Guías Homiléticas
 24 Octubre / XXX Domingo Ordinario
/ Jr 31, 7-9 / Sal 125 / Hb 5, 1-6 / Mc 10, 46-52 
Del Evangelio según san Marcos

Al salir Jesús de Jericó, acompañado por sus discípulos y una gran multitud, encontró a Bartimeo, el hijo de Timeo, un mendigo ciego que estaba sentado junto al camino. Él, al oír que era Jesús de Nazaret, empezó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Muchos lo reprendían y le decían que se callara. Pero él gritaba mucho más todavía: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús se detuvo y mandó llamar al ciego. Entonces lo llamaron y le dijeron: “¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!”.
Él tiró su capa, de un salto se puso de pie y fue a donde estaba Jesús, el cual le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, ¡que recobre la vista!”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha dado la salud”. Y enseguida recobró la vista y fue siguiendo a Jesús por el camino.


Palabra del Señor

El quinto poema contiene en sus ideas un llamado a cantar con gozo y a proclamar el regreso del pueblo dispersado. El pueblo es caracterizado como una asamblea grande, inclusive de los grupos más débiles: no solo participan los hombres, sino las mujeres y los impuros. Jeremías nos da un mensaje consolador, pues nos habla de la unificación de las tribus de Israel dispersas (622-609 a.C.). La restauración entonces corresponde a la nueva alianza: pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones las escribiré. El contexto está marcado por la reforma religiosa de Josías que logró la vuelta de los desterrados al reino de David.

En tres momentos observamos: a) La restauración esperada es como una concentración b) De una reconciliación entre un padre y su primogénito c) Una consolación de Dios después de una prueba sufrida. Dios guía a su pueblo y aquellos a los que dirigirá su acción salvadora hacia los más pequeños.

El lugar donde ocurren los hechos es cerca a Jerusalén. El ciego es natural de Jericó, pero no es ciego de nacimiento, seguramente su ceguera es adquirida en su infancia o juventud. El contexto del texto, viene siendo dado por los anteriores domingos donde se nos presenta el camino hacia Jerusalén, donde su enseñanza ha sido dada a sus discípulos que lo acompañan. En estos capítulos tenemos dos historias de sanación de dos hombres ciegos (8,22-26 y 10,46- 52). Entre las dos historias, Jesús viaja con los discípulos hacia Jerusalén. En camino, les habla a los discípulos de su muerte venidera (8,31-33; 9,30-32; 10,32-34), pero a cada predicción responden de una manera inapropiada, demostrando su ceguera hacia el futuro que Jesús quiere revelarles. Se convierte en una ceguera de los mismos discípulos.

El mensaje de este Domingo es sobre Bartimeo, que nos invita a “ver”, es ir más allá de los sentidos, sentimientos, inteligencia, corazón y razón.  Mateo, que escribió este Evangelio para lectores judíos, utiliza el título “Hijo de David” (11 veces), el ver nos confronta con nuestra espiritualidad y nos hace entrar en la dinámica espiritual de la fe verdadera, que nace de lo más hondo del corazón. Por eso la fe es un don, es entrar en la lógica del Evangelio, donde el “ver” es un encuentro gozoso con el Señor, con el Espíritu Santo, con las verdades de la fe y este salto en la fe es para aquellos que el Señor se los quiera revelar.

La realidad es cruda, pero es real, un hombre pobre y ciego, dos situaciones difíciles para una persona en cualquier época, pero sobre esta realidad el Señor va a actuar grandemente, pues tiene la disposición de responder al llamado. Él se convertirá en un gran modelo de hombre por su caminar en la fe. Marcos utiliza estas dos historias de hombres ciegos para marcar una serie de historias de discípulos cegados espiritualmente. Además, se fija en el círculo íntimo de Jesús– Pedro, Santiago, y Juan – para prestarles atención especial. Son privilegiados por haber estado con Jesús en la Transfiguración (9,2-8), pero parecen estar ciegos a las verdades que Jesús intenta enseñarles. La historia de Bartimeo es la última historia de sanación en este Evangelio y pone fin a capítulo 10.

¿QUIÉN ES BARTIMEO?

