Guías Homiléticas - XXIV DOMINGO ORDINARIO

Ex 32, 7-11.13-14 / Sal 50, 3-4.12-13.17 y 19 / 1Tm 1, 12-17 / Lc 15, 1-32
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11 SEPTIEMBRE

Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola. “¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: ‘¡Alégrense conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: ‘¡Alégrense conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido’.

Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. También les dijo: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de los bienes’. El padre les repartió la hacienda. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’. Se levantó y vino a donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre dijo a sus criados: ‘Saquen enseguida la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud’. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Entonces él respondió a su padre: ‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’. El padre le dijo: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado’”

Palabra del Señor.

EL SEÑOR NOS ABRAZA EN SU INFINITA MISERICORDIA LA MISERICORDIA DEL PADRE CON SUS HIJOS

La reconciliación es un tema central del Padre misericordioso, esta es una de las parábolas más hermosas del evangelio, el padre prodigo de amor, que los padres de la Iglesia la han llamado el evangelio en el evangelio (siglo IV d.C.). Pero lo que está en la centralidad del mensaje es la actitud de los dos hijos, debería llamarse también los dos hijos necesitados de perdón, de la reconciliación, es un regreso de los dos hijos a la casa paterna, es tener un corazón grande y generoso como el padre que es padre y madre.

La lectura del libro del Éxodo se propone como grandes partes la liberación de los egipcios y la alianza en el Sinaí, situando la intercesión de Moisés como clave para que el señor tenga misericordia de su pueblo.

 

En la lectura del apóstol Pablo, nos menciona su propia experiencia como una manera de agradecer la gran misericordia que tuvo Dios para con él. Lo saco de la lejanía de Dios y lo acerco a su gran obra de evangelización. San Pablo es el último de los apóstoles por pura gracia de Dios.

El evangelio contiene las parábolas de la misericordia, como lógica del reino, el señor no se contradice, él mismo como buen pastor, ofrece su vida por las ovejas, como buena madre busca hasta encontrar la moneda perdida y como buen padre ofrece sus manos abiertas a todo hombre y mujer pecador que quiera buscarlo, tomar conciencia y enmendar su camino. La casa del padre espera con los brazos abiertos que todos lo busquemos y vayamos tras él vida verdadera.

Viene el giro central del relato

La autonomía no como responsabilidad, es más un libertinaje sin control, que le conduce a la nada, al sinsentido. La nostalgia de la casa paterna empieza en él por el estómago. Muchos problemas comienzan por la falta de comida. El padre Fidel Oñoro nos dice: “Si quieres que en la comunidad todos estén bien, denles buena comida, los problemas comienzan por falta de comida en el estómago”. La misma hambre que siente en el estómago vacío lo hace repensar que su situación actual no puede ser para siempre. La toma de conciencia, es el giro que da el Hijo menor en el relato, es el estado del hambre y de la lejanía que lo hunde en el pecado, esta situación en el Hijo menor es el principio de la verdadera conversión. Se arrepiente, quiere levantarse y volver a recuperar su dignidad de Hijo: “Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti”.

¿Dónde se encuentra el principal motivador para cambiar y volver a la casa del Padre?

En el amor que le ofrece el padre, ese es el verdadero motor que motiva toda la vida, donde uno encuentra su principal motor de cambio, que está en el amor a Dios: “El amor de Dios consume al hombre viejo de faltas, tibieza, miseria, y hace otra al alma después de abrasada en este incendio, renace como el ave Fénix a nueva fortaleza, y puridad de vida” (Santa Teresa de Jesús, camino de perfección, V. cap. 39, n. 15).  Puso la santa una comparación en el modo como renace esta ave, de su ceniza después de ser abrasada, para significar como se renueva el alma en todo lo bueno con el incendio del amor de Dios. Para san Juan Eudes: “El corazón de Jesús como una hoguera de amor”, donde el Señor enciende nuestros corazones apagados en el fuego del amor. De esta manera se cumple el objetivo de la espiritualidad cristiana: amar a Jesús plenamente.

La reconciliación

La reconciliación se llega por el perdón, como su nombre lo indica es un don del Señor, es un acto que solo puede provenir de la madurez humana. De una humanidad que pasa de ser el hijo Pródigo que se deja acoger por la misericordia del Padre. De ahí el perdón verdadero y sincero, no solo perdona, sino logra que situarse en la realidad del ofensor. Sanando el corazón mismo en sus heridas más profundas. De una humanidad que pasa de ser el hijo alejado, prodigo o necesitado de la reconciliación al paso de su vida nueva como su apertura al verdadero perdón. Algo que me ha llamado la atención es el libro escrito por el sacerdote holandés H. J. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, las dos manos del padre que acogen al hijo, es la Iglesia como comunidad que abraza al pobre, al necesitado y en especial al pecador. Pero analizando el cuadro de Rembrandt que inspiró a este sacerdote holandés son las dos manos: una es débil, delicada y tierna que representa las manos de la Dios-madre, en este caso la ternura de la madre y la otra mano que es de hombre, del padre, que respalda, da la firmeza, esto es Dios-padre que nos acoge a todos y nos sostiene.  

