El Ser humano se ve sometido a diferentes realidades a través de la historia; hechos que marcan nuestra forma de ser y de comportarnos. Al respecto, la filosofía contemporánea nos recuerda que, al sumergirnos en la cotidianidad, hemos llegado a un olvido del Ser;1[1] aplicando este postulado al ámbito eclesial nos recuerda que podemos llegar al descuido de nuestros deberes con la Iglesia, uno de ellos, la participación, definida en términos del Concilio Vaticano II como una elección libre, voluntaria, pero comprometida con la dignidad de los seres humanos y con el llamado a ser parte del pueblo de Dios[2].
En este contexto, el papa Francisco nos ha convocado a hacer una lectura de los signos de los tiempos. Lectura que incluye nuestra realidad, tan diferente y personal que conforma la iglesia que hay en cada uno de nosotros pero que se unifica por la acción del Espíritu Santo uniendo la diversidad. Por lo tanto, a través del Sínodo de la sinodalidad, el papa considera que ha llegado el momento para responder a nuestra vocación y poder compartir ese pedacito de Iglesia particularizada en cada bautizado.
Escuchemos el llamado que retumba en estos días como si viniera de una radio antigua. Radio que debemos sintonizar al mover el dial para ubicar la frecuencia exacta que nos invita a ser parte de este proceso en comunión y como misión de vida. Responder a la vocación[3] sinodal, significa ponernos en camino como fieles para recorrer juntos el sendero en “comunión, participación y misión” como pueblo de Dios para que a través de la escucha y el discernimiento, logremos fortalecer la iglesia del tercer milenio[4]. Este proceso involucra a todos en la conversión, en el cambio y construcción de la Iglesia. Este primer paso del sínodo, por lo tanto, necesita de nuestra consciencia, fidelidad, vocación de servicio y de nuestra humildad para escuchar, al igual que de nuestra valentía para hablar, con el fin de incrementar la esperanza de superar ideologías, encontrar nuestro lugar en la Iglesia y poder exclamar con alegría como lo hizo santa Teresa del Niño Jesús: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado”.[5]
Y contribuir en el deseo del Papa Pablo VI: “Está fuera de duda que es deseo, necesidad y deber de la iglesia, que se dé finalmente una más completa definición de sí misma”[6]. De este modo podremos avanzar en la consecución del objetivo propuesto por el Concilio Vaticano II en el decreto Unitatis Redintegratio, citado al inicio de este escrito, cuando se refiere a la reforma permanente de la Iglesia. Es decir, que el fin último de la sinodalidad es la integración de todos para encontrar la manera de fortalecer nuestras vocaciones, ya sea a través del matrimonio, del sacerdocio, de la vida consagrada, de la misión o del servicio siempre con la mirada puesta en caminar juntos en la unidad. Proceso que podemos hacer desde nuestra realidad y cotidianidad para cumplir el deseo de Dios con la iglesia: “Pues a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros” (Rm 12, 4-5).
[1] Cf. Olvido de ser, Heidegger, M. (1927, 17 ed. 1993). Sein und Zeit [Ser y Tiempo] (§ 1-13. pp. 2-63).
[2] Cf. Mons. Joseph De Smedt. Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II. «Cuando decimos pueblo de Dios, todos estamos unidos los unos con los otros, y tenemos las mismas leyes y deberes fundamentales. Todos participamos del sacerdocio real del pueblo de Dios. Todos somos fieles».
[3] «Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación» (Unitatis Redintegratio, 6).
[4] Cf. Francisco, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la institución de Sínodo de los Obispos
(17 octubre 2015): AAS 107 (2015) 1139.
[5] De la Narración de la vida de santa Teresa del Niño Jesús, virgen, escrita por ella misma “Manuscrits autobiographiques”, Lisieux 1957, 227-229).
[6] Pablo VI, Apertura de la II sesión del Concilio Vaticano II (29 de septiembre de 1963).
Por:Juan Sebastián Serrano Rodríguez Seminarista de la Diócesis de Fontibón Tomado de Sinodo.cec.org.co
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