“Juntos vamos más despacio, pero podremos llegar más lejos”, reza una popular consigna.

La tentación de quedarnos quietos, de instalarnos como seres sedentarios, es contrarrestada por la vocación nómada que convierte el camino, la vía, el sendero, el viaje y las encrucijadas, en metáforas de la existencia.

Como seres vivos, el dinamismo interior nos hace buscar la luz y tener ojos que la reciban y nos permitan ver. Todos nuestros sentidos están en función del movimiento, del pensamiento, del horizonte, del crecimiento y del avance. La vida puede ser vista como un proceso de subida hasta el descenso de la vejez y la muerte, o como un progreso hacia la felicidad más plena y eterna.

También el vivir puede ser simplemente un coexistir, o tirando a más, una convivencia y, más plenamente aún, una comunión que engendra comunidad y sinodalidad, es decir, un caminar juntos.

Desde la fe, tanto la génesis como la escatología, es decir, el inicio y la meta de la humanidad, marcan la existencia como itinerario de vida e historia, pero más profundamente, como “alianza” con Dios, arraigada en la consciencia personal, en la relación interhumana, en el trato con los demás seres vivos, en el dinamismo de toda la creación.

Son “los caminos de Dios en la tierra” y el perpetuo caminar de la fe que caracteriza la condición del creyente. Este destino no es un errar por caminos azarosos, sino una perpetua marcha siguiendo la estrella, como los magos de Oriente (Mateo 2,9), como rebaño del Buen Pastor o séquito del Cordero. “Dios es origen, guía y meta del Universo” (Romanos 11,36). “Yo soy el camino la verdad y la vida” (Juan 14,6).

“Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra, cuando llegase el momento culminante” (Efesios1,10), es “el plan de Dios” para el universo.

El mismo ser de Dios se ve plasmado en este obrar dinámico del Padre Creador, del Hijo Salvador y del Espíritu Unificador, proyectándolo “al mundo entero y a toda la creación” (Marcos 16, 15).

Este gran horizonte entre el mundo, la persona y Dios, llamados “a la perfección del amor”, es el que nos permite percibir también el actuar de Dios en nuestros tiempos, espacios y procesos.

Más aún, nos impulsa a comprender “la sinodalidad eclesial” que intentamos despertar entre los creyentes católicos y los de otros credos, también en la humanidad como tal, en los actuales tiempos y acontecimientos.

Somos humanidad e Iglesia en camino, “aprendiendo a caminar juntos”. Somos “compañeros de viaje”: “en la Iglesia y en la sociedad estamos en el mismo camino, uno al lado del otro”, reza el documento preparatorio para “el Sínodo de la sinodalidad”.

Este no es un sínodo temático sino un proceso de conversión de la Iglesia, primeramente hacia adentro de ella misma, en tres planos: en el plano de su estilo y naturaleza asamblearia, de sus estructuras comunitarias e institucionales y de sus procesos y procedimientos, basados en la escucha, el ejercicio de la palabra, del diálogo, de la consulta y los consensos.

Pero este “hacia adentro” de la comunidad eclesial diocesana, regional y universal, no es auto referencial: no se reduce a ampliar reuniones y conversatorios, ni siquiera a integrar a los creyentes, hombres y mujeres, generaciones y carismas, servicios y ministerios. Es una sinodalidad misionera, ecuménica, espacial y diaconal. Es “la Iglesia en salida” hacia periferias y centros; abierta como espacio de encuentro y de diálogo sociocultural, para diversos y adversos; identificada como servidora de la humanidad, desde su sentido más ecuménico, samaritano y profético.

Por todo lo anterior, la sinodalidad no es sólo un método pastoral, sino ante todo un propósito territorial de integrar poblaciones y etnias, culturas y tradiciones. Un compromiso colectivo de cuidar de los más débiles, de los más vulnerables, de las víctimas e indefensos, así como de “la casa común”.

Hacia afuera es entonces llegada, conversación, escucha, diálogo e integración de espiritualidades, para suscitar propuestas y llegar a propósitos comunes, a tejer ese “caminar juntos”, indispensable hoy ante los desafíos de las crisis sanitaria, ambiental, migratoria, de seguridad e inclusión social.

Y hacia adentro ha de ser, fundamentalmente, de configuración comunitaria, de participación y discernimiento, de respuesta a las preguntas y desafíos que nos plantea el “caminar juntos” hacia afuera, con nuestros pueblos y naciones, construyendo con ellos vida, dignidad humana, convivencia, paz, progreso y futuro.

Escribo estas reflexiones con todo el “beneficio de inventario”: la sinodalidad no es una “novedad” sino un aprender a caminar con Jesús y como Él, con la Iglesia Primitiva y con María. Un aprendizaje para estos tiempos y realidades que todos debemos hacer.

Necesita hoy la humanidad que la Iglesia la contagie del espíritu de comunidad, del ambiente de concilios y de sínodos, desde el de Jerusalén en los inicios, hasta el Vaticano II. Aún en nuestro continente americano, desde Santo Toribio de Mogrovejo, gran arzobispo de Lima y gigantesco ejemplo de sinodalidad, hasta el Sínodo de la Amazonia, que recién se hizo, marcan este “caminar juntos” que nos urge asimilar y testimoniar.

Todo un desafío por afrontar, partiendo siempre del itinerario que ya hemos hecho como Iglesia del post concilio, desde la “Evangelii Nuntiandi” de San Paulo VI, hasta la “Evangelii Gaudium” y el magisterio del Papa Francisco.

Nuestro plan quinquenal arquidiocesano, con sus previstas asambleas presinodales y el sínodo parroquial quinquenal, recoge, en gran medida, este contenido sinodal y conciliar de la Iglesia.

Una Iglesia Servidora, discípula, samaritana, esponsal, territorial y sinodal, son los trazos de ese rostro comunitario y sinodal que nos hemos propuesto darle a nuestra Iglesia Particular de Cali y que ahora podemos configurar y fortalecer desde las Asambleas Parroquiales de Servidores y la llegada misionera a las gentes de todo el territorio parroquial. Una parroquia sinodal, con esposos, familias. Carismas, servicios y ministerios, con verdaderos espacios de encuentro y de acuerdos dos, con una espiritualidad de participación, comunión y misión.

Volvamos consigna nuestra para estos años de aprendizaje en este “caminar juntos”: “desde cada parroquia, nuestra Iglesia se hace sinodal”.

Por: Mons.  Darío de Jesús Monsalve Mejía  
Arzobispo de Cali
Tomado de cec.org.co

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