Veamos las actitudes de cada personaje en el texto, espero ser breve para dejar que el texto hable por sí mismo. Retomemos un momento el cuadro, pintado en esplendorosa técnica del claroscuro y del tenebrismo -rasgos definidores de la pintura barroca- representa dos grupos de personajes. A la derecha del cuadro, el abrazo entre un anciano y un joven harapiento, y a la izquierda, cuatro espectadores u observadores de la escena -dos hombres y dos mujeres-. El cuadro, como se acaba de decir, se completa con otros tres personajes. Uno de ellos aparece sentado, golpeándose el pecho. Podría ser la imagen del administrador o el recaudador de impuestos, imagen que suele simbolizar el pecado. Destaca en el cuadro la luz centrada sobre la abrazo entre los protagonistas de la escena. También aparece iluminado uno de los cuatro espectadores, en el que surge en el extremo izquierda.

  1. El hijo menor

La actitud del hijo menor es de necesitado, pierde su libertad porque se vuelve esclavo del mundo, del pecado que lo lleva a la muerte, por eso, ante el encuentro el padre dice: “Este hijo estaba muerto”, el hijo mayor le va a reclamar al padre: “A mí no… y viene este hijo que se ha malgastado la herencia en mujeres y vicios…” y el padre le dice al hijo mayor: “Pero si todo lo mío ha sido tuyo”.

Doy gracias por haber descubierto mi necesidad de reconciliación. Recuerdo agradecido aquellos momentos en que he experimentado la misericordia de Dios, cuando Él me ha regalado un traje nuevo y ha matado el ternero cebado por mí. Pongo nombre a esos regalos de Dios en mi vida.

En el cuadro de Rembrandt, la cara del hijo menor trasluce anonadamiento y petición de perdón. Es un rostro al que solo se le ve una faz, un tanto deforme, a modo del rostro de un feto. Es signo del regreso del hijo menor al regazo del Padre-Madre. El pelo rapado lo priva de individualización, lo hace uno más -como en los cuarteles o campos de concentración que cortan el pelo a todos por igual-. El único signo de dignidad que le queda es una espada, que porta, atada, a la altura de la cintura. Es el testimonio de su origen, el único vínculo que le queda de su historia, la única realidad que todavía le une al Padre. Lleva las sandalias rotas, desgastadas. Ya no sirven. Con todo, el pie derecho va todavía más desguarnecido. Las manos del Padre jugarán también un especial paralelismo con los pies desnudos de su hijo menor, protegiendo, sanando, apoyando… es el encuentro que transformara su vida para siempre.

  1. El hijo mayor

En el cuadro de Rembrandt, el rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor, correctamente ataviado, surge en el cuadro desde la distancia. Como el Padre, lleva barba y túnica roja, que, sin embargo, está bastante más apagada. Le falta brillo y, sobre todo, grandeza y dignidad. Su presencia es rígida, erguida. Está apoyado por un largo bastón, que lo hace más grande, más lejano, más sombrío. Su mirada es un tanto enigmática, con carga y fuerza contenidas. Se mantiene a distancia. Mira de reojo. Sus pies y sus manos: Está de pie mientras que el hermano menor está de rodillas y el padre está agachado. Tiene las manos cerradas, frente a las manos abiertas del Padre y de su hermano. De vez en cuando, experimento los límites de mi propia misericordia. Me cuesta perdonar a quienes me hacen daño. Me cuesta entender cómo Dios perdona a quienes no merecen ser perdonados.

  1. El Padre es el amor que me abraza

En el cuadro de Rembrandt, la luz emana del anciano -el Padre de la parábola del hijo pródigo- y vuelve hacia él. Destaca asimismo el juego de colores: la gran túnica roja del Padre, el traje roto en dorado del joven -el hijo pródigo- y el traje similar al del padre del espectador principal -el hijo mayor de la parábola-. El fondo es oscuro a fin de que resalte más la luz de la escena principal. La centralidad del cuadro, el abrazo del reencuentro entre el Padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo -vuelta al hogar materno- y a su corazón, y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El centro del cuadro, el centro de la luz que lo ilumina, descansa más precisamente aun sobre las manos. Las manos del Padre sobre la espalda del hijo menor son el corazón del cuadro. Hacia ella se dirige la mirada de todos los personajes. Son manos de amor, de descanso de acogida. Cipriano de Cartago afirma: “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia como madre” (In PS 88, Sermo 2,14).

Cuando regresamos a la casa del Padre-Dios, a través del sacramento de la confesión y perdón de los pecados, algo sana el Señor en el corazón, alivia las cargas, quita un peso de encima, sana las heridas y salva nuestras vidas. Esta es la verdadera gracia al confesar los pecados y sentirnos perdonados.

