mucho el tiempo que empleaba en su comida. Cinco o seis minutos le bastaban, y se entretenía después con los misioneros hablando de la Parroquia. Se informaban de todo y no se le escapaba ni una visita a los enfermos de la feligresía.
Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm Sacerdote Eudista
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