Guías Homiléticas
 25 diciembre / Navidad
/ Is 52, 7-10 / Sal 97 / Hb 1, 1-6 / Jn 1, 1-18 
Del Evangelio según san Juan 

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. 
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”.
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.    

Palabra del Señor

En el año 431 d.C., el Concilio de Éfeso -ciudad situada en la actual Turquía, donde según la tradición vivió María después de haber sido encomendada por el Señor desde la cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que ella es la Madre de Dios, porque concibió y dio a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

La primera lectura hace parte del deuteroisaías (segundo Isaías), esto es en el exilio y nos presenta a la ciudad de Sion como lugar de esperanza, donde el mensajero es el profeta que llega para sellar la paz. Un mensajero que trae los pies cansados hoy se nos presenta como mensajero que trae la paz.  

Este texto de la carta a los hebreos es una lectura cristológica que nos presenta la opción de comunicarse con nosotros a través del Hijo de Dios en el misterio de la Encarnación y el misterio pascual. Este último misterio ilumina toda la vida de Jesús. El nacimiento y la vida de Jesús tienen su fundamento en el misterio pascual: muerte y resurrección. El texto aunque tiene datos históricos del contexto, no pretende ser un libro histórico, su visión es teológica y así se comprende hoy la lectura. 

El autor del evangelio de San Juan quiere profundizar la revelación del Hijo de Dios, desde el principio, por eso este Himno cristológico, quiere destacar el origen y principio de Jesús, es un maestro o profeta, pero su origen estaba ya en Dios, preexistía junto a Dios, antes que fueran creadas todas las cosas. Antes del comienzo de la creación, antes de que el tiempo fuera tiempo, hubo un principio en el que existía el “logos” de Dios: el Verbo.

Con la palabra crea todas las cosas: con ella hizo que las tinieblas y el caos se convirtieran el orden, belleza y luz. Con ella comenzó a existir la vida humana. Con ella llama a Abrahán, padre de la fe y de todos los creyentes, con ella libera de la esclavitud a Egipto. Con ella se anuncian los tiempos nuevos por medio de los profetas. 

Y acontece el misterio central de nuestra fe: la encarnación, Dios se hace hombre, pone su morada en los hombres, la plenitud de la revelación acontece en el verbo encarnado en la historia, abre las puertas de la nueva creación, cobra sentido toda la creación en Cristo.

“Esta prescripción de la ley parece cumplirse de una manera singular y diferente de las otras en el solo Dios encarnado. En efecto, sólo Él, concebido inefablemente y nacido de una manera incomprensible, abrió el seno virginal, no abierto antes por la unión conyugal, y que conservó milagrosamente después del parto la señal de la castidad”. (San Gregorio Niseno, in homil. De occursu Domini)

A Dios nadie lo ha visto nunca, pero podemos conocer al Hijo-Verbo Encarnado en Cristo, por medio del Hijo-Jesucristo vemos al Padre, conocemos al Padre, esto eso lo que revolucionará el pensamiento Judío, era impensable ver a Dios, acontece en el Hijo.  

¡NAVIDAD!

Nos habla de la bondad de Dios: aparece en el tiempo, busca al hombre, ilumina, su destino. Nos habla de la Palabra de Dios: que no busca lo complicado, que no se deja engañar por lo que parece grande,  que no deja de reflejarse en lo pequeño. Nos habla de la Paz de Dios:  don de Dios para los hombre fuerza activa de renovación,  esperanza para los pobres. Es la experiencia mas bella que podemos tener ante los misterios (Albert Einsten)

EL SENTIDO DEL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN

En medio de los sufrimientos del destierro, surge la gran profecía del mesianismo, cuando el pueblo aprendió a esperar un Salvador que lo librara de su esclavitud, y a desear aquel Mesías que los profetas le habían anunciado, y que había de instaurar un nuevo orden de paz y de justicia, de amor y de libertad. Y todo comenzó en Belén (Bet-lehem: casa del pan), una aldea rodeada de estepas desérticas, a unos ocho kilómetros de Jerusalén. El está en medio de nosotros, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros: «Nos ha nacido hoy un Libertador, que es el Cristo Señor» (Lc 2, 11). Lo que nos interesa en esta novena de Navidad es el de conocer el significado religioso del Niño, que está ahí para ser recibido por nosotros no en un frío establo, sino en el calor de nuestros corazones llenos de fe, de amor y ternura. Este es el significado de celebrar el nacimiento en nuestras comunidades y hogares: la Navidad significa la inocencia, la reconciliación, la transparencia divina y humana de las cosas más banales y el sentido desinteresado de la vida, encarnado todo ello en el divino niño aquí, en la Navidad. Por eso el pesebre que ya nos dejó como costumbre san Francisco de Asís, revela que la eterna juventud de Dios penetró este mundo para nunca más dejarlo; que en la noche feliz de su nacimiento nació un sol que ya no ha de conocer ocaso.

