CATEQUESIS

El motu proprio del Papa Francisco forma parte del diseño de una nueva «coreografía» de ministerios en la Iglesia que están fuera de la lógica clerical y sacral. De hecho, en todo el mundo son los laicos -y sobre todo las laicas- quienes se dedican a la catequesis. Sin embargo, la especificación «ministerio laico» plantea algunas cuestiones.

Con la publicación del motu proprio Antiquum ministerium el Papa Francisco ofrece un elemento más de desarrollo en el proceso de repensar la ministerialidad en la Iglesia, trazado desde la Evangelii gaudium.

Como nos recuerda el título, el ministerio del catequista es antiguo y ha marcado la vida de la Iglesia desde los primeros siglos, pero en el transcurso del siglo XX, especialmente después del Concilio Vaticano II, la contribución ofrecida por laicos y religiosos ha crecido enormemente en cantidad y calidad, y en todos los continentes la difusión de los estudios bíblicos, teológicos y religiosos ve la presencia de responsables de la catequesis, a nivel local o nacional, que ya no son solo ministros ordenados sino laicos comprometidos, con un empeño y compromiso incluso a tiempo completo.

Los itinerarios de formación han ido cambiando y ya no se limitan sólo a la preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana o al matrimonio, ni solo a la formación moral o doctrinal de los adultos por parte de los párrocos: se están desarrollando grupos bíblicos, cursos de formación teológica básica, animados por catequistas laicos, y movimientos en los que la figura del catequista es central (piénsese en el Camino Neocatecumenal). Las parroquias se reorganizan en su seno con Comunidades Eclesiales de base (a partir de América Latina) o Pequeñas Comunidades Cristianas (África, Asia), guiadas y coordinadas por laicos comprometidos en el seguimiento de Cristo: en el centro de estas experiencias está la escucha adulta de la Palabra de Dios, una comprensión encarnada del Evangelio frente a la vida cotidiana y una presencia significativa de servicio en el territorio. Y la figura del catequista adquiere nuevos rasgos, nuevas responsabilidades, mayor autonomía.

Muchos ministerios y una lógica jerárquica que se debe superar

La idea de Antiquum ministerium encaja sin duda en este escenario: frente a los cientos de miles de cristianos que ejercen el «ministerio de hecho» (muchos en nuestras parroquias) se puede y se debe pensar en personas, hombres y mujeres, que -por el carisma específico que se les reconoce y la preparación de la que gozan- son constituidos con un Rito de Institución específico para un ministerio estable y continuado en la Iglesia local al servicio del anuncio y la catequesis.

Nuevas figuras contribuyen, entonces, a diseñar una nueva «coreografía ministerial» en las parroquias y en las Iglesias locales: ministros ordenados (sacerdotes y diáconos), ministros instituidos (lectores, acólitos, catequistas), «ministros de hecho», innumerables figuras que responden a las diferentes necesidades y actividades de las comunidades cristianas, desde la caridad a la animación de los jóvenes, desde la catequesis a los diferentes servicios litúrgicos, desde las comunicaciones a la asistencia a los ancianos, etc.

Los «ministerios instituidos», creados por Pablo VI en Ministeria quaedam (1972) y remodelados por Francisco con este motu proprio y con el anterior Spiritus Domini, son ministerios que los fieles asumen a partir del bautismo y la confirmación y que ejercen según la subjetividad específica, de palabra y de acción, que es la de los laicos y laicas, custodios de la extroversión de la Iglesia y promotores de su secularidad.

Este es un paso importante para la autoconciencia eclesial, que puede interrumpir esa lógica clerical y sacral, jerarquizadora, que ha marcado la comprensión del ministerio durante casi 1500 años, desde que se perfiló el cursus honorum y la estructuración de las órdenes menores y mayores, orientadas al sacerdocio y su potestas sacra.

Antiquum ministerium contribuye, pues, de manera significativa a la maduración de una pluriministerialidad constitutiva en la Iglesia y a la rearticulación en un sistema complejo de figuras ministeriales (de ordenados y de laicos), porque nos lleva más allá del contexto litúrgico primario del lector y del acólito y porque pone en primer plano una acción pastoral -la de la catequesis- que hoy es ejercida en su mayor parte por mujeres.

Una cuestión de género

La Iglesia, como cualquier otra organización humana, está estructurada y orientada por las relaciones de género: es decir, la diferencia sexual se interpreta y se vive en formas culturalmente, lingüísticamente, ritualmente y simbólicamente definidas. La subjetividad de la palabra, la organización de las relaciones eclesiales, el anuncio de la fe, las dinámicas simbólicas en las celebraciones litúrgicas, el ejercicio del poder y la autoridad están siempre marcados por las dinámicas de género. Y todo ministerio -ordenado o instituido o de hecho- conlleva un rasgo de autoridad y unas formas específicas de poder (simbólico, orientativo), que hay que reconocer y poner en primer plano, para ejercerlo con libre conciencia y sentido de la responsabilidad, sin ceder a tentaciones de clericalismo o de dominio sobre los demás (quizá inconscientemente).

A pesar de que en muchos países las mujeres representan hoy más del 75% de los catequistas (y más del 90% para la catequesis de niños y jóvenes), son pocas las que tienen funciones de orientación y decisión, por ejemplo a nivel diocesano: el nuevo ministerio establecido podrá fomentar una organización diferente a nivel de zonas pastorales y diócesis, con un mayor reconocimiento de la contribución de las mujeres a la catequesis, y permitirá abordar con claridad el problema, hasta ahora subestimado, de la feminización de la catequesis y las implicaciones que se derivan de la ausencia de figuras masculinas (a excepción de los sacerdotes y diáconos).

Preguntas abiertas, perspectivas futuras

Leyendo el motu proprio quedan algunas preguntas abiertas: 

  • El documento no define claramente la especificidad de la figura del «ministro catequista instituido», frente al catequista que ejerce un «ministerio de hecho», con un mandato anual del obispo o del párroco.

¿Serán hombres y mujeres que, comprometidos con la catequesis durante años, asuman funciones de coordinación y promoción a nivel parroquial, vicarial, diocesano o nacional? ¿O debemos pensar en ellos como los Bakambi del Congo o los catequistas que en muchas iglesias locales de África coordinan las comunidades locales en ausencia de un sacerdote?

¿Alude el documento a figuras similares a las de los coordinadores de las «comunidades eclesiales de base», como las que funcionan en América Latina u otras comunidades locales alejadas de los centros parroquiales o diocesanos? Pero en este caso se trata de animadores, líderes, «dirigentes de comunidad» que no siempre tienen funciones exclusivamente formativas o catequéticas: a menudo coordinan equipos que incluyen figuras más ministeriales, implicadas en la liturgia, la caridad, la catequesis.

Se deja a las Conferencias Episcopales la tarea de trazar el perfil específico, lo que muy probablemente conducirá a figuras diferenciadas de «ministros catequistas instituidos» en los distintos contextos eclesiales.

  • Segundo: ¿por qué el texto utiliza el adjetivo «laico» para definir este nuevo ministerio? Los hombres y las mujeres lo ejercerán como laicos, aportando al anuncio, a la formación, en su estilo educativo su palabra específica, su experiencia, su competencia, enraizada en el fundamento de su identidad bautismal: ¿por qué se ha creído necesario utilizar un adjetivo que parece no estar desprovisto de ambigüedad, tanto por las múltiples interpretaciones dadas a «laico», como en relación con la naturaleza de la obra catequética?

Las preguntas abiertas podrán ayudar a la profundización teológica y a las orientaciones pastorales necesarias para dar concreción a la intuición.

Podemos agradecer al Papa Francisco por este ulterior paso en orden a una «coreografía eclesial» más rica y adecuada a los nuevos retos de la misión: otros ministerios instituidos aparecen ahora como «lógicamente posibles» y necesarios en respuesta a las prácticas eclesiales establecidas o a las necesidades pastorales existentes. Será la multiplicidad de ministerios de laicos competentes lo que cambiará el rostro de la Iglesia y la preservará de la lógica clerical «jerárquica» que a menudo encontramos en los sacerdotes y obispos. «La pluriministerialidad es un hecho innegable, irreversible y exigente» (A. Borras, G. Routhier).

Serena Noceti

Tomado de Revista Il Regno


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