Los símbolos del texto

El anillo

Signo de filiación, es la relación de dignidad que se da entre un padre y un hijo, pero que este texto lo recoge en el hijo que se va de la casa, perdiendo esta posibilidad de hijo o algo así después del destierro por su propia decisión, vuelve a la casa paterna, ahora es reencontrado y se devuelve su dignidad perdida.

Las sandalias

Signo de la libertad recuperada. En la cultura hebrea y antigua, los esclavos iban descalzos; los hombres libres y de cierto “estatus” en la sociedad, iban calzados con sandalias. Es lo que el evangelio nos habla de no llevar sandalias de repuesto, sino la que tiene puesta, como señal de desprendimiento y libertad para no cargarse de más cosas en su misión.

El traje nuevo

Signo del cambio y de la reconciliación. Imprescindible para una vida nueva, en síntesis la espiritualidad eudista nos habla del doble movimiento: las renuncias y la adhesión a Cristo, que es un revestirse de Cristo y llevar su imagen, es un vivir y obrar según el Espíritu de Cristo y hacer todas las cosas en su nombre y en el Espíritu de Cristo, es un revestirse de los sentimientos y virtudes de Cristo en su vida celestial y para la fiesta que después llegará nos pones el traje nuevo, que simboliza la nueva vida en el Espíritu Santo (cf. Autores varios, Discípulos de Jesús en la escuela de Juan Eudes, Quito, p. 147).  

El desenlace: “Hagamos una fiesta”

Todos somos testigos que el único triste de la fiesta y el único perjudicado es el “pobre” ternero cebado que fue sacrificado, el sacrificio del mejor novillo, es el preanuncio del sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y signo de la fiesta, a la que acompañarán la música y los amigos, es la expresión de la fiesta de la reconciliación, porque pensamos que toda fiesta es alegría o celebrar la vida debe tener motivos de sobra, esto no es así, porque debemos superar o encontrar que el verdadero motivo y significado de una celebración en nuestra Iglesia es la verdadera fiesta de encontrarnos con el Padre que abre sus brazos para recibirnos, no nos discrimina, no nos juzga, no nos castiga… es todo lo contrario, nos dice: Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado, más que un motivo de hacer una fiesta es un motivo de reencuentro con el Padre que siempre nos amó y nunca nos dejó, el hijo mayor es frio y su corazón es lejano del Padre, en cambio el hijo menor sabe en lo profundo de su corazón que está cerca al amor del Padre y que el Padre lo recibe porque lo ama.

CAMINO SINODAL

Algunas preguntas pueden ayudarnos para nuestra reflexión personal y comunitaria en el contexto del camino sinodal que nuestra Iglesia está participando.

¿Cómo convertirnos en don para los demás por la caridad?

¿Cuáles son los “países lejanos” o “periferias existenciales” que nos habla nuestro papa Francisco, dónde se refugia la gente de mi entorno, huyendo de Dios?

¿Qué imagen de Dios tienen aquellos que rechazan la compañía de la fe? Un dios justiciero, un dios silencioso, un dios injusto…

¿Cómo se imaginan la Iglesia aquellos que la rechazan?

¿Cómo un hogar (casa, comunidad, formación…) acogedor, como una madrastra exigente…?

¿Me siento llamado a practicar con otros la misericordia que he recibido de Dios como católico? ¿Cómo actualizo la espiritualidad de la misericordia en la vida, en la comunidad?

ITINERARIO EUDISTA

Llevar la Misericordia de Dios para convertirse así en misionero. San Juan Eudes, decía: “somos misioneros de la misericordia”. Esto es, dejarse iluminar por un san Juan Eudes hoy para descubrir en Jesús la encarnación de la misericordia de Dios en los rostros de los necesitados, los pobres, los enfermos, los miserables… es un llamado del Señor: «Me pensó, me miró con ojos de misericordia, me amó con ternura, creó el mundo y lo conserva por amor de mí» (SE, OC 11, 135). Es descubrir a través de una mirada misericordiosa la renovada la gracia del ministerio presbiteral, para ir al encuentro de las miserias del mundo y llevar el amor manifestado en el corazón de Jesús y de María. Este es un auténtico llamado a la santidad, como el que nos hace el Papa Francisco en la Gaudete et Exsultate (n. 20). Para la espiritualidad de nuestra Iglesia en este camino sinodal siguen resonando las palabras de san Juan Eudes en este itinerario espiritual hoy: «Primero: separación y alejamiento del pecado. Segundo: renuncia de sí mismo y de todo lo que no es Dios. Tercero: Unión muy estrecha con Dios, mediante la gracia santificante, la fe, el amor y la práctica de las demás virtudes» (SJE, OC V, 379).

 

Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm

Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm

Sacerdote Eudista

 

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