El anuncio de la Palabra en medio del confinamiento, a la luz de Hch 28, 30-31

“Durante dos años completos permaneció Pablo en la casa que tenía alquilada, y recibía a todos los que iban a verlo. Y predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo con toda libertad y sin impedimento alguno.”

Paradójicamente, las actuales condiciones de aislamiento social y confinamiento impuestas por la pandemia del Covid-19, podría representar o bien un gran obstáculo a la tarea evangelizadora de la Iglesia, o bien una providencial oportunidad para incentivar la creatividad en la búsqueda de estrategias, recursos, modos, lenguajes y medios nuevos para la tarea prioritaria de la Iglesia al servicio de la Palabra de Dios, que debe ser proclamada desde las azoteas del mundo (cf. Mt 10, 27).

Contextos:

El texto que ilumina las presentes reflexiones, nos ubica en unos contextos muy importantes y significativos, que ayudan a interpretar y entender mejor el sentido de cuanto nos dice este texto, y sus enseñanzas en las circunstancias que vive hoy la humanidad entera.

  • En la obra de Lucas:

Hch 28, 30-31 no sólo es el final natural del libro de los Hechos de los Apóstoles y de la entera obra de Lucas (Lc + Hch); representa, sobre todo, el cumplimiento del programa y del propósito del libro, como había sido anunciado en 1,8: Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos así en Jerusalén como en toda Judea, Samaria, y hasta los confines de la tierra. De hecho, Roma, como capital del Imperio y megápolis por excelencia, equivalía al confín de la tierra. Además, que el Evangelio de Cristo muerto y resucitado llegara a Roma, no sólo era el propósito literario y teológico de Lucas en su obra, sino que era también el objetivo último del proyecto de evangelización de la Iglesia desde su nacimiento. La misión prioritaria de la Iglesia, guardiana y portadora del mensaje de Cristo, debía llevar esa Palabra a Roma, corazón del mundo de entonces, para que, desde allí, se difundiera e irradiara esa Buena Nueva hasta los últimos rincones del mundo.

  • En la vida de Pablo:

Cuanto nos dice Lucas en esos dos últimos versículos de los Hechos no es propiamente el final de la vida de Pablo, como tal vez muchos lectores de dicho libro lo esperarían[1], pero sí es la realización y el cumplimiento del gran propósito misionero del Apóstol de los gentiles. En la carta a los Romanos, al final de su tercer viaje misionero, Pablo había manifestado su intención de llegar con el Evangelio de Cristo hasta el extremo occidental de la cuenca del Mediterráneo, pues toda la parte oriental ya la había llenado de ese mensaje de vida y de salvación, desde Jerusalén hasta el Ilírico (cf. Rm 15, 19-24). Además, según el testimonio del mismo Lucas, el Señor en persona le hizo saber a Pablo que esa era su voluntad, mientras el Apóstol se encontraba como prisionero en el cuartel de los romanos en Jerusalén:

“¡Ánimo!, pues como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo en Roma.” (Hch 23, 11).

Por eso fue que Pablo, aun habiendo podido ser liberado de la prisión en Cesarea marítima, primero por parte del procurador Porcio Festo y luego por parte del rey Agripa, prefiere apelar al César, a lo cual tenía derecho por ser ciudadano romano, para tener que ser remitido a Roma a comparecer ante el Emperador (cf. Hch 25, 12.21; 26, 32). Y, efectivamente, después de dos años de prisión en Cesarea, es enviado cautivo a la Ciudad Eterna, a donde finalmente llegará, hacia el año 61, después de un accidentado viaje por mar, y un dramático naufragio que le dio la oportunidad de evangelizar a su paso varias poblaciones, especialmente la isla de Malta (cf. Hch 27, 1 – 28, 16). Y en Roma, por voluntad e intervención divina, puede finalmente poner el broche de oro a su tarea evangelizadora, y un poco más adelante, según la tradición de la Iglesia, también sellar definitivamente su testimonio de fidelidad a Cristo con el martirio, decretado por el emperador Nerón.

  • El texto:

Acerca del aspecto formal y gramatical de los dos versículos que estamos comentando sólo deseo poner de relieve dos elementos, que me parecen significativos de acuerdo al propósito que nos ha llevado a acercarnos a este texto. Ante todo, el intencional uso que hace Lucas de una forma verbal en pretérito imperfecto y tres participios presentes, para referirse a las principales acciones de las frases (recibía, acudientes, anunciando, enseñando). El imperfecto se usa para indicar una acción no concluida, sino que continúa en el tiempo, se prolonga indefinidamente. Y algo similar sucede con los participios presentes, que en ocasiones corresponden en castellano al gerundio, con lo cual se expresan acciones dinámicas, prolongadas, habituales.

