Guías Homiléticas
15 agosto / ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA	
/ Ap 11, 19a; 12, 1-6a.10ab / Sal 44 / 1Co 15, 20-27a / Lc 1, 39-56 
Del Evangelio según san Lucas

…María exclamó: ''Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava…'' (Lc 1,46-50ss).

Palabra del Señor

Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. Es una oportunidad para la veneración de nuestra Madre celestial y pensar en las múltiples bendiciones que obtenemos por su intercesión.

La primera lectura que nos propone la Iglesia para este domingo es del libro del Apocalipsis. Nos dice que se “abrió el Templo de Dios que está en el Cielo y quedó a la vista el Arca de la Alianza”. Este signo es importante porque nos recuerda que la Alianza con Dios está vigente y podemos percibirla por nuestros sentidos. Dios es fiel a su alianza con la humanidad y debemos serle fiel a él en virtud de la alianza sellada por el bautismo que renueva nuestra vida porque nos fue otorgado el Espíritu de Dios que le da Vida a todo y a todos. Recordemos aquel versículo del Génesis 1,2: “El Espíritu se aleteaba sobre las aguas”. Desde la creación del mundo es el Espíritu el que actúa y está presente en nuestras vidas por el Bautismo, signo de nuestra alianza con Dios. Ese mismo Espíritu actúo sobre la santísima Virgen María en el momento de la Concepción de Jesucristo. Y el Hijo de Dios vivió en medio de nosotros y en virtud de su pascua resucitó de entre los muertos para darnos vida eterna en su presencia. En la lectura leemos la figura de una mujer que estando apunto de parir, Dios eleva para sí al hijo varón y se escuchó la voz: “Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías”.

Este es el mensaje de Esperanza para la humanidad: Dios actúa en medio de las vicisitudes para liberarnos y salvarnos. Todo lo Bueno lo hace en virtud de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Por eso, en la segunda lectura leemos: “Cristo resucitó de entre los Muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurreción”. Es decir, Cristo, nuestro Ungido, es el centro de nuestra vida y es nuestra salvación.

Para adquirir nuestra salvación debemos adoptar sus enseñanzas y aplicarlas en nuestra cotidianidad. Y el modelo de vida Cristiana está en la figura de la Santísima Virgen María.  Ella permitió que se concibiera al Salvador del mundo con su “Sí” Hágase en mí según tu palabra. El Espíritu Santo habitó en ella y formó a Jesús en su vientre, una vez nacido, lo formó y lo enrutó en su vida pública y lo acompaño en el camino al calvario donde fue exaltado en la Cruz de la salvación. Esa es nuestra acttiud Cristiana para configurarnos con Cristo.

La santísima Virgen María fue exaltada en cuerpo y alma, no solo por ser la madre de Dios, sino porque es el modelo de vida perfecta del cristiano y es nuestro modelo de aceptación de la voluntad de Dios.

Isabel escuchó el saludo de María

Aceptar la voluntad de Dios y configurarla como el sentido de nuestra existencia nos da plenitud. Encontramos sentido a nuestra vida. Es decir, nuestro espíritu llega a un nivel de tranquilidad e imperturbabilidad (como aquel poema de Santa Teresa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante. Sólo Dios basta) que nos permite contemplar lo que nos rodea con nuevos ojos y nos permite configurarnos con lo trascendente. Exactamente como lo hizo la Santísima Virgen María en su Magnificat que es un himno, un cántico, una oración y una alabanza.

Configurar nuestra vida con la voluntad de Dios nos hace proclamar la grandeza de la acción salvadora de Dios y nos lleva reconocerlo como el hacedor de lo Bueno y lo noble.

El evangelio nos dice que apenas su prima Isabel escuchó el saludo de María, saltó la criatura en el vientre. Nuestra vida se estremece cuando alguien nos trae la presencia de Dios porque nos transforma. Cuando uno vive bajo el amparo del Altísimo, bajo la protección del Espíritu de la Vida que aleteaba sobre las aguas al inicio de la creación y el mismo Espíritu que concibió a Jesús nos configura como los hijos del Dios todopoderoso que nos trae la salvación.

Por eso hoy celebramos la Asunción de la Santísima Virgen, una mujer virtuosa en quien habitó el Espíritu de Dios. Debemos ser el lugar donde habita el Espíritu de Dios.

Su Nombre es santo

El Magnificat es el reconocimiento de la acción ponderosa de Dios en nuestras vidas, pero a su vez, es el reconocimiento del ser humano para aceptar la voluntad de Dios.

La Santísima Virgen María se reconoce a sí misma: “Ha mirado la humillación de su esclava” pero también describe el poder de Dios: “Su Nombre es santo, su misericordia se extiende de generación en generación, Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón (…)”

El lugar donde habitara el altísimo lo reconoce la comunidad y ahí buscamos refugio. Por ello, Debemos escucharnos entre nosotros para reconocer en el saludo la presencia, viva y ponderosa, de nuestro Dios. En cada persona habita el Espíritu de Dios y debemos protegernos, ser hospitalarios, como María lo fue con su prima Isabel porque en el hermano (o en el primo, es decir, en el más próximo) está habitando Dios.

Aporte Pastoral

Proclamar el Magnificat al finalizar el día como reconocimiento del poder de Dios en nosotros y en la comunidad.

MAGNIFICAT
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. 
Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. 
Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. 
A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.
Amén.

Por: Pbro. Wilson Javier Sossa López, cjm 
Sacerdote Eudista

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