Guías Homiléticas -- CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Gn 14, 18-20 / Sal 109, 1.2.3.4 / 1Co 11, 23-26 / Lc 9, 11b-17Del santo Evangelio según san Lucas 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del Reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación.
El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado”. Él les contestó: “Denles ustedes de comer”. Ellos replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente”. Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: “Hagan que se sienten en grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así y acomodaron a todos. Entonces, tomando Él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
Palabra del Señor.
CORPUS DOMINI O CORPUS CHRISTI FESTIVIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO LA FIESTA DEDICADA AL MISTERIO CENTRAL DE NUESTRA FE
Jesús en el evangelio de san Lucas nos presenta la Eucaristía, como milagro de amor, milagro de compartir, milagro de vida. Un milagro no solo es sanar, curar y restaurar, el verdadero milagro es hacer posible una acción a través de unos signos sencillos de vida: el pan y el vino. Empezaremos con una pregunta sencilla, antes de profundizar el texto en su contexto:
¿Qué sentimientos mueven a Jesús a realizar el milagro?
1. Ver
Jesús ve una multitud cansada y hambrienta, el papa Francisco nos habla del pecado del hombre de hoy: la indiferencia, el Papa nos habla de las personas sin educación en África y los que mueren de hambre en Yemen, según estadísticas de las Naciones Unidas. La señora que le tomaron una foto saliendo de un elegante restaurante en Roma, quien a la salida lleva con un abrigo fino, zapatos buenos, guantes de seda y elegante sombrero y al lado una persona en la puerta mal vestida, pidiendo limosna, le tiende la mano. Pero ella mira para otra parte, es indiferente… en ese momento le tomaron la foto y la expusieron en una muestra fotográfica en Roma. Esta foto tiene como título: la indiferencia. Para el hombre rico la desgracia de Lázaro no era su asunto. Conocía la vida de Lázaro sin que le afectara; y eso termina generando una brecha entre lo que sentimos (indiferencia) y lo que pensamos (cf. Papa Francisco, Soñemos juntos. Ed. Planeta, pp. 19-20). Lo que el Papa denuncia es que podemos hacernos los de la vista gorda, en palabras coloquiales, para algunos vivir bien, basta tener una sana indiferencia. Esta es la denuncia hoy, la realidad de hoy es la multitud cansada, agobiada, con hambre… Y, por otra parte, la indiferencia que puede verse como algo normal y llega a afectar nuestros estilos de vida y juicios de valor.
2. Ofrecer
Jesús le ofrece el alimento, es una parte de la solución al pecado del hombre hoy: la indiferencia, “no tenemos sino cinco panes y dos peces”, con poco se hace mucho, con lo que tenemos hacemos mucho, cuando tenemos buen corazón, por medio de tu Eucaristía, que es el compendio de tus maravillas y el más grande efecto de tu amor por nosotros. Damos un banquete de lo que llevamos como Jesús que ofrece los panes y peces, el milagro acontece cuando cada uno renuncia a lo que tiene y lo comparte, reunieron entre todos los panes y los peces y los ofrecieron: “Es el banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” (SC 47).
3. Bendecir, compartir, repartir
Jesús les da el alimento verdadero. El pan de esta tierra se convierte en el Cuerpo de Cristo, en pan de vida eterna. Del pan fruto de la tierra y de nuestro trabajo, se hace su Cuerpo. “La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana” (LG 11) y contiene todo el bien espiritual para la Iglesia (PO 5). En la Eucaristía se hace presente Cristo, Él es fuente, la raíz, la fuerza creadora de todo. Allí donde Él interviene las cosas no permanecen como hasta entonces, sino que tiene lugar una nueva creación. “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Por eso la Eucaristía es el centro, es el motor, es la razón del cambio de nuestra vida, nos transforma, es la obra del Espíritu Santo. Nosotros solo podemos ser cristianos si nos sometemos a ese proceso de nueva creación, de transformación, en la medida que dejamos que penetre hasta lo más íntimo de cada uno de nosotros.
Por otra parte, profundizando el texto, el significado del pan y el vino, no es otro que lo que le presentamos a Jesús, nuestras fragilidades, nuestras realidades, tenemos cinco panes y dos peces, pero Jesús quiere compartirlos y ser solidarios con todos los que están en búsqueda del pan de verdad y de la verdadera vida.