El otro elemento gramatical interesante en el texto tiene que ver con la redundancia que encontramos en cuanto a la predicación de la Palabra por parte de Pablo, aun estando en esa especie de prisión domiciliaria pareciera no existir ninguna clase de obstáculo para su misión: predicaba, enseñaba, con toda libertad (meta. Pa,shj parrhsi,aj, en griego), y sin impedimento alguno (con el adverbio avkwlu,twj en griego).

En cuanto al contenido de estos dos versículos, cabe resaltar la centralidad de la predicación del Reino de Dios, que fue también la tarea cumplida por el Señor Jesús, según el encargo recibido del Padre Dios, y que a su vez Él confió también a sus discípulos y apóstoles cuando los enviaba en misión (cf. Mt 10, 7; Lc 9, 2.6; 10, 9). Pablo, aun sintiéndose como un aborto entre los apóstoles por su “tardía vocación” (cf. 1 Cor 15, 8), tuvo clara la prioridad de su misión evangelizadora. Prácticamente en todas sus cartas, al saludar a los destinatarios, deja constancia de su firme convicción de haber sido llamado y destinado a predicar sin pausa ni tregua esa Palabra del Resucitado, que tiene poder de salvación y santificación (cf. 1 Tm 4, 5).

San Pablo está firmemente convencido de que el mensaje del cual es depositario, o en sus propias palabras “heraldo, apóstol y maestro” (cf. 1 Tm 2, 7; 2 Tm 1, 11), es una Palabra que contiene el camino de la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús (cf. 2 Tm 3, 15), y por eso es una Palabra “provechosa para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la educación en la justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado y dispuesto para toda obra buena.” (2 Tm 3, 16-17). Y esta es la Buena Noticia que él se dedicó a proclamar y hacer conocer por todo el mundo, sin escatimar nada, porque era el ministerio apostólico que llevaba como un tesoro en vasijas de barro (2 Cor 4, 7) y que le daba las fuerzas para soportar y afrontar todo tipo de prueba y tribulación (cf. 2 Cor 4, 7-18; 11, 22-33).

Los destinatarios de las cartas y de la animación pastoral de Pablo en sus comunidades, captaron esta convicción del Apóstol y le correspondieron con actitudes de sincera conversión cristiana y haciendo que desde dichas comunidades también se difundiera esa Palabra por doquier (cf. 1 Tes 1, 8-10), y por eso él no se cansa de dar gracias a Dios, porque “al recibir la palabra de Dios que les predicamos, la acogieron, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece activa en ustedes, los creyentes.” (1 Tes 2, 13).” Y tampoco se cansa de insistir y recomendar a sus discípulos y colaboradores, como a Timoteo:

“Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y su Reino. Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina… realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio.” (2 Tm 4,1-5).”

En último término, lo que hace Hch 28, 30-31 es constatar la certeza que tiene Pablo de que la razón de ser de su existencia y de su ministerio gira en torno a ese Evangelio “por cuya predicación -dice él- padezco trabajos hasta estar encadenado como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada.” (2 Tm 2, 9; cf. Col 1, 25). Y esta fue una realidad no sólo en su prisión de Roma, a la que se refiere Lucas en los Hechos, sino en sus otras experiencias de encarcelamiento y privación de su libertad, como en Éfeso, Jerusalén o Cesarea marítima, antes de llegar a la Ciudad Eterna. Y, de hecho, varias de sus cartas él pudo haberlas escrito desde la prisión, y por eso reciben el nombre de cartas de la cautividad (cf. Filp 1, 14-17; Ef 3, 1; 2 Tm 1, 8; Film 1.9.13). Las cadenas o barrotes de las cárceles no impidieron que el Apóstol siguiera anunciando cabal y libremente el mensaje salvífico del Señor Jesús, pues el evangelizador puede ser tomado prisionero, pero la Palabra de Dios que anuncia no, pues ella es libre y causa de la verdadera libertad.

  • En la actual situación de la humanidad:

A partir de cuanto venimos comentando de los versículos conclusivos de los Hechos de los Apóstoles, podemos proyectar desde la fe una luz de esperanza y de compromiso a la tarea irrenunciable e impostergable que tiene la Iglesia, y que todos nosotros tenemos como Iglesia, de anunciar íntegra la Palabra de Dios como mensaje de vida y de salvación, aun cuando las noticias actuales hablan de muerte y de sufrimiento.

Esperanza, porque, de hecho, el mensaje de la evangelización encuentra su centro y fuente de sentido en Cristo mismo, muerto y resucitado por nuestra salvación. Si bien la actual pandemia va sembrando terror y angustia a su paso, la Palabra nos asegura y nos recuerda que Cristo vino al mundo para que tuviéramos vida, y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). La voluntad de Dios, que nos ama infinitamente, no es la perdición de nadie, sino “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4). Esta certeza es la que puede infundirnos serenidad y paz en medio de las actuales circunstancias que atravesamos, y permite que seamos renovados en aquella esperanza cristiana que “no defrauda” y más bien es capaz de “llenarnos de alegría” incluso en medio de las tribulaciones y adversidades (cf. Rm 5, 5; 12, 12).

