Gracias Señor por esta navidad en familia, por las situaciones, personas y dificultades permitidas, «debemos dar gracias a Dios por todas las desolaciones, porque son los más grandes dones que Dios hace en este mundo a los que ama» (San Juan Eudes, OC X, 532-533).
Siguiendo de cerca el evangelio de hoy, hablamos hoy de encuentros y desencuentros, no debería ser así, todos somos hermanos en el Cristo Jesús por el bautismo, pero analizando un poco más estos encuentros de bendición, son los que ennoblecen la vida, la hacen bella y son vivos, llenos de alegría.
La “Inmaculada” nos enseña que la venida de Dios a nuestra vida no es una amenaza contra nuestra libertad personal.
La oración es una invitación a permanecer fieles. El apóstol Pablo ora para que perseveren en la fe.
Se acerca la liberación de su pueblo, ante tantas noticias negativas de algunas personas laicos y sacerdotes, no podemos dejarnos vencer por la desesperanza del mundo y de las cosas..
Este Domingo, la Iglesia cierra el ciclo litúrgico al celebrar a Cristo Rey. El evangelio presenta el juicio que llevó a Jesús a su muerte.
El libro de Daniel se escribe en pleno conflicto del pueblo contra la opresión extranjera. El lenguaje apocalíptico es revelación, no destrucción. Es esperanza del cambio, no del final de la historia. Es advertencia para estar preparados, estar alerta sobre el rumbo de la historia.
En la primera lectura nos habla de que en aquellos tiempos de sequía y hambre el profeta Elías pide a una mujer pobre, viuda y pagana que le de agua para beber y pan para comer. Los dos se muestran confiados en el Señor y el Señor cumple su promesa.
En el caminar del pueblo de Israel por el desierto, escuchar (el Shema) es una actitud del pueblo escogido por el Señor. Amaras al señor único, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.