La fecha del 25 de diciembre: en la antigüedad la fiesta del solsticio de invierno, fiesta en el imperio romano del nacimiento del sol (Natalis Solis Invicti). Con ella empalmaba perfectamente los temas de la luz, propios de la liturgia hasta entonces celebrada en la Epifanía.

Tanto entraba en la Epifanía el elemento de la luz que a la fiesta se le llama también en los griegos “la fota”, fiesta de las luces. La idea de Jesús luz del mundo, tan propia de san Juan (cfr. Jn. 8,12; 9,5; 12, 35.48) aparece con especial relieve en sus reflexiones sobre la encarnación (“luz del hombre, luz que brilla en la tinieblas” Jn 1, 4-5). Lo mismo pasa con Lucas en los himnos de Navidad (“nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas” Lc. 1, 78-79; “luz para alumbrar a las naciones” Lc. 2,32). Entre otras lecturas propias para este tiempo: Mt . 17, 2 y 2 Pedro 1,19. Al mismo tiempo la Iglesia de Roma oponía así su propia fiesta cristiana de la luz a la pagana tratando de contrarrestar el influjo que aquella seguía ejerciendo en los cristianos. Constantino fue quien impulsó el que la Navidad se celebrase en la fiesta del Natalis Solis Invicti. Hasta el siglo IV se consiguió que Jerusalén festejase la Navidad el 25 de diciembre. A San Juan Crisóstomo le cuesta 10 años convencer a los cristianos de Antioquia para que celebren la Navidad el 25 de diciembre. Que bellamente nos recuerda: “esta es la “metrópolis”, la fuente de la luz y el punto de partida de todas las fiestas” (San Juan Crisóstomo). También nos lo recuerda san Agustín: “este día queda consagrado no por el sol visible sino por su invisible Creador…no adoréis al sol sino al que lo ha hecho” (San Agustín). Y el papa León: “hay gente que piensa que esta fiesta nuestra no es tanto por el nacimiento del nuevo sol…Así que no puedo sino reprender a los que entre vosotros al amanecer antes de entrar en la Basílica de San Pedro suben la escalera y con grandes inclinaciones ante el disco brillante saludan el sol que hoy renace”(Papa León). En síntesis, debemos encontrar el verdadero sentido a nuestras celebraciones de la fiesta, de la Navidad, como en los evangelistas (Mt, Lc, Jn) que en lo relativo al nacimiento nos presenta este misterio en la introducción a sus evangelios y al Misterio central de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Así mismo, San Pablo en Fil 2, 6-7 nos recuerda: “se despojó haciéndose semejante a los hombres”, destacando el valor redentor del Misterio de la encarnación relacionado con la muerte y la resurrección.  San Juan de la Cruz, nos habla de un amor que no se cura, lo expresa en sus poemas de la noche oscura y la luz como la luz del nuevo nacimiento.

En las noches anteriores hemos visto que Dios ha dado la buena nueva del nacimiento de JESÚS a los pobres que lo estaban esperando y que ya seguían el buen camino, como María, José, Simeón, Isabel, o los pobres que tenían en el corazón la esperanza puesta en el Señor como los Pastores. Estas personas acogieron la buena nueva de Dios y se abrieron a un compromiso nuevo, al servicio de la liberación del pueblo. Esta noche veremos como otras personas recibieron y aceptaron la Buena Nueva; personas que no conocían la Palabra de Dios, que vivían lejos, pero estaban deseosas de conocer la verdad. Según la tradición, los llamamos los Reyes Magos. Pero no eran ni reyes ni magos, al menos en el sentido que nosotros damos a esta palabra. Eran personas que buscaban la verdad, a través del estudio de los misterios del mundo y de la vida. Para ellos también la Buena Nueva del nacimiento de Jesús fue motivo de alegría y ocasión para dar un nuevo rumbo a sus vidas. Pero veremos que la NUEVA del nacimiento de Jesús fue una mala NUEVA y motivo de preocupación para el rey Herodes (que si era rey). Para los ricos que se apegan al poder, la Navidad de Jesús es una mala noticia, porque El viene a cambiar el mundo y los ricos poderosos le tienen miedo a los cambios. Desde el comienzo Jesús experimenta el dolor y el calor de los pobres y de los humildes y el odio de los ricos y poderosos. (http://www.autorescatolicos.org/misc13/wilsonsossa0005.pdf)