Y compromiso, porque sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio” (Rm 8, 28). De modo que aun de estas circunstancias de confinamiento y cuarentenas que estamos viviendo en nuestros países y ciudades, podemos salir beneficiados y bendecidos, si es que estamos dispuestos a aprender las lecciones que nos traen, y si de verdad nos empeñamos en “reinventarnos” y renovarnos en todas las dimensiones de la existencia, incluidas aquellas de la fe y de nuestro compromiso misionero.

Así como Pablo supo vencer los obstáculos y superar las barreras para seguir anunciando la Palabra de Dios, también nosotros como Iglesia podemos encontrar caminos y canales nuevos de comunicación para la proclamación de esa Palabra. Y, de hecho, lo que hemos visto en estos últimos meses es una especie de “invasión” por parte de sacerdotes, misioneros y laicos comprometidos de los medios de comunicación y las redes sociales. Sobre el modo de hacer presencia en estos medios y “nuevos areópagos” de la comunicación, cabría hacer reflexiones más cuidadosas, y con actitud crítica, pues no siempre se respetan los códigos y lenguajes de los diversos formatos de cada medio[2]; pero lo que sí es admirable y digno de elogio es la pasión y fervor con los cuales los evangelizadores se han volcado a esta “toma pacífica” de la internet, las plataformas y las redes sociales de comunicación.

En este sentido, sería muy importante recordar las hermosas enseñanzas que el magisterio de la Iglesia nos ha regalado al respecto, por ejemplo, desde la Inter Mirífica[3], la Communio et Progressio[4], la Evangelii Nuntiandi[5], la Catechesi Tradendae[6], la Aetatis Novae[7] y la misma Evangelii Gaudium del Papa Francisco[8], que contiene muy precisas y actuales orientaciones para responder a los desafíos de la evangelización en el mundo contemporáneo. Y un capítulo especial, a este respecto, lo merecerían también los mensajes pontificios en ocasión de las 54 Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales que ya se han celebrado en la Iglesia, a partir del Concilio Vaticano II.

En efecto, los medios más rápidos y eficaces que la tecnología nos ha venido ofreciendo para la comunicación interpersonal, representan oportunidades privilegiadas para hacer que la Buena Nueva del Reino de Dios resuene en los oídos y corazones de todas las personas y todos los pueblos. Empleándolos sensata y prudentemente, respetando sus propias leyes y exigencias, sus propios lenguajes y contextos, haremos realidad la convicción de Pablo, según la cual “la Palabra de Dios no está encadenada”, como él mismo lo demostró en su cautiverio romano, “enseñando todo lo referente al Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimento alguno”.

P. Danilo A. Medina L., ssp.


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[1] Es muy importante recordar que Lucas no pretende hacer biografía de Pablo, por mucho que lo aprecie y lo admire. Su pretensión va más allá de exaltar la figura de Pablo, por significativa que sea. Él quiere mostrarnos como el Evangelio de Cristo se va abriendo caminos, por la acción del Espíritu Santo, hasta alcanzar el confín de la tierra. Y la presencia de Pablo es fundamental, sólo en la medida en que se pone al servicio de este plan de evangelización de la Iglesia, como efectivamente lo hizo. Por eso no debe sorprendernos que Lucas no nos cuente cuál fue el final de la vida de Pablo; él tiene claro que Pablo es instrumento de la acción de Dios, como lo son los demás apóstoles y misioneros, y como lo es la Iglesia misma. Lo verdaderamente imprescindible es Cristo y su Buena Nueva del Reino de Dios, que muestra el camino de la salvación a la humanidad entera.

[2] Infortunadamente, con mucha frecuencia encontramos mucha “transmisión” de celebraciones o ritos religiosos, mas no una auténtica comunicación evangelizadora según los diversos formatos o géneros periodísticos.

[3] Decreto del Concilio Vaticano II sobre los Medios de Comunicación Social, promulgado el 4 de diciembre de 1963 por el Papa Pablo VI.

[4] Instrucción pastoral de la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales, sobre los medios de comunicación social, publicada el 23 de mayo de 1971, por disposición del Concilio Vaticano II.

[5] Exhortación apostólica postsinodal del Papa Pablo VI, publicada el 8 de diciembre de 1975.

[6] Exhortación apostólica postsinodal del Papa Juan Pablo II, publicada el 16 de octubre de 1979.

[7] Instrucción pastoral del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, publicado en el vigésimo aniversario de la Communio et Progressio, el 22 de febrero de 1992.

[8] Primera exhortación apostólica del papa Francisco, publicada el 26 de noviembre de 2013.

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