EL PAN DE VIDA
Porque, del mismo modo que decimos “Padre nuestro”, en cuanto que es parte de los cristianos y los creyentes, decimos “pan nuestro” porque Cristo es el pan de los que nos unimos a su cuerpo. Los que vivimos en Cristo y recibimos cada día su Eucaristía como alimento de salvación pedimos no ser privados de este pan para no separarnos del cuerpo de Cristo, para vivir y permanecer en Él y no apartarnos de su cuerpo que nos santifica” (San Cipriano de Cartago, El pan de vida cotidiano, predicación del domingo 18-20). Recordemos a san Dionisio Areopagita citando algunos textos de los evangelios en su orden con un fin, mostrar que este pan es el pan de la vida que se da, se entrega: “Los que han nacido de Dios, deben vivir de Dios”. Por esto nos declara Nuestro Señor: “Él es el pan de vida” (Jn 6, 35-48), “el pan que Él nos dará es su carne para la vida del mundo”; “quien no coma su carne y no beba su sangre, no tendrá la vida”; “su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida”; “el que come su carne y bebe su sangre permanece en Él y lo posee en sí mismo”; “como Él empleo toda su vida por su Padre, así el que come de este pan divino debe vivir solo para Él”; es decir, que su vida debe ser tan santa, que sea un vivo retrato y una imagen perfecta de la suya (Contrat.2.215-216).
CAMINO SINODAL
La Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana (LG 11), según Vaticano II, como lo proclamaron los escritos de los primeros siglos como en el siglo II y que hoy tienen sentido en este camino sinodal: “Cuando se termina la oración, se trae pan, con vino y agua. El que preside hace subir al cielo, en cuanto puede, las oraciones y las eucaristías y todo el pueblo responde con la aclamación: “Amén”. Luego tiene lugar la distribución y repartición de estos alimentos eucaristizados. Que también son llevados a los ausentes por los diáconos” (SAN JUSTINO, Apología, I, 67). Cumpliéndose así, el pedido del papa Francisco: “Este dinamismo de ‘salida’ hacia los hermanos, con la brújula de la palabra y el fuego de la caridad, cumple el gran designio original del Padre: ‘que todos sean uno’” (Jn 17, 21) (Carta a los sacerdotes sobre el proceso sinodal, Synodus Episcoporum, Vaticano, 19 de marzo de 2022).
CELEBRAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA SEGÚN SAN JUAN EUDES
1. UNA ETERNIDAD PARA PREPARAR
La adoración es la actitud del hombre en el reconocimiento pleno de Dios por ser Dios, adorarlo es reconocer que Él es un Dios poderoso, que nos ha dado la vida, la creación, la existencia. Él es un Dios invencible porque ha destruido todo mal y nos abre las puertas de la salvación. Adorar a Dios es reconocer su santidad y nuestra permanente necesidad de cambio y conversión. Adorar es contemplar las maravillas de Dios, a tal punto que el corazón se sobresalta de tanto amor y ternura. Por eso, adorar es amar al extremo a Dios.
Teniendo en cuenta lo anterior, para prepararnos a recibir las bendiciones de Dios se hace necesario entregarle a Él todo lo que implica nuestra existencia. Dios tomó los panes y los peces ofrecidos por un joven para que se convirtiera en comida para una multitud de personas. Dios tomó de la mano a muchos enfermos para sanarlos. De esta forma toma lo que le ofrecemos para convertirlos en bendiciones. La entrega de nuestra vida, la convierte en servicio y salvación para otros; la entrega de nuestras dificultades la convierte en soluciones de vida; la entrega de nuestro pecado, Él la convierte en oportunidad de salvación. La entrega de nuestras situaciones implica nuestra plena conciencia que necesitamos de Dios en cada instante, y aún más que Él puede hacer con nosotros una gran obra de Salvación.
2. UNA ETERNIDAD PARA CELEBRAR
(Entretiens Intérieurs de l´Âme chrétienne avec son Dieu. 2, 137).
San Juan Eudes nos enseña que necesitamos toda una eternidad para celebrar la Eucaristía. Todos los cristianos celebramos la Eucaristía junto al sacerdote que la preside; de esta manera todos estamos llamados y somos partícipes de la comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo. Unirnos a Jesucristo, Pan de vida, es permitir que la salvación que nos ha traído y sellado en la cruz se renueve en nosotros y sea cada día más operante en nuestra vida derramando más bendición.
Celebrar y participar de la Eucaristía es permitir que Dios nos sane, libere y transforme por medio del perdón, su palabra, su cuerpo y sangre con la ayuda de la comunidad (Iglesia) para que cada día tomemos la figura, los gestos, las actitudes y las palabras de Jesús. De esta manera, se completa en nosotros lo que Dios quiere: “Que seamos otro Cristo aquí en la tierra”, servidores del amor y la misericordia.
OREMOS…Señor Jesús te adoro, y por medio de tu Sagrado Corazón, llama de amor, adoro la divina presencia del Padre Santísimo y el amor del Espíritu Santo. Adoro tu eterna presencia en el cielo, adoro tu presencia Eucarística aquí en la tierra.
