Nuestro estilo de vida religiosa se basa en la llamada que el Señor nos hizo un día y nos dispuso a la aventura de amarle y seguirle. Cada persona tiene su propia historia acerca de este llamado y de su aventura. Recordarla hace recuperar la pasión y el gozo de la vocación.

Para empezar esta reflexión podemos darnos unos minutos para revivir aquellos momentos más bellos y significativos de nuestra vocación religiosa. Recuerda los hechos que te motivaron a ingresar a tu comunidad, las personas que te apoyaron, los obstáculos vencidos, los momentos más gratos.

Este llamado de Jesús nos desafió a una nueva forma de vivir, no para considerarnos mejores que los demás sino para sentirnos plenamente realizados. En últimas, quisimos una vida alternativa respecto a la del común de las personas, un proyecto humano garante de plenitud.

Con el paso del tiempo es posible que vayamos experimentando una cierta sequedad en el ardor y la intensidad de la entrega. Algo así como si nos acostumbráramos a ser religiosos y, al no ver la posibilidad de otra opción para realizarnos, empezamos a vivir de cualquier manera. Y todo va perdiendo sentido. Por eso es necesario recordar siempre la llamada de Jesús porque ella no es puntual, es permanente. Y así debe ser la respuesta. La vocación, al igual que la conversión, es de todos los días.

Volver a plantear las respuesta a esta llamada constante de nuestro Dios requiere de un discernimiento, de un captar por dónde me pide Jesús ir tras Él. Cada día el camino sufre variaciones y aparecen nuevas dificultades y límites que afectan la vivencia radical de nuestro compromiso religioso.

Si bien una religiosa y un religioso no pueden dejar de considerarse parte del pueblo santo fiel de Dios, es preciso tener a la vista que este estilo de vida tiene sus exigencias y su particularidad. Y algo que define fundamentalmente a esta vida es la asunción de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Así la asumimos en los inicios y no nos opusimos a ellos. Al comienzo los profesamos temporalmente, pero luego dimos el sí definitivo, solemne.

El fundamento de los votos se halla en la entrega al Reino de Dios, como la causa por la cual Jesús nos pide seguirle. Es para servir al Reino que nos hacemos pobres, castos y obedientes. Por ello, conviene preguntarnos en todo momento: ¿Qué realidades personales están mostrando que Dios urge en mi vivencia de los votos?

Con los votos no asumimos una vida al margen del dinero y de la economía, tampoco profesamos un rechazo a la afectividad y al amor, y mucho menos renunciamos a la autonomía y la libertad. Con la profesión de votos, más bien, manifestamos que queremos vivir la vida al margen de los proyectos avaros, egoístas y excluyentes de la sociedad vigente, y nos entregamos de lleno al Reino de Dios. Reflexionemos en torno a cada uno de ellos y dispongámonos a inyectarles un nuevo amor y sabor.

“Felices los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios” (Lc 6, 20)

Sobre el voto de pobreza

Con el voto de pobreza hemos afirmado públicamente y de corazón que la vida pobre aporta dignidad a toda la humanidad, por eso nos resistimos a la lógica capitalista brutal que todo lo convierte en objeto de mercado y de rentabilidad. Él nos capacita para procurar unas relaciones humanas donde no prime lo que se tiene sino lo que se es.  Estos tiempos de pandemia nos retan a reforzar nuestro auténtico valor humano y a cuidar nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios.

En consecuencia, el voto nos desafía rechazar toda aspiración a los modos propios de los poderosos y a una valoración especial de la opción por los pobres y sufrientes como criterio fundamental de salvación (cf Mt 25, 31ss). En un tiempo en que los grandes e influyentes se roban los recursos destinados para aliviar el impacto del hambre y la precariedad de los empobrecidos de nuestra sociedad, el voto adquiere plena vigencia. Quien se hace pobre debe superar las ingenuas y macabras visiones con las que se etiqueta a los pobres: perezosos, sucios, dañinos, ignorantes. Al contrario, el voto nos abre los ojos para valorar y asumir aquellas cualidades humanizadoras, hospitalarias, sencillas y espontáneas de los últimos que, por eso, son primeros en el Reino.

Así, el voto de pobreza nos ubica en el centro del seguimiento de Jesús, quien nos pide relativizar todo para conseguir lo que es fundamental. Y nos sitúa en la exigencia primera y más radical para que Dios reine.

  • ¿Cómo estoy siendo alternativo en medio de este sistema económico instrumental?
  • ¿De qué manera reflejo la calidad de una vida pobre como religioso(a)?
  • ¿Cuáles son mis amigos pobres y qué es lo que aprendo de ellos y ellas?
  • ¿Cómo fortalecer mi opción por los pobres en estos tiempos de crisis y esperanza?