Bartimeo (arameo: bar significa hijo de) el ciego, hijo de Timeo (griego: ho huios timaiou, el hijo de Timeo), estaba sentado junto al camino (griego: ten hodon – la carretera, el camino) mendigando. “Bartimeo el ciego, hijo de Timeo” (v. 46). Bar significa “hijo de” en arameo, un idioma similar al hebreo y la lengua común de judíos palestinos de la época de Jesús. Marcos incluye el nombre arameo y lo traduce al griego para lectores gentiles. Timao (griego) significa honrar, entonces, Bartimeo puede significar hijo de honor. San Marcos contrasta claramente el significado del nombre con la ocupación del hombre. ¡Un hijo de honor está mendigando al lado de la carretera! Este hombre, que vive cada día con la vergüenza de su condición, le da a Jesús títulos de honor. Antes de terminar la narrativa, vemos a Bartimeo, su honor ya plenamente restaurado, uniéndose a Jesús en su camino hacia la deshonra y vergüenza.

Identidad de Bartimeo: Marcos no suele nombrar aquéllos que benefician de milagros – solo nombra a Jairo y Bartimeo en este Evangelio. Puede ser que Bartimeo sea activo en la iglesia y conocido por los lectores de Marcos. Se presume que Bartimeo no era un desconocido en la comunidad cristiana de Palestina, sino un miembro conocido de Jericó.

El ciego “el ciego…mendigando” (v. 46). La mayoría de hombres ciegos eran mendigos, considerados de manera caritativa. “Bartimeo es la plena imagen de alguien sin nada que ofrecer, nada que declarar”.

Marginado y excluido: al borde del camino “estaba sentado junto al camino” (v. 46). El camino es un lugar para marginados. Normalmente un lugar tranquilo al lado de la carretera, este día sería ruidoso a causa de los peregrinos dirigiéndose a Jerusalén. Imagínate la dificultad de Bartimeo para entender lo que está pasando con la confusión de la ruidosa multitud. No solo es ciego, pero tampoco parece tener amigos que le ayuden, entonces es marginado doblemente: pobre y ciego, quedando sin amigos que lo auxilien, ¿estaría sin familia? Posiblemente, esto hace más cruda la realidad.

HIJO DE DAVID

El grito es quizás una forma de decir algo, de hacerse pronunciar, o tendría algo de miedo sin saber por qué, a diferencia de Juan Bautista que es una voz que grita en el desierto, dónde nadie lo escucha a uno. ¿Por qué Bartimeo gritó llamando a Jesús? Porque sabía que Jesús podía curarlo, sanarlo… seguramente no sabia mucho, pero había escuchado de Jesús, porque su fama se había extendido en varios lugares.

Él no sabía dónde estaba Jesús exactamente porque no podía verlo. “HIJO DE DAVID, ten misericordia de mí”. “Y oyendo que era Jesús el Nazareno (griego: ho Nazarenos – el Nazareno), comenzó a dar voces y decir: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí. Y muchos le reñían, que callase: mas él daba mayores voces: Hijo de David, ten misericordia de mí.” “Jesús el Nazareno” (v. 47a) – no Iesous apo Nazaret (Jesús de Nazarea).

Jesús no se dirige al hombre ciego directamente, sino que “mandó llamarle” (v. 49) – le manda a la multitud que pare de obstruir y empiece a capacitar – reemplaza brazos tiesos con manos que ayudan. Entonces, antes de sanar al ciego, Jesús le da dignidad – le pasa del margen al centro del escenario – le pone bajo el foco – le da un papel estrella. “El contraste está marcado: Jesús, hijo de David (y como tal, el ‘primer’ ciudadano de Israel), se detiene para ayudar a un mendigo sin importancia (uno de los ‘últimos’ ciudadanos de Israel)”.

La multitud intentó silenciar a Bartimeo (vv. 13, 48). Las instrucciones de Jesús para los discípulos “Dejad los niños venir” (v. 14), se paralelan a sus instrucciones para esta multitud cuando, “mandó llamarle” (v. 49). En ambos casos, Jesús alarga la mano con autoridad para incluir a los débiles y vulnerables, sirviendo de ejemplo del auténtico ministerio que busca a los marginados y excluidos como los mendigos y los niños que hace énfasis en san Lucas. “El entonces, echando (apobalon – echando de lado – abandonando) su capa, (Bartimeo) se levantó, y vino á Jesús” (v. 50). Generalmente mendigos se sientan con sus capas estrechadas en la tierra ante ellos para recoger las monedas que tiran los transeúntes. La capa de este hombre es tan importante para su bienestar como un bote lo es para un pescador o un puesto para un recaudador. Igual que los demás abandonaron botes y puestos para seguir a Jesús, este hombre echa de lado capa y monedas para ponerse ante el Hijo de David.