Adoro Jesús tu Santo Nombre.
Adoro tu majestad divina.
Adoro tu cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Adoro tu amor misericordioso.
Adoro tu palabra viva y eficaz.
Adoro tu misericordia infinita.
Por eso te digo con los ángeles, los santos y la Iglesia Universal:
SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR DIOS DEL UNIVERSO, LLENOS ESTÁN LOS CIELOS Y LA TIERRA DE LA MAJESTAD DE SU GLORIA…HOSANA EN EL CIELO, HOSANA EN LA TIERRA…BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR (3 veces)
Señor Jesús, creyendo que tú siempre me escuchas y que no eres sordo a mis súplicas, quiero entregarte y confiarte toda mi vida, todos los días de mi existencia, mis pasos y los caminos que recorro. Señor Jesús, te entrego lo que no puedo, lo que no quiero, lo que se me dificulta; obra poderosamente para que cada día pueda ser un verdadero Hijo de Dios.
Señor Jesús, te entrego mi debilidad y lo que el pecado ha destruido en mi vida. Señor Jesús, te entrego mis sentidos, mis sentimientos y emociones; te entrego mis seres queridos para que tú los bendigas y dirijas sus pasos, te entrego mis enemigos y las personas que me han hecho daño, hoy, Señor Jesús, los perdono y te suplico que tu amor misericordioso los rodee y los conviertas en verdaderos hijos de Dios.
Señor Jesús, te entrego mi pasado a tu misericordia, mi presente a tu amor y mi futuro a tu providencia. Hoy, Señor, te entrego mi vida, mi familia, los problemas y las dificultades que se me presentan, las oportunidades y los deseos de superación, mi anhelo de ser verdadero hijo de Dios y mi confianza en ti, Señor Jesús, te entrego todo, absolutamente todo. Te suplico que tomes esta oración como ofrenda de amor y reparación diciéndote desde el fondo de mi corazón y con todo convencimiento “Jesús, en ti confío”. Amén.
3. UNA ETERNIDAD PARA DAR GRACIAS
San Juan Eudes nos enseña que necesitamos una eternidad para darle gracias a Dios por el inmenso milagro de la Eucaristía y todos los inmensos beneficios que hace Dios, como buen Padre, por nosotros. Es reconocer que todas sus obras son fruto de su amor y misericordia, que Él vive por nosotros y se regocija en nosotros.
ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS
Gracias te doy mi Dios porque eres bueno, tu misericordia es para siempre.
Gracias por la paz que gobierna en nuestros corazones, que siempre seamos agradecidos porque nos muestras tus bondades. Enséñanos a vivir hablando sabiamente, con una acción de gracias en nuestros labios.
Gracias, Señor Jesús, por la vida que nos das, por todas tus bendiciones que a diario vemos, gracias por ser nuestro protector, por cuidarnos de noche y de día.
Gracias, Dios, por ser nuestra fuente de amor y por darnos la seguridad de que nada nos podrá separar de tu amor.
Gracias, Dios, por la familia, por los amigos, por los compañeros de trabajo y por todas aquellas personas que puedo encontrar en mi camino a través de lo largo de mi vida. Te doy muchas gracias por todo mi Dios.
Gracias a ti, Jesús, por ser mi Dios y por estar siempre conmigo. Por buscarme, por esperarme. Por apoyarme, por empujarme cuando no puedo más.
Gracias a ti, Jesús, por pensarme en un hogar, por hacerme hogar. Gracias por poder cuidar a otros, por poner en mi camino risas y fidelidad.
Gracias, Señor, por regalarme la vida. Por la salud que me pides cuidar. Por mis fuerzas, por mi pasión. Gracias, Jesús, por el mar y por el cielo. Por la noche y las estrellas. Por el campo y el sendero. Por el agua y por el pan de cada día.
Gracias, Señor Jesús, por las lágrimas y las cruces. Por la noche y por la luz. Por ponerme en un lugar, por mis raíces, por mi gran familia. Gracias por la fe y la confianza que me das, por las personas que dispones por mis caminos.
Gracias, Señor Jesús, por cada bendición que me concedes a través de la Iglesia, en los sacramentos y en tu palabra. Gracias, especialmente por María nuestra madre y por quedarte en la Eucaristía; gracias por tu amor y tu misericordia. Gracias porque te quedas conmigo, Gracias, Señor Jesús. Amén.
¿POR QUÉ IR A LA EUCARISTÍA LOS DOMINGOS?
No olvidemos lo que quiere Jesús: adoradores en espíritu y verdad (Jn 4, 23); y que lo hermoso es levantar —semana a semana— la vida terrestre hacia el cielo a partir de la Santa Misa. Recordemos, pues, algunos conceptos.