“Quien no ama no conoce a Dios” (1Jn 4,8)

Sobre el voto de castidad

El voto de castidad es la expresión clara de nuestro amor por quienes nos rodean y en quienes está Dios mismo. Con él ratificamos nuestra profunda convicción de querer dar lo mejor de nosotros(as) para que la vida triunfe sobre tanto mal provocado y para que la historia de nuestro pueblo sea mejor. El voto nos capacita para rechazar toda forma de utilización de los sentimientos y la objetivación de las personas. El Señor nos llamó como hombres y mujeres, seres sexuados, con sentimientos, con posibilidad de enamorarnos, pero nuestro fin y horizonte es la propuesta de Jesucristo.

La finalidad es amar intensa y libremente especialmente a aquellos que sufren, a quienes nadie ama y a quienes nos hacen daño. El hecho de no tener la posibilidad de vivir en pareja ni de conformar un hogar tiene su razón de ser en la entrega generosa y alegre no solo por aquelos a quienes escogemos y nos hacen el bien, porque así ¿qué mérito tendríamos? Más bien, reservamos la vida para un amor universal. Entonces, la castidad nos ayuda a darle un sentido a la lucha interior ante tanto sexualismo y ante aquel grado de soledad que todo estilo de vida conlleva.

Y este amor se alimenta en el amor a los cercanos, en el “ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13, 34-36). La castidad célibe se vuelve un signo profético en una sociedad que usa, comercializa y maltrata el amor y el afecto, y porque, sea cual sea nuestra orientación sexual, e incluso en medio de cualquier posibilidad de contradicción afectiva, se evitan comportamientos escandalosos y acciones irresponsables que dañan el amor vivido en clave de fe.

  • ¿En qué medida soy alternativo en este tiempo de exacervación de la sexualidad?
  • ¿Qué sentimientos y actitudes necesito purificar o rectificar en este momento?
  • ¿Cómo fortalecer mi libertad para amar más en estos tiempos de crisis y aislamiento?

“Ustedes son todos hermanos” (Mt 8, 12)

Sobre el voto de obediencia

Con el voto de obediencia hemos manifestado nuestro deseo de vivir más allá de aquella tendencia a la dominación de los otros y a toda forma de anarquismo e individualismo que tanto auge adquieren hoy en día. De esta manera nos oponemos al imperio del capital que impone una cultura liberalista y narcicista, conduciendo hacia un vacío existecial que suele llenarse con cosas, modas, marcas y apariencias. Este voto nos reta a privilegiar la comunión sobre toda polarización o división tan alimentada por los grandes de nuestra ensangrentada patria.

En tal sentido, debemos renunciar a jugar a ser grandes, superiores, gobernantes, así como a promover lobbys cuyo fin es defender e imponer los intereses y caprichos propios en vez del bien común. El fundamento mayor del voto radica en una consideración de los demás como más grandes que uno mismo, así como en la urgencia de ser parte de una congregación que se esfuerzan por ser servidores antes que jefes, y pequeños antes que amos: “si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos (Mc 8, 35).

Una obediencia en perspectiva del Reino implica darle valor al Evangelio, a la herencia del fundador y fundadora, a las normas que nos orientan, a los planes comunitarios, a los servicios cotidianos que favorecen el buen vivir de todos los miembros de la casa. Por eso, quien ejerce un liderazgo debe, en virtud del voto de obediencia, servir, animar, acompañar y estimular la fidelidad y la entrega gozosa de sus hermanas  y hermanos.

  • ¿Qué tan alternativo soy en medio de esta sociedad que instrumentaliza el amor?
  • ¿De qué manera estoy cuidando de mi herencia evangélica y carismática?
  • ¿Cómo puedo fortalecer mi sentido de pertenencia a mi comunidad?

Para culminar

Eres invitado(a) a cerrar esta meditación haciéndote consciente de aquellas realidades que más pueden ayudar a que tu vivencia de los votos refleje a Dios en este momento. Recuerda que “Donde está tu tesoro está tu corazón” y ese tesoro es el Reino de Dios. Un Reino que pertenece a Dios, que te pide relativizarlo todo en función de él y que tiene unos preferidos a quienes tú también debes preferir.

La profesión de votos te hace libre para amar, allí radica el fundamento de nuestra profesión religiosa. Termina agradeciendo a Dios por las personas y acciones que más te han ayudado a vivir tus votos, vuelve a ellas en este momento y evita a quienes pueden hacerte tropezar. Pide la luz, la fuerza y la pasión que necesitas para centrar tu vida en Dios, siguendo fielmente a Jesús.

 Por: Luis Alfredo Escalante, SDS 
Fuente: Conferencia de Religiosos de Colombia 

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