JESÚS DICE ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA?

Jesús ha traído a este hombre al centro del escenario. Ahora le digna aún más preguntándole lo que quiere. Hace la misma pregunta que les preguntó a Santiago y Juan (10,36) en el incidente que precede inmediatamente esta historia. Santiago y Juan respondieron pidiendo puestos de honor al lado derecho e izquierdo de Jesús. Es una forma reverente le dice: Rabí, “que cobre la vista.” La petición del hombre ciego es muy diferente a la de Santiago y Juan. No pide ser visto, sino ver – no pide honor, sino su vista – no pide ser superior a gente ordinaria, sino hacerse él mimo ordinario – no pide regir sobre otros, sino unirse a ellos en la experiencia humana.

APORTE PASTORAL

El “ver” es ser capaz de abrirme a Dios, el hacerme capacidad de Dios, el “ver” ya no con los ojos exclusivos de cualquier persona, sino con los ojos de la fe en la Iglesia Católica. En esto, debemos de ser bien espirituales, con los pies en la tierra, es el sano equilibrio entre la fe personal y la fe de la Iglesia, pues muchas personas que se nos acercan a cuestionarnos sobre nuestra fe de la Iglesia, como por ejemplo, los misterios  de la fe, los dogmas de la Iglesia o los dogmas de la virgen María, debemos abordarlos con cuidado para no quedarnos con respuestas superficiales sin hondura espiritual y que es necesario ver con ojos de fe y con ojos de la razón los nuevos retos que enfrenta hoy nuestra Iglesia. El Cardenal Ratzinger para explicar este sentido del ver nos decía: “Me viene a la mente una anécdota que se cuenta a propósito del Cardenal Consalvi, secretario de Estado de Pío VII. Le habían dicho: Napoleón intenta destruir la Iglesia. Responde el Cardenal: No podrá, ni siquiera nosotros hemos podido destruirla”.(Giorni, n. 3, marzo 2000, en una entrevista al Cardenal Joseph Ratzinger, pág. 24: Non riuscirà, neppure noi siamo riusciti a distruggerla).

El reto de nosotros hoy es empezar a ver con ojos misericordiosos la realidad, Jesús tiene un corazón lleno de amor, el mendigo es un buscador, que grita el nombre de Jesús, es el encuentro entre la miseria y la misericordia, en palabras de san Juan Eudes: “el abismo de tus miserias atrajo el abismo de tu misericordia”, este encuentro esta en un clima lleno de amor. Es un fuerte llamado del Señor: «Me pensó, me miró con ojos de misericordia, me amó con ternura, creó el mundo y lo conserva por amor de mí» (San Juan Eudes, OC 11, 135).

Al fin y al cabo, ahora Bartimeo puede ver con ojos de misericordia como lo vio Jesús, pero los discípulos siguen cegados. Cuantos siguen o seguimos cegados por nuestros intereses, ambiciones o toda clase de falta de fe en momentos claves de nuestra vida o la vida de los demás, porque pensamos que somos mejores. El sanar de Bartimeo es de particular significado para aquéllos que se encuentran fuera de la comunidad. Llama la atención a personas que, perdidas en la multitud, pueden estar listas y ansiosas de tener un contacto vital con Jesucristo. Esto sucede a diario, los que se encuentran dentro, no son capaces de “ver” realmente con los ojos espirituales, sino que ellos no son capaces de “ver” porque no han sido sanados realmente porque no pueden “ver” con la fe de los excluidos. El relato, nos habla de un ciego, marginado, que su vida dio un cambio drástico a causa del encuentro con Jesús. En últimas, recuperó su vista por su fe, dejando su manto (seguridad), se levantó (dejo su vida pasada) y siguió a Jesús, de lo externo a lo interno y a su liberación completa e integra para convertirse en seguidor de Jesús. Son pocos los pasajes que hablan del agradecimiento y de los que se vuelven al camino del Señor, aceptan su mismo destino: el sacrificio de la muerte en forma de cruz como entrega definitiva porque lo salvó.

Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm 
Sacerdote Eudista

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