Atráenos siempre a donde tú estás ¡Señor que no tienes posesión alguna!: A los hermanos pequeños y necesitados, a los que eligen dejarlo todo por tu causa. Y concédenos conservar como María Cada palabra, dada gesto tuyo En lo profundo del corazón… Como único evangelio que nos salva.

NUEVA ENCARNACIÓN.

Nuestro Señor tiene el proyecto de consumar en nosotros el misterio de su Encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose y como encarnándose dentro de nosotros y comenzar a vivir en nuestras almas, por los santos sacramentos del Bautismo y de la divina Eucaristía, y haciéndonos vivir una vida espiritual e interior, que esté escondida con Él en Dios. (San Juan Eudes Le Royaume.1.311-312).

Con Epifanio que es Liber incomprehensus, qui Verbum Patris mundo legendum exhibuit, el libro del Verbo divino, en el cual el Padre Eterno escribió su Verbo y su Palabra eterna para exponer a los ojos de los hombres y para hacerla leer y conocer a aquellos que son dignos de leer en este santo libro: libro inmenso que comprende a quien es incomprensible y en el cual se encierran los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios, que son inmensas.

APORTE EN EL AÑO JUBILAR  DEL CORAZÓN DE JESÚS

Santa Teresita sonreía porque se llamaba del Niño Jesús. El rostro de la Virgen es el símbolo de la felicidad, porque ha mirado al Niño y ha visto en sus ojos todo el misterio del amor de Cristo. Contemplemos con María el misterio. Y si adoración es el postrer esfuerzo del alma que rebosa y ya no puede articular palabra (Lacordaire), postrados ante Él, adorémosle en silencio, dejémonos mirar por el Amor del corazón de Jesús que se derrite por “puro amor”, expresión en la espiritualidad eudista para decirnos que el nos ama desde su corazón, sin ningún interés.

“Jesús nos da su corazón

que es el principio y origen

de todos sus demás dones”

“Adora y contempla a nuestro Salvador en el exceso de su bondad y en los generosos dones de su amor. Nos da el ser y la vida, nos da este mundo inmenso lleno de una multitud de seres; nos da sus ángeles como protectores; nos da a su santa Madre; los sacramentos y misterios que nos salvan y santifican. Nos da a su eterno Padre como nuestro Padre verdadero; su Espíritu Santo como nuestra luz y nuestro guía.

Nos da sus pensamientos, palabras, acciones y misterios, sus sufrimientos, su vida consagrada a nuestro bien.

Nos da su propio Corazón que es el principio y origen de todos estos dones.


Ofrezcámosle y entreguémosle nuestro corazón, como Él nos ha entregado el suyo; totalmente y sin reservas, para  siempre y en forma irrevocable.

Pero sobre todo, ofrezcámosle su propio Corazón, porque si nos lo ha dado, nos pertenece y no podríamos ofrecerle nada que le sea más grato. (Leccionario eudista (adaptación) n.44 pp122-123).

«Durante nuestro tránsito por la tierra Dios nos ha señalado la misma vocación que infundió en los santos patriarcas, los santos profetas, los apóstoles y los mártires, los santos pastores y sacerdotes y todos los otros santos… Eran hombres como nosotros, hechos de carne y hueso, frágiles como nosotros, expuestos a los mismos peligros y tentaciones que nosotros… El que los hizo santos tiene un deseo infinito de santificarnos… Propongámonos caminar por la senda de los santos, leer y estudiar su vida, en especial los que tuvieron la misma profesión que nosotros, e imitémoslos» (San Juan Eudes, OC 11, 14.31.44).

ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

Gracias Señor por esta navidad en familia, por las situaciones, personas y dificultades permitidas, «debemos dar gracias a Dios por todas las desolaciones, porque son los más grandes dones que Dios hace en este mundo a los que ama» (San Juan Eudes, OC X, 532-533). El es quien recomienda: «Consideren todas las dificultades y contradicciones como un don muy precioso de la Divina Bondad» (San Juan Eudes, OC VII, 212)

ORACIÓN EUDISTA ANTE EL NACIMIENTO DEL NIÑO DIOS

En «Vida y Reino», él habla de cuatro renuncias contemplando al Niño recién nacido:

1- Renuncia al pecado porque se opone diametralmente a Dios,

2- Renuncia al mundo porque es el orden de cosas que excluye a Dios,

3- Renuncia a nosotros mismos, porque tenemos que darle prioridad a Dios, y no obstaculizar su acción en nosotros

4- Renuncia aun a los goces espirituales que podemos experimentar en la vida religiosa

Se trata de Renunciar a todo eso, de manera que llegando a ser libres, podamos adherir completamente al Señor.

«No nos pertenecemos a nosotros mismos (1 Cor 6, 19) sino a Dios. No podemos pues disponer de nosotros, ni tenemos derecho de vivir, actuar, pensar ni hablar nada para nosotros mismos. Nuestra obligación es renunciarnos enteramente para pertenecer totalmente a Dios. Estamos  obligados a seguir a Jesús si deseamos tener parte con él. Y no podemos seguirlo sin renunciarnos. (San Juan Eudes, OC III, 207).

“MI PRIMERA NAVIDAD EN EL CIELO» (Autor desconocido)

Ésta es mi primera Navidad en el cielo, desde acá puedo ver los pinos navideños por todo el mundo, con sus lucecitas como estrellas… ¡¡¡la visión es espectacular!!!

¡Hoy, quiero que sepas que, yo secaré tus lágrimas! Esas lágrimas que caen por tu rostro…sólo te pido que sean lágrimas de recuerdos hermosos que pasamos juntos.

No me recuerdes con dolor. Pues ¿sabes? ésta Navidad la pasaré en el cielo, no sabes cómo es el coro de Navidad qué tenemos aquí, no tengo palabras para describir lo hermoso qué es escuchar a un ángel cantar y el gozo que esas voces me brindan.

¡Esto es maravilloso, es inexplicable todo esto que estoy viendo aquí! ¡Imagínate mi primera Navidad en el cielo!

Aquí estoy, con Dios. Y hoy, le pediré qué les dé la fuerza para seguir y qué ilumine a cada uno su camino. Enciende una luz por mí, para no olvidar el camino hacia tu corazón.

Deja que tú corazón se alegre por un momento y deja que tú espíritu cante, porque estoy pasando una Navidad en el cielo y estoy con Dios.

Recuérdame con alegría, no podemos haber dos muertos, tu corazón sigue latiendo y yo estoy en cada uno de ellos. La vida sigue y lleva su ritmo, el reloj no se detiene… no te preguntes si fue muy pronto nuestra despedida. Alégrate de todos los momentos que compartimos juntos. Si algo se te quedó de mí, mejor difúndelo.

Si, lo sé, sé cuánto me extrañas, puedo sentir lo mucho que me extrañas, pues veo el dolor en tú corazón, pero no estoy lejos, estoy más cerca de ti, porque te acompaño en todo momento… estoy en los pájaros, en los árboles, en la naturaleza, en cada espacio por el que tu pasas y estás.

Realmente no nos hemos separado, sabes lo mucho que los amo, así que estén felices por mí y alegres en esta Navidad, pues yo estoy aquí desde mi casa en el CIELO.

Les mando a cada uno un regalo especial, les mando a cada uno, un recuerdo de mí eterno AMOR, después de todo el amor es el mejor oro puro y amarnos es lo más importante que Dios nos enseñó.

Recuérdame de una manera feliz…que el amor reine en tu vida. El mismo amor que sientes cada que me piensas. Ahora mi corazón late al ritmo de tu propio corazón.

Dame vida en esta Navidad.

Para todos aquellos qué tendrán una silla vacía en esta Navidad.

¡¡Luz y esperanza!!

¡Abrazos!

Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm 
Sacerdote Eudista

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