En algunos casos, con el ánimo de presentar exitosos resultados, a los párrocos nos ha faltado humildad y SINCERIDAD PASTORAL para reconocer los síntomas pastorales.
Uno de los defectos que más aquejan a los métodos pastorales es el fundamentalismo. Porque sí, ¡también hay fundamentalismo católico! ¿Cuántas veces no hemos escuchado que las personas, ante un cambio propuesto, responden: “eso no funcionará porque aquí siempre se ha hecho de esta manera?”.
En el libro La vida después de la pandemia dice el papa Francisco: “Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos… Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido».
Cuando decimos que María es modelo de amor y de esperanza, en realidad estamos afirmando que María es el mejor modelo que tenemos de vida cristiana.
Hablar de la esperanza en la enseñanza de San Pablo, es hablar de algo más que de una simple actitud ante la vida, o una especie de valor y buen ánimo que se cultiva en el corazón para sobrellevar las vicisitudes y tribulaciones que puedan presentarse en el camino. Es verdad que en los escritos del Apóstol la esperanza se nos muestra como una virtud fundamental en la vida cristiana; pero no sólo es eso. Rastreando los textos paulinos que hacen mención de la esperanza, lo primero que encontramos es que la esperanza para los creyentes es una Persona: ¡es Cristo mismo! Así lo afirma expresamente Pablo, en el saludo inicial de su carta al fiel discípulo y amigo Timoteo: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios nuestro Salvador, y de Cristo Jesús, nuestra esperanza, …” (1 Tm 1, 1).