Muchos son los que estarían dispuestos a cambiar la participación en la Eucaristía por otra obra piadosa que ellos “sintieran” más. ¿Por qué —se preguntan— hemos de dar culto a Dios a través de la asistencia a Misa? He aquí algunas razones:
La Eucaristía es la renovación incruenta (sin derramamiento de sangre) de la muerte de Jesús en la Cruz. Por tanto, supera con creces cualquier obra buena que nosotros podamos hacer por los demás, aun en el caso de que la hiciéramos con gran sentimiento.
Por otro lado, Jesús, en la Última Cena, mandó a los apóstoles: hagan esto en memoria mía (Lc 12,19). Y mucho antes, durante los tres años en que enseñó en qué consistía el Reino de Dios, dijo algo terrible: Si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes (Jn 6, 53).
Además, el origen del domingo (dies Domini = día del Señor) está en la Resurrección de Jesús, que es un hecho histórico del que arranca toda la vida cristiana.
LA EUCARISTÍA ES EL CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA
¿Qué “razones” oscurecen estas nociones tan importantes?
a) Hay quienes dicen que no van a Misa porque no sienten nada, y se olvidan que “las personas no somos animales sentimentales, sino racionales”. Los valores están por encima de las emociones y, si es necesario, se prescinde de ellas (una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es un valor): “Para que la Misa te sirva basta con que asistas voluntariamente, aunque a veces no tengas ganas de ir. La voluntad no coincide siempre con el tener ganas”.
B.) Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos no tiene sentido. Sin embargo, cuando se piensa en los valores que Cristo nos da desde la Cruz (entrega, generosidad, salvación, libertad…), dichos valores pueden aumentar en cantidad y cualidad en la vida cotidiana frente al egoísmo, materialismo, etc. Cada momento de la Misa puede ser un acto de libertad a favor del perdón, de la solidaridad, del agradecimiento, etc.
c) Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana es preferible no ir. Si la Eucaristía fuera una diversión, sería lógico ir solo cuando apetece: “Ojalá vayas a Misa de buena gana, porque comprendes que es maravilloso poder mostrar a Dios que lo queremos y participar en el acto más misterioso de la humanidad, como es el sacrificio de Cristo por el cual salva al mundo”.
d) Otros se excusan diciendo que no entienden al sacerdote en la homilía, que se aburren, etc. Pero a Misa vamos a adorar a Dios, no a oír una pieza de oratoria: “Dejar la Misa porque, por ejemplo, el sacerdote predica mal es como no querer tomar el autobús porque el conductor es antipático”.
Estas actitudes quizá son producto de no saber penetrar en el Misterio de Dios y exigen dos reflexiones para intentar aceptar la palabra “misterio” en la vida:
- 1ª. El misterio de la Misa ayuda a superar “la mentalidad de quienes ven el cristianismo como un conjunto de prácticas o actos de piedad, sin percibir… la urgencia de atender a las necesidades de los demás y de esforzarse por remediar las injusticias”.
- 2ª. Y, sobre todo, la Eucaristía muestra la grandeza de Dios frente a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas…
Esta asistencia tiene lugar el domingo y día festivo, o la víspera por la tarde, normalmente en la parroquia.
Se entresacan algunas palabras de Juan Pablo II sobre la Misa:
De todas maneras, es necesario reavivar la Fe continuamente y entonces la Eucaristía dirá mucho. Puede ser que, con frecuencia, el Sacramento de la Penitencia disipe muchas dificultades sobre el precepto de asistir a Misa los domingos, porque a lo mejor hay algún “dolor de muelas del alma” —como decía uno—, que convenga extirpar y curar* (Ideas y citas de “Para salvarte”, J. Loring, Edibesa; y La Misa no me dice nada, José Mª García Navarlaz, Folletos MC-juvenil n.105.)
EUCARISTÍA ES HACER MEMORIA Y ESTAR CON ÉL (Mc 3, 14a)
Implica una cercanía constante junto a Jesús para conocer y aprender de Él sus criterios de vida, su palabra y su enseñanza, su modo de pensar y actuar, sus costumbres, y llegar con Él a una comunidad de vida espiritual que marcara indeleblemente su memoria. Tan importante fue esta experiencia de andar día y noche con Jesús que, más tarde, “solo tenían que cerrar sus ojos para contemplar interiormente su persona viva; incluso, aunque ya no recordaran al pie de la letra sus palabras, sus dichos habían pasado a ellos en carne y sangre; y aun cuando se encontraran en una situación completamente nueva, no vivida jamás en su convivencia con el Maestro, podían, sin embargo, decir con inefable seguridad, cómo hubiera reaccionado Él en este preciso caso” (Bouwmann G. El Seguimiento en la Biblia. Estrella, 1971, p. 37).
Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm
Sacerdote Eudista
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