UN DIAGNÓSTICO PARA CONOCER Y CRECER

Por estos motivos, del DIAGNÓSTICO propuesto resultaría la respuesta a muchos interrogantes y la explicación a ciertas resistencias actuales al SINE en algunas parroquias y sacerdotes; por ejemplo, entendiendo que en algunas diócesis hubo un error inicial de comprensión del Sistema por el cual fue presentado como opción excluyente y no preferencial. Es decir, muchos párrocos de distintos lugares de Colombia entendieron que todos los grupos apostólicos debían “matricularse” en el proceso SINE y se comprometió, en algunos casos, la diversidad carismática. Así, en no pocos lugares, desde los grupos juveniles hasta la Legión de María debieron introducir en su dinámica de reuniones el sistema y, por ello, llegó un momento en el que empezó la resistencia: las pequeñas comunidades resultaban artificiales porque no eran fruto de la misión evangelizadora sino de la acomodación metodológica. Hoy, en gran parte, se ha superado este escollo pero ha quedado en el ambiente la idea equivocada de la irrelevancia del proceso.

A propósito, en una encuesta que aplicamos el año pasado sobre todo a exintegrantes del SINE en la Parroquia María Auxiliadora del barrio Cádiz (Ibagué), donde en el lapso de una década se pasó de 24 pequeñas comunidades a 4, tan solo el 20 por ciento respondió que estaría dispuesto a vincularse nuevamente al proceso y los demás admitieron estar en otros grupos y movimientos apostólicos o no estar en ninguno.

Continuando con el discurso, la ya superada opción excluyente del SINE dejó al margen en los planes de pastoral otras “pequeñas comunidades eclesiales” que se basan en una metodología procesual y que son igualmente válidas en el ámbito pastoral, por ejemplo, las comunidades Neocatecumenales y los Equipos de Nuestra Señora, entre otras, que llevan procesos por etapas y que se ajustan a la definición de “pequeñas comunidades eclesiales” según el espíritu de Aparecida. El reto que nos proponen estos procesos de evangelización es que son supraparroquiales, lo cual implica un esfuerzo por abrir este horizonte pastoral para que deje de ser un obstáculo y se convierta en método posible: debemos reconocer, integrar y articular la moción del Espíritu Santo y su expresión en la diversidad carismática pues si son realidades eclesiales que metodológicamente son orgánicas, sistemáticas y procesuales y si doctrinalmente son Cristocéntricas, eclesiológicas y de proyección social están en la misma línea de la Nueva Evangelización.

Caso distinto es el de algunos movimientos apostólicos o asociaciones de fieles que carecen de procesualidad pero que encaminan a sus integrantes a la actividad evangelizadora de la parroquia. Por ello la Conferencia de Aparecida considera que también hay otras pequeñas comunidades e incluso redes de comunidades, de movimientos, grupos de vida, de oración y de reflexión de la Palabra de Dios (como, por ejemplo, los Cursillos de Cristiandad, los retiros parroquiales Juan XXIII, Retiros de Emaús, Lazos de Amor Mariano, Renovación Carismática, etc.) que “darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro de su vida y la Palabra de Dios sea faro de su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo” (Aparecida, 180). Lograr una articulación entre la motivación que dejan los retiros en los ejercitantes de cualquier procedencia y la invitación a hacer parte de un proceso de Nueva Evangelización de modo que sea una propuesta atractiva ha de ser un reto que debe quedar claro.

De hacerse un DIAGNÓSTICO seguramente este demostraría la necesidad de superar una falsa dicotomía pastoral que confronta estadios pre-Sine y post-Sine que, lamentablemente, ha producido en los “evangelizados” una visión peyorativa de la actividad pastoral de la Iglesia antes de la Nueva Evangelización. La novedad del ardor, los métodos y las expresiones no debería señalar como inocua o errada la pastoral antecedente y, sin embargo, las expresiones usadas para referirse a lo que no es catalogado como “Nueva Evangelización” son: “Pastoral de conservación”, “la iglesia como estación de servicios”, “la iglesia-masa”, “fieles ignorantes”, “la mediocridad en el seguimiento de Jesús”, etc., expresiones que no deberían usarse en cuanto que la llamada “pastoral de conservación” basada en la celebración de los sacramentos es la que, precisamente, ha logrado la conservación de la Iglesia durante siglos y se ha expresado siempre en concomitancia con los métodos pastorales históricos; ello es evidente en las presentes circunstancias de pandemia en las que ha resultado el medio preponderante de evangelización. Por ello, el asunto deja en claro que para mostrar la conveniencia de la Nueva Evangelización no se debería recurrir a la subvaloración de la existencia de grupos de oración no procesuales, la celebración cotidiana de los sacramentos o el recurso a la religiosidad popular sino que debería seguir siendo la de formar a los fieles para la celebración consciente de los sacramentos.

LA IMPORTANCIA DE LA SINCERIDAD PASTORAL

El DIAGNÓSTICO debe inducirnos a realizar una evaluación de los resultados obtenidos hasta el momento. En algunos casos, con el ánimo de presentar exitosos resultados, a los párrocos nos ha faltado humildad y SINCERIDAD PASTORAL para reconocer los síntomas pastorales ya descritos. Aunque algunas veces se suele concluir que la perseverancia de las pequeñas comunidades depende únicamente del entusiasmo que imprima el párroco, igualmente se olvida que en las pequeñas comunidades resultan tensiones internas que no dependen directamente de este sino de las dinámicas particulares de sus integrantes, su formación humana, su capacidad para la resolución de conflictos, etc. Si esto se considerase, el párroco se sentiría menos obligado a acomodar cifras al verse descargado en buena parte, no en toda, de la responsabilidad de la deserción.

En este sentido, habría que ver si, tal vez, una de las causas de la deserción de discípulos misioneros y la consiguiente supresión de pequeñas comunidades sea porque falta asumir de una manera más concreta el numeral 280 de la Conferencia de Aparecida que, exhortando a consolidar “una formación atenta a situaciones diversas” coloca la dimensión humana y comunitaria en primer lugar insistiendo en que han de instituirse  “procesos de formación que lleven a asumir la propia historia y a sanarla. En orden a volverse capaces de vivir como cristianos en un mundo plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad interior”. Esta formación es clave y va de la mano de la formación espiritual, intelectual y pastoral-misionera, tres dimensiones que son fuertes en el proceso.

Aunque la vivencia misma de la experiencia comunitaria trae consigo el conocimiento de los límites y alcances humanos, sin embargo no ha de olvidarse que existen presupuestos en la formación humana y comunitaria que permiten “asumir la propia historia y sanarla”. Porque si bien es cierto que durante la reunión de una pequeña comunidad, en el momento de la “Edificación”, existen algunos elementos relacionados, estos no siempre son bien empleados. Por ejemplo, una comunidad que no tiene una formación humana en el respeto del otro, en el reconocimiento de sus propios límites y en la tolerancia no podrá hacer con fruto una “corrección fraterna” o una “búsqueda de la voluntad de Dios” pues en estos momentos es cuando más surgen tensiones. El fortalecimiento de la formación humana – comunitaria (como nivel antecedente o concomitante a las demás dimensiones de la formación) ofrecería las herramientas para el reconocimiento de la historia personal de vida  y sus implicaciones en la historia comunitaria, así como para la resolución de conflictos al interior de las pequeñas comunidades. Creo que con base en la Patris Corde, sobre todo en los capítulos de “padre en la acogida” y “padre de la valentía creativa” podría darse un excelente itinerario de formación humana en el contexto de la Nueva Evangelización.

El DIAGNÓSTICO permitiría conocer, además, cómo se da la asimilación de los contenidos doctrinales de cada nivel pues en la mayoría de pequeñas comunidades uno de los reclamos frecuentes es que los temas parecieran haber sido redactados para lectores versados en teología pues se utilizan conceptos de cierta complejidad para aquellos que acuden (frecuentemente citados en griego o latín sin inmediata traducción o explicación). Por ejemplo, en la cartilla del segundo nivel, “Pueblo de Dios”, en el tema 1, se lee: «La Iglesia no solo va in mundum, sino que está  in mundo”. Y, más adelante: “Los nombres de Ecclesia, “εκ-καλεω”, llamar de, pueblo convocado por Dios; y Church o Kirche en inglés y en alemán viene de “κνρακη”, de “κυριοσ”, como Pueblo de Dios que depende del Señor». Al menos por lo que he experimentado, aunque el sacerdote se reúna con los coordinadores y explique anticipadamente muchos de estos conceptos resulta siempre dispendioso para la comprensión de quien no está acostumbrado a ellos y en muchos casos es la razón por la cual un tema no es fácilmente superado.

Si se recurre a un ejemplo tomado del ámbito universitario, en este se hace anualmente una revisión de las metodologías y de los contenidos para actualizar unas y otros y, quinquenalmente, una renovación del currículo. Mutatis mutandis, ya que el proceso SINE no es un programa académico, se justificaría un examen sobre qué tan asertivo es el contenido doctrinal del proceso para las circunstancias actuales, no solo en consideración del nivel educativo de los integrantes de las pequeñas comunidades sino teniendo en cuenta la necesaria actualización; muchas personas me han expresado en su momento que los temas son de difícil aunque no imposible comprensión. A la necesaria revisión de la complejidad de los contenidos se agrega la necesidad de actualizarlos pues contamos con el enriquecido Magisterio de la Iglesia universal y latinoamericana en los últimos tres pontificados, la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica, la creación – hace una década – del Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización y la realidad actual del país que ha incentivado la literatura sobre procesos de perdón y reconciliación nacional que justamente en estos ambientes de evangelización traerían gran fruto.

El DIAGNÓSTICO ha de evidenciar la necesidad de consolidar la articulación con la pastoral diversificada; por ejemplo, con la rural y las facilidades que supondría la utilización del método SINE en la celebración del Domingo Cristiano sin presencia del sacerdote en los lugares más alejados de la parroquia; examinaría, además, qué tan eficaz ha sido la articulación del sistema con la formación inicial de los futuros presbíteros. En algunos seminarios de Colombia ha sido un logro que los seminaristas se integren a pequeñas comunidades parroquiales y participen en la reunión semanal pues así, tanto los que no han tenido cercanía con el proceso como los que sí, experimentan en la práctica la dinámica propia de la vida comunitaria y se evita la futura resistencia de los sacerdotes a asumir el proceso en sus parroquias. Por el contrario, las experiencias de algunos seminarios que organizan pequeñas comunidades al interior, conformadas de manera menos natural, permiten que se conozca el proceso en el orden teórico pero no en cuanto a la vivencia integral del sistema de evangelización con los consiguientes frutos del encuentro personal con Jesucristo. 

La evaluación o diagnóstico del SINE en el marco del 25º aniversario de su implementación en Colombia prometería un gran impulso misionero pues una adecuada revisión permitiría considerar si es viable perfeccionar los métodos, actualizar y acercar los contenidos, profundizar en algunos aspectos específicos de la formación, etc., consolidando así la permanencia de los integrantes de las pequeñas comunidades eclesiales. También ofrecería la oportunidad de conocer mejor las iniciativas que vienen adelantando los párrocos en torno a los renovados métodos de Nueva Evangelización que tienen como base el SINE pero que están siendo complementados con otras metodologías o expresiones. Nos debemos una evaluación diagnóstica, profunda y sensata, que nos permita imprimir un renovado impulso a la Nueva Evangelización.

Por: Pbro. Raúl Ortiz Toro 
Arquidiócesis de Ibagué
rotoro30@